En el bullicioso mercado de la ciudad, el estruendo de la confrontación resonaba entre los estrechos callejones como un siniestro eco.
Dimitri y Renoir, inmersos en un baile macabro con los soldados shaktienses, desataban la furia de sus habilidades dominantes contra aquellos que osaron interponerse en su camino.
Mientras la sacra espada de Dimitri, rebanaba con violencia los pescuezos de los agresivos guardias, el engrandecimiento de poder de la mæ Orión de Renoir fortificaba selectivamente la dominancia de su alrededor, tanto la de Dimitri como la suya misma.
—Ese chico—resaltó entre susurros en la sombra el heredero al ver la magia de Renoir.
Las luces titilantes de las antorchas arrojaban sombras danzarinas sobre los rostros decididos de los dominantes. Cada golpe, era un compás en la sinfonía de la violencia, resonando en el aire viciado del mercado.
Renoir, en un momento de descuido, fue víctima de un certero golpe que lo dejó desplomado en el suelo, un halo de inconsciencia nublando su mirada.
Dimitri, enfurecido y desesperado, se convirtió en un vórtice de destrucción, enfrentándose a la oleada de soldados con una intensidad que parecía infinita. Sin embargo, la crueldad del destino no le permitió prevalecer. El heredero, el cual traía refuerzos, embozado en la penumbra, habló con astucia y habilidad.
—Toca danzar, caballero etéreo—levantó su áspera y afónica voz mientras apuntaba con su majestuosa lanza imbuida en mæ nixûs al caballero.
—Aja—inspiró el caballero en postura defensiva—, mantente al margen.
Como un relámpago oscuro, el tenaz heredero se abalanzó con brutalidad y contundencia contra Dimitri, su orquestada coreografía violenta reventó a un fatigado Dimitri en todos los sentidos.
Entre los destellos de las espadas y los resplandores de las habilidades dominantes, Aja, testigo involuntario de la tragedia, se movía con cautela. Al divisar el colgante de Renoir en el suelo, su corazón latió con angustia. Rápidamente lo recogió, un testimonio silencioso de la batalla que se libraba a su alrededor.
Dimitri, presintiendo su inminente caída, pronunció palabras de sacrificio a Aja.
—¡Huye! ¡Yo me encargaré de esto, tú sal de aquí, ahora!
Con pesar en los ojos, ojos que se dirigieron hacia un Renoir desplomado, la joven acató la orden, deslizándose entre los callejones como una sombra desvaneciéndose en la noche.
El heredero, después de noquear fácil y velozmente a Dimitri, en lugar de perseguirla, dio la orden de sellar las puertas de la ciudad, condenando a Aja a una persecución sin salida.
Mientras tanto, los soldados recibían instrucciones de llevar a los derrotados Dimitri y Renoir hacia el oscuro umbral del palacio, donde la trama de sus destinos se entretejería en la audiencia con el emperador.
La violencia había cedido su paso, pero la angustia persistía en el aire, anticipando los oscuros tiempos que aguardaban tras las imponentes puertas del palacio umbrío.
En la penumbra que abraza las lúgubres calles de la ciudad shaktiense, Aja, decidida y vulnerable, se aventura por las serpenteantes calles de Faenforn.
Las miradas dispares de los transeúntes parecen juzgarla mientras ella sortea cada sombra, buscando refugio en medio de la desolación y la muerte, presente en cada esquina dentro de la cabeza de la joven.
Finalmente, llega al final de un estrecho callejón que tiene como letrero: Asrijes Kala, el área esclava de Faenforn.
El área esclava se presenta como un un recinto segregado, custodiado por la implacable verja de acero que separa cruelmente a los esclavos de los dominantes.
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A.R.C.A.N.U.M
Fantasía"¿Cuál es el motivo de la violencia? ¿Qué es lo que nos impulsa a matar, a sufrir? La ira, la traición, la sangre, los linajes, el poder. Sin embargo, también hay motivos inocentes: los sueños, la vocación, la lealtad, la protección, el amor". Sumé...