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Max

Cuando dije que iba a causar problemas con Alex, era verdad. Esta vez no íbamos a guardar nada, nuestros carteles llevaban información importante y todos iban a saber lo que hacía la empresa de La belleza de Atenea. 

Secretos que habían sido guardados por años ahora estaban saliendo a la luz y los iban a perseguir por esto. Eso esperaba. 

Alex estaba con su grupo de compañeros universitarios mientras que yo alzaba el cartel con uno de los rostros que reconocían muchos. Joshua Lyle era un hombre joven que lideraba esta empresa. Él sabía lo que estaba haciendo su empresa y no le importaba. Se vestía como niño rico pijo que acababa de levantarse con un palo en el culo. 

Desde que vi sus fotos lo odié. Incluso más al notar que no era feo. Marqué la foto de mi cartel con bigotes y granos negros, sí así estaba mejor. 

Por la mañana dimos varios discursos en lo que llegaban los empresarios. Los empleados pasaban corriendo con miedo de que alguien los ligara a nosotros. ¿Tanto miedo les daba su propia empresa? Debía ser triste. 

—Dicen que el director bonito llega en unos minutos, no va a estar contento cuando vea esto —se burló Alex y sus compañeros rieron. 

—No, ya quiero ver su cara cagada —sonreí. 

En efecto, fue divertido verlos llegar poco a poco. Hasta que lo vi a él, en persona era mucho más alto y lucía demasiado pulcro, perfecto. Como un maniquí. ¿Acaso sabía respirar? ¿Tanto le dolía ese palo en el culo? 

Joshua Lyle era un tipo normal, al menos hasta que actuaba como imbécil arrogante que creía tener siempre las de ganar. Me intentó ofrecer dinero, lo acusé de ello y estuvimos reñidos por varios minutos. 

Yo estaba dispuesta a llamar a la policía y prensa si era necesario, mientras más público llegara mejor. Pero claro que el señor Lyle no apreciaría eso. 

Si era honesta, se veía más joven de lo que parecía en las fotos, pero su falta de amabilidad lo hacía ver feo. Dios, como odiaba esos niños ricos que creían que todo se solucionaba con dinero. Era el rey de la burocracia y seguro perdía el control de su vida si no tenía su hilo dental a la mano. 

Por eso me sorprendió cuando me tomó de la muñeca y me alejó de la multitud a la parte trasera del edificio. Esto no estaba yendo como esperaba. 

Terminamos en un callejón solitario. Iba a matarme. 

—No puedes hacer esto —habló por fin sonando cansado. 

—Sí que puedo —regresé. 

Negó con la cabeza pasando una mano por su cabello perfectamente peinado. Parecía que nunca se despeinaba, ¿su cabello sería real o alguna clase de cabello incrustado? 

Aunque era joven, unos cuantos años mayor que yo, seguro ya debía tener problemas de calvicie por el estrés de manejar una empresa tan joven. Debió notar mi mirada porque me frunció el ceño. 

—¿Qué tengo? 

Había dicho calvicie en voz baja casi un murmullo, no esperé que lo escuchara. 

—¡No tengo calvicie! —dijo indignado. 

Señalé su cabello. 

—Lo tienes tan pegado al cerebro que ni parece la verdad. Pero está bien, dicen que a edades tempranas se comienza la calvicie debido al estrés laboral. No tienes porqué avergonzarte, lo entiendo. 

La manifestación del amor | CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora