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Josh

Tener a alguien nuevo en la oficina era un martirio. En especial cuando ese alguien se trataba de una chica protestante a favor de los animales que buscaba cargarse todo tu trabajo de años. Le di la propuesta de un trato, un trabajo donde investigaríamos lo que pasaba. 

Sin embargo, aun no podía hacerlo, tenía muchas cosas que hacer como para dedicarle tiempo. Así que le dije a Kennedy que le diera tareas. Cada que salía de la oficina ahí estaba ella, sentada en un escritorio y parecía aburrida. 

Me hubiera compadecido de ella sino fuese por el otro día. 

No supe cuanto llevaba ya aquí, pero había estado tan ocupado que apenas noté su presencia. Para mi suerte, todo iba perfecto. Hasta que decidió molestarme. Un día llegó muy sonriente y se me quedó viendo desde la puerta, otro día llevó un ramo de flores y los acomodó en mi escritorio. 

No le había pedido eso. 

Pero ella me sonrió y procedió a explicarme el origen de las flores. 

Después decidió tocar cada dos horas mi puerta para preguntar si necesitaba algo. Si su objetivo era molestarme, lo había logrado. 

Maxine estaba en la puerta, alzando su puño para tocar, pero yo ya había abierto la puerta. 

—¿Y ahora qué, Maxine? ¿Decidiste venir a ver de qué color son las nubes hoy? 

No supe si se ofendió, pero decidió tomarlo literal. 

—¿Sabe qué jefe? No lo había pensado, pero es una idea excelente —se fue corriendo a mi ventana para ver las nubes. 

—No hablaba en serio. 

Se giró con aire inocente. Cualquiera que la viera de esa forma podría pensar que era una chica dulce, agradable. Yo solo veía dobles intenciones. 

Sus vestidos de flores y estampados raros tampoco ayudaban. Nadie vestía así aquí, nunca. Pero a ella no le importaba los códigos de vestimenta mientras más estrafalario mejor. 

Dioses, me sacaba de quicio. 

—Tiene razón, pero yo sí hablaba en serio cuando dije que iba a llamar a prensa. Dígame, ¿Es que usted me cree una idiota? 

Abrí la boca, la palabra estaba en la punta de mi lengua. Ella debió notarlo porque frunció el ceño. 

—En ese caso debería llamarles. Usted no parece cumplir con lo que prometió. 

—He estado ocupado. 

—¡Ha pasado una semana! 

Sí, había pasado una semana desde que descubrí que lo mejor era salir huyendo cada que ella estaba cerca. No estaba acostumbrado a tener compañía cerca más que la de Kennedy. Estaba consciente que había hecho un trato con ella, solo que no era tan fácil investigar. 

Además, tenía demasiado trabajo para enfocarme en eso. 

—Deberías ser más paciente. 

—No puedo ser paciente con alguien que apenas me dirige la palabra en todo el día. 

Nos señalé a ambos.

—Justo ahora estamos hablando. 

—No me digas, pensé que me lo estaba imaginando y para tu información estamos hablando porque yo me acerqué a ti y no al revés. 

—Si lo que quieres es que te diga buenos días, lo haré y ya. 

No entendía cómo había personas que se ofendían porque no les saludara. ¿Desde cuándo su estado de ánimo dependía de un saludo sin sentido de alguien más? No necesitaba gastar saliva para eso cuando tenía cosas más importantes que hacer. 

La manifestación del amor | CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora