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Josh

La mujer mayor llamada Claudia nos había invitado a comer con ella ese día en el refugio de animales tras salvar al pequeño gato. Al parecer, estaban rescatando otros gatos que se perdieron y Maxine estuvo toda la mañana ayudándola con eso hasta que tuvo la increíble idea de trepar ese árbol y salvar al gato. 

Era un animal cachorro no debía de pasar los tres meses y no dejaba de hacer un ruido extraño, como esos que hacen los motores de un auto. El gato se restregó en mi piernas y yo las hice a un lado. 

Estábamos en un salón grande, donde habían puesto una mesa rectangular larga que abarcaba todo el espacio. La comida estaba servida alrededor de esta y muchas personas fueron llegando. Me preguntaba donde estaban todas esas personas del refugio cuando necesitaban encontrar a esos gatos. 

Al parecer, solo se aparecían para la comida y ya. 

Miré a Maxine, que se sentó a mi lado. 

¿Por qué había arriesgado su vida a ese grado? 

Después de atraparla, hubo un momento extraño en el que sentí algo en mi pecho. No supe si fue miedo de que se lastimara o nervios. Había prometido que la atraparía y cuando eso pasó, me quedé paralizado. No fue hasta ese momento, bajo la luz de la tarde y con el gato que llevaba bajo su suéter que me di cuenta del color exacto de sus ojos.

Eran de un café sucio mezclado con ciertas tonalidades verdes. No se notaban de lejos, pero de cerca, se veía casi embriagador. Hubo unos segundos qué se sintieron eternos hasta que la solté. 

El gato volvió conmigo y se me subió al regazo. Yo lo empujé y Maxine pareció determinada a asesinarme. Sus ojos estaban a dos segundos de lanzar bolas de fuego. 

—¿Por qué empujas al gato? 

—Está de encimoso. 

—Es porque le caes bien, no te está haciendo nada. 

—Es poco higiénico. 

Puso sus ojos en blanco, luciendo harta. 

—En realidad, los gatos son muy limpios. Incluso más que nosotros. 

Miré al pequeño animal, estaba haciendo de nuevo ese sonido raro y me miraba como si fuera alguna clase de salvador. 

—No me gustan los animales. 

—Lo sé, pero quizá si convives con ellos puedes aprender a amarlos. 

—Lo dudo mucho. 

Ya estaba comprobado que los animales me ponían de los nervios, incluso este pequeño gato encimoso. Tuve que dejarlo dormirse en mis piernas porque no parecía querer irse a otro lado. 

Maxine se rió de la escena. 

—Parece que le gustas. 

—No lo comprendo, a mi no me agrada él. 

Pero no le importó, se echó a dormir como si su vida dependiera de ello y Maxine no dejaba de burlarse. 

En la comida, Claudia, la dueña del albergue nos agradeció el apoyo y procedió a repartir la comida entre todos los presentes. Maxine me explicó que ella y su hermano llevaban varios meses apoyando a ese albergue para lograr que las personas adoptaran animales. Usualmente estos animales eran rescatados de las calles y ellos de encargaban de darles alojo y comida hasta encontrar una familia para ellos. Tal era el caso de este gato, que se llamaba Miauricio. 

—Estamos buscándoles un hogar, lo merecen, ¿no lo crees? —dijo Claudia mientras acariciaba un perro de pelaje negro. 

Maxine le sonrió. 

La manifestación del amor | CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora