En la clase de literatura, intenté varias veces realizar el ejercicio que la maestra nos pidió leer unos días atrás, aunque concentrarme parecía algo imposible. La razón era que mi mente se encontraba en la tarde anterior, en las clases de teatro.
Al principio, creí que era una mala broma del destino, ya que ese chico fue el responsable de que me regresara a casa. No lo mencioné porque quise ser buena alumna. Pero, después, Jack y yo no pudimos elegir el fragmento que íbamos a presentar, por lo que cuando nuestro turno llegó y le dijimos al profesor el problema, nos regañó por no improvisar. Aunque nos dio la oportunidad de presentarnos a lo último y creo que nuestra presentación fue la mejor porque el profesor nos felicitó.
Lo demás empeoró cuando, al terminar la clase y de camino a la salida, Jack me habló. Creí que sería para felicitarme y hacernos amigos. Hasta sonreí al pensar que la secundaria no era tan mala como la pintaban en la televisión.
—Amy, quiero ser un buen compañero, así que voy a ser honesto contigo —dijo con seriedad—. No sé por qué el maestro no lo mencionó, pero creo que debes trabajar en tu actuación. Te mueves muy extraño en el escenario, como si no quisieras doblar la rodilla.
—¿Perdón?
—Y exageras un poco cuando dices tus diálogos —continuó—. Deja te demuestro qué haces.
Y procedió a imitar, según él, mi forma de actuar. Hizo unos movimientos extraños con los brazos y piernas, algún tipo de baile que no se puede describir, y habló como si tuviera comida en la boca. Pronto entendí que se estaba burlando de mí, pero lo hizo más obvio cuando comenzó a reír. Así que me fui.
No lograba entender por qué hizo eso, si gracias a mi idea logramos presentar una escena.
El timbre sonó y tuve que concentrarme en el presente. Guardé mis cosas en la mochila, sin emoción por seguir pensando en Jack. Cuando terminé estuve lista para salir. Tenía hambre, por lo que necesitaba salir rápido para aprovechar la hora del almuerzo.
Luego de dar unos cuantos pasos lejos de la puerta, un par de cuerpos me bloquearon el camino. Levanté el rostro y noté la preocupación en los rostros de mis mejores amigos; me pareció que Emily trataba de adivinar mis pensamientos, y Patrick estaba más pálido que de costumbre, de seguro porque Emily había salido con una de sus extremas teorías.
—¿Qué pasa, Amy?
—No sé de qué hablas, Emily —contesté.
—No mientas —dijo Patrick—. Has estado rara todo el día.
—Tal vez los raros han sido ustedes. —Iba a esquivarlos, pero Emily impidió mi huida—. No estoy de humor, Clark. Déjenme salir.
—Puede que Patrick sea idiota y te crea. —Él miró mal a nuestra amiga—. Pero yo no.
—No me pasa nada —dije desesperada.
—Y no soy un idiota —habló Patrick, cruzándose de brazos.
—No sé —interrumpió Emily, casi alzando la voz—. Lo único de lo que sí estoy segura, es que nos ocultas algo.
—En eso estoy de acuerdo con ella.
Los observé por unos segundos. Sabía lo difícil que sería quitarles esa idea de la cabeza, en especial a Emily, quien ni se rendía tan pronto. Ambos me conocían a la perfección como para saber cuándo les ocultaba algo. Incluso antes de que pudiera pensarlo.
—Les cuento si me dejan ir a almorzar —propuse—. Saben que cambio cuando tengo hambre.
Compartieron una mirada, y Emily se movió. Me alejé de ellos y caminé lo más rápido que mis piernas permitieron, mi estómago sonaba tanto que temí que alguien lo pudiera escuchar. Por suerte, estaba preparada.
Llegué al jardín y tomé asiento cerca de las flores, las cuales eran bellísimas: existían rojas, amarillas y rosas. Abrí mi mochila y saqué unas galletas de avena.
—Caminas muy rápido. —Se quejó Patrick, tratando de recuperar el aliento, ¿todo este tiempo me estuvo siguiendo? No me lo esperaba—. ¿O debo hacer ejercicio? —Pareció pensarlo—. No. Eso no va a pasar.
—Sí, sí. Ya sabemos que eres un flojo —interrumpió Emily al llegar—. Bien, Amy, habla.
Patrick podía entender que me encontraba con hambre y esperar un poco para escuchar lo que pasaba en mi mente, pero con Emily eso era tema. Ella necesitaba saber todo de nosotros. Los secretos no eran de su agrado.
—Ayer fui a la clase de teatro. Me sentí incómoda porque no conozco a nadie...
—Al punto. —Rodó los ojos—. ¿Qué pasó? No. No me digas. —Tapó su boca con las manos, parecía más que asombrada—. ¡Hay un chico! —gritó. Patrick y yo suspiramos.
—Si de eso van a hablar, lo mejor es que me vaya —susurró nuestro amigo, mirando a su alrededor—. Es incómodo.
—No sean dramáticos —bufé—. No tengo edad para eso. Aunque el maestro nos puso en parejas y, por desgracia, me tocó con un chico.
—¿Y es guapo? —preguntó la rubia con emoción.
—Sí me pareció guapo, eso se esfumó cuando comenzó a molestarme.
—Eso dices ahora —soltó Patrick—. Luego, estarás babeando por él, mandándole mensajes en la madrugada y sonriendo cuando se le ocurra responder o te hable en persona. Porque así es la vida, se encarga de demostrarte lo equivocado que estás con ella. —Emily soltó una risotada, y él la miró mal.
—Ay, Moore —mencionó, tratando de calmar su risa—. Sí que estás mal. Esto es la vida real, así que lo que dijiste no pasa. Deja de leer los libros de romance que tu mamá guardó en el sótano y regresa a la realidad. Además, Amy no es tan tonta como para enamorarse de alguien que no le agrada.
—Exacto —respondí—. Y, Patrick, no digas eso. Sería como si me echaras una maldición.
El timbre sonó, así que tomamos nuestras mochilas y partimos a clases. Con el estómago vacío. Sin duda, esa no era la idea que tenía de un buen descanso cuando salí del edificio.
Sin embargo, por alguna razón, no pude dejar de pensar en lo que dijo mi mejor amigo. Y eso me asustó. Fue estúpido, ya que estaba segura de esas locuras solo sucedían en las películas y libros.
ESTÁS LEYENDO
Maravillosa sonrisa (EDDE#1) (Nueva versión)
Novela Juvenil«Primer libro de la saga "El Dolor De Enamorarse"» ¿Qué puedo decir de él? Siempre he creído que no existe la palabra correcta para describirlo. Quiero decir, no puedes pensar que es perfecto, porque desde luego que no lo es. Tampoco puedes decir qu...