No pensamos igual

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—Carlos, qué pena, muchas gracias por recogerlo de la lavandería —dijo Armando tras ver el oso de peluche en el asiento de a lado.

—No es problema, señor —añadió tras una sonrisa de complicidad—. Si no es indiscreción ¿fue un regalo que le dio a su novia?

—¿Quién? ¿A Marcela? No, no, este oso es... es... ¿Me creería si le dijera que sé que es importante pero no sé por qué?

—Sinceramente y usted disculpe el atrevimiento de mis palabras, es difícil de creer. Las cosas importantes no se olvidan tan fácil, debe haber pasado algo muy fuerte como para hacerlo.

—¿Tú qué harías para recordar algo importante?

—Me regresaría al lugar donde pasó todo.

—¿Y si no sabes dónde pasó?

—Bueno... ahí sí que me atrapó... Está difícil.

—Solo queda tratar de confiar en lo que te digan los demás, ¿No?

—No creo. Vea, las cosas no las sentimos de la misma manera. Hombre, lo que para unos puede ser una maravilla para otros no. Confiar en cómo perciben las cosas los demás es algo arriesgado porque tendrá la visión de ellos, no la suya.

Buen juicio, eso era lo que ese hombre tenía, ¿Por qué antes Armando no había externado ese tema? Quizá porque todo estaba en orden, todo parecía marchar bien hasta que...

Después de asentir a tal argumento le dio una ligera caricia al oso; suave, sin ningún rastro de suciedad y con olor a primavera.

A decir verdad, el corazón de él últimamente no estaba tranquilo, despedía muchas dudas y a eso se le sumaba la reunión que tendría con Beatriz, ¿Acaso había algo mal en la campaña y por eso quería reunirse con él? Era tanta la incertidumbre que lo cubría que había salido con tiempo anticipado. Para tratar de despejarse observó las afueras de la camioneta y entonces, a lo lejos le pareció ver a Ricardo. Como no pudo creerlo se acercó un poco más al cristal polarizado y le observó lo más que pudo antes de que avanzaran el trayecto. Portaba su característico traje de cuadros azul marino y caminaba con la soltura de siempre.

—Hablando de la señorita Marcela, la estoy viendo, ¿Quiere que me detenga?

—¿Cómo?

—Ah, no, disculpe, ya vi que se metió a otro lugar.

La incertidumbre comenzó a envolver aún más a Armando.

Cuando Ricardo llegó al bar de la 54 vio a Marcela a lo lejos y antes de acercársele revisó el teléfono.

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¿Quién eres? || Betty en NYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora