diecisiete

965 80 44
                                    

Creo que no hubo nadie que no se diera cuenta de lo ansiosa que estuve durante el resto del día. Lo hacía todo deprisa, hablar, comer, caminar, respirar. El tiempo no pasaba lo suficientemente rápido para mí. Buscaba a Enzo con la mirada todo el rato, y siempre que lo encontraba él ya me estaba mirando a mí, con una sonrisa, con los ojos brillantes, con la cara iluminada...

Madre mía, me estaba matando. Su simple existencia me resultaba arrolladora.

—¡Doma! —me llamó Juani, chasqueando los dedos en mi cara.

Le miré, evidentemente distraída.

—¿Sí?

—¿Me escuchaste?

—No.

—Dale, nena. ¿Qué te pasa? Estás re distraída.

—¿Qué me habías dicho?

—¿Dónde querés ir a cenar hoy de noche, pa' festejar tu cumple?

—Ah... Eh, pues no sé.

A casa de Enzo, ahí es a donde quería ir. Nada más terminar el día. Pero no podía decir eso, ¿no? Todos querían celebrar mi cumpleaños conmigo. Era sábado, el día siguiente lo teníamos libre. Podíamos ir a cenar y después salir de fiesta, seguro que muchos ya estaban mirando algún "boliche", Pipe el primero.

—¿Qué te pinta para cenar? ––seguía insistiendo Juani.

¿A Enzo?

—No lo sé —repetí.

—¿Qué te pasa, che? ¿Te agarró la demencia con la edad? Estás re lenta hoy, ¿eh?

—Lo vamos viendo —dije sin más, alejándome de Juani para ir con Jota y el resto del equipo de dirección.

—Feliz cumpleaños, Domaris —me felicitó Jota cuando llegué.

—Felicidades —dijeron los demás.

—Muchas gracias —sonreí.

—Laia me llamó el otro día para decirme que al final has aceptado trabajar con ella.

—Sí. Repasé todo bien con mi padre y un par de abogados más, le dimos un par de vueltas y al final la llamamos para decir que adelante.

—Me alegro un montón. Te va a ir muy bien, ya verás.

Decir que ese día me resultó horrorosamente lento es quedarme corta, pero, como todo, al final terminó y todos volvimos al hotel. Enzo nos acompañó, caminando a mi lado durante todo el trayecto. Nuestras manos se rozaban en el vaivén de la caminata, provocando un cosquilleo por todo mi brazo y una sonrisa que no se despegaba de mi rostro.

—Bueno, che, ¿qué onda para esta noche? —preguntó Pipe junto a la recepción del hotel.

Todos me observaron a mí, esperando a escuchar qué había decidido. Iba a rendirme y proponer ir a un restaurante y después a algún sitio de copeo, resignándome a esperar un poco más de lo que tenía planeado para estar a solas con Enzo. Pero entonces, él pasó un brazo por mis hombros, atrayéndome contra su cuerpo; me sujetó por el mentón con la mano y alzó un poco mi barbilla para darme un suave beso en los labios, apenas un par de segundos, y después mirarme con absoluta adoración.

—Disculpen, pero esta noche me la voy a quedar para mí solo, ¿les parece?

Sobra decir que todos se volvieron locos en ese instante.

—¿Cuándo pasó esto?

—¿Por qué no estábamos al tanto?

—¡Dale, Enzo, meté un gol!

hielo y sal | enzo vogrincicDonde viven las historias. Descúbrelo ahora