por lo mañana se levanta con el molesto tono de su despertador, casi tirando su celular de la mesa de luz al apagarlo. abre los ojos lentamente y suspira con cansancio, sentándose sobre la cama con cuidado.
pero aprieta los dientes entre sí con fuerza para no gritar de dolor cuando una punzada fuerte le recorre la espalda baja. siente sus caderas y sus muslos adoloridos.
el pelinegro duerme profundamente a su lado, con su rostro apenas visible entre sus rulos oscuros. tiene la boca ligeramente abierta y está enredado entre las sábanas blancas.
debe recordar llevar esas sábanas a la lavandería del hotel más tarde.
con un poco de esfuerzo se levanta de la cama y camina hacia el baño, dispuesto a darse una ducha mañanera antes de bajar a desayunar. pero se congela frente al espejo al posar sus ojos sobre su cuello y pecho. puede ver unas marcas violetas decorando su piel, difíciles de pasar por alto.
su cintura y muslos no están en mejores condiciones, los dedos del más alto están marcados en ellos.
y aunque su preocupación principal es que teme que alguien pueda notar aquello, no puede negar que le gusta como quedan en él aquellas marcas y quien se las hizo.
[...]
tiene suerte de estar en un país donde es pleno invierno y el frío se cuela en sus cuerpos aún con capas de ropa abrigada sobre ellos.
nadie dice nada cuando baja a desayunar con una polera de cuello alto y una bufanda de lana bajo su campera de invierno.
—hola a todos.—saluda a sus amigos cuando llega a la mesa donde algunos de ellos se encuentran ya desayunando mientras conversan.
todos lo saludan con un "buenos días" amistoso mientras se acomoda en la mesa.
siente un dolor agudo al sentarse, pero puede tolerarlo y disimular frente a ellos.
—¿tenes un poco de frío, amigo?—pregunta felipe entre risas, haciendo reír a algunos de los demás
nota entonces que es el más abrigado de todos, poniéndose nervioso por poder ser descubierto.
—creo que me estoy por resfriar.—miente.
desayuna relativamente en silencio, escuchando lo que sus amigos tienen para decir y hablando solo cuando es necesario.
su mente se siente confusa, recordándole muy gráficamente lo que hizo en la noche junto a su compañero de habitación. la vergüenza se apodera de él al pensar en las posibilidades de que alguno en la mesa los haya escuchado, o visto.
realmente no sabe cómo verá al pelinegro a la cara luego de lo que hicieron en la habitación.
y entonces es justo ahí cuando lo ve salir del ascensor, con los cabellos húmedos por la ducha y ropa limpia. es como un recordatorio de que la suerte no está de su lado.
el menor no camina hacia ellos, va a pedir su desayuno primero. nota, de igual forma, como parece buscar algo o alguien, con la mirada.
se esconde detrás de esteban, que está frente a él, sin levantar sospechas. ninguno en la mesa parece estar prestándole tanta atención como para notarlo.
y así pasan los siguientes minutos, hasta que finalmente él y blas conectan miradas. el pelinegro le sonrié mientras comienza a caminar hacia su mesa, poniéndolo nervioso.
los demás comienzan a llamarlo cuando se percatan de su presencia, saludándolo con entusiasmo una vez que llega a ellos.
—buenos días, pendejo.—la voz alegre de esteban llena sus oídos.—por fin te levantas.
—dejame en paz.—pide el menor mientras se acomoda en la silla. sus miradas se encuentran una vez más.—estoy muy cansado hoy.
—¿cansado de qué?—pregunta esta vez felipe mientras le golpea la espalda sin mucha fuerza.—¿qué hiciste anoche?
cuando sus ojos chocan contra los del otro, siente que su desayuno le sube por la garganta. se siente casi descompuesto. una ola de calor lo recorre, sintiendo particularmente sus mejillas y orejas calientes.
—no hice nada.—responde el otro.
y puede escuchar que la conversación sigue, pero él ya no les presta atención. apenas los oye en susurros distorsionados.
baja la mirada a su propio desayuno, evitando mirar a blas. es difícil, ya que se encuentra justo frente a él.
siente que puede morir a causa de la mezcla entre vergüenza y otros sentimientos.