"My Boy" [DNF One-Shots]

Acceptance

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Tal vez era muy molesto, o tal vez era muy intenso. No lo sabía con exactitud.

Claro, te confunde que todas las personas que has amado con todo tu corazón, te hayan traicionado cruelmente sin una pizca de piedad a tu ser.

La soledad se había hecho una cosa más en su rutina, mientras que sus ojos se veían cansados y sin ese brillo que desprendían en sus buenas épocas, donde era únicamente feliz.

Su familia lo había mirado con desprecio y asco en esa noche oscura e ruidosa en las amplias calles de Florida. Los ojos de su madre reflejaban decepción al igual que los de su padre. De un momento a otro, su madre empezó a desprender lágrimas y su padre aguantaba las ganas de gritarle las cosas al oído.

Esa misma noche, Clay Wastaken, fue rechazado por su familia e por sus seres queridos, echándolo del hogar donde había pasado toda su vida.

Se sentía miserable, no tenía nada que hacer o ser. Se sentía inútil.

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Los rayos del sol golpeaban a su rostro con brutalidad. Sus pestañas aleteaban cómo las alas de un ave en una suave brisa de verano, escapando de los cazadores sedientos de su cuerpo.

Sentía cómo su teléfono vibraba registrando los mensajes de su mejor amigo ofreciéndole un trabajo en su cafetería/ restaurante, le interesaba, le interesaba bastante. No podía mentir, siempre tuvo mucho interés en la gastronomía.

Sus cabellos dorados reflejados por el sol, permanecían por su frente llegando a chocar con sus ojos, haciéndole sentir un cierto picor, siéndole molesto.

—Creo que debo ir con Philza.—Pensó en voz alta.

Philza fue el primer ciudadano que lo atendió al llegar a Londres, con las maletas en ese hotel barato que encontró por internet. Ambos se hicieron amigos al instante y Clay se había sentido en un cálido hogar.

Su cabello crecía con rapidez cosa que a él no le agradaba. Para su suerte, Philza era un peluquero con muy buen currículum en el pequeño pueblo en el que fue.

Después de pensar por una hora entera si realmente era necesario levantarse ese día, se levantó, pero de mala gana.

Con pesadez se dirigió a la cocina a prepararse el desayuno. Cuándo era más pequeño, los sábados a la noche preparaba con la ayuda de sus padres la cena de ese día.

Un sabor agrio inundó su estómago al recordar cuando su familia aún lo quería. Agitó la cabeza quitándo aquellos malos pensamientos volviéndose a su comida.

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Colocó el bolso en su hombro y se dirigió a la ubicación que le dio su amigo, era un restaurante cálido y familiar, familias de más de cinco integrantes visitaban el lugar. Para él era muy reconfortante ver a las familias, unidas, entre risas encantadoras resonando por sus oídos formando una dulce melodía que podía escuchar todo el día, fascinado por su encanto.