*LA DESOBEDIENCIA*

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Pedrito había desobedecido a su madre:
—¡Hijo mío, vete a dormir la siesta y no salgas a jugar sin mi permiso! ¿entendiste?
—¡Está bien mami!
A sus ojitos le costaron pegarse, y su pequeño cuerpo era un motor inagotable, que le hincaba sin cesar.
Desde su camita creyó que dar unas vueltecitas por ahí no tendría nada de malo.
Así lo pensó, y aguardó a que su mami fuera a su cuarto para la siesta.
Cuando verificó que no había moros en la costa, a hurtadillas se escabulló sin que nadie se percatara.
Se lo vio brincando tal cual un cabrito por la vereda, y cayó en la casa de su amiguito.
Golpeó la puerta trasera de la habitación de Juancito, quien se hinchó de euforia cuando lo vio. Ambos tenían muchas cosas en mente. Jugar y jugar, sin mirar a qué, ni a quién.
Juancito tuvo una "fabulosa idea"
—¿Oye Pedrito, que tal si vamos a la casa de Anita?
—¡Pero su casa está un poquitín lejos!
—¡Ayyy, ni tanto así!
—¡Listo, vayamos!
Así entonces, se reunieron los tres y no demoraron en ir hasta el viejo túnel, a unas cuantas cuadras de la casa de la señorita.
El lugar era muy amplio, con miles de árboles y sitios para explorar. Además podrían hablar en voz alta, o cantar cuanto quisieran, sin que nadie los fastidiara por ello.
—¡Juguemos a las escondidas! —propuso Pedrito muy exaltado.
—Está bien, pero, ¿a quien le toca empezar? —brincó Juancito.
—Anita, ¿puedes contar, tú? Juancito y yo nos esconderemos.
—¡Está bien!
Uno; dos, tres... Mientras ella estaba ocupada en la cuenta, con las manitos cubriendo sus ojitos, y apoyada en un árbol, los dos chicos salieron disparados como liebres para ocultarse.
Juancito fue a un viejo depósito, cuya puerta había sido arrancada de alguna manera, tal vez por pandillas, hace mucho tiempo, pues las hierbas y algunas lianas hicieron su pequeño mundo ahí.
Por su parte, Pedrito voló hacia el viejo túnel. Su entrada era circular y conducía a algún lugar inexplorado, que pocos se atrevían averiguar. Según se rumoreaba, vivían bandidos o aparecían fantasmas, entre otras cosas. No obstante, nunca se constató sobre tales afirmaciones.
Aún con todo lo mencionado, él se Internó con la valentía de su súper héroe, puesto que no creyó que una niñita se atrevería a buscarlo allí.
—¡Diecinueve, veinte...ya terminé la cuenta! —gritó Anita, y fue corriendo de aquí para allá, buscando a los chicos.
Por otro lado, Pedrito había ido bien al fondo del túnel y estaba oscuro, apenas distinguía a su alrededor, aún así no se acobardó en absoluto.
En ese tiempo, se oyó —¡Te atrapé! —Anita había encontrado a Juancito. Pedrito sonrió para sí. Ya suponía que no lo encontrarían en su escondite.
De sopetón, le taparon la boca desde atrás. No tuvo oportunidad de gritar, debido a que una mano grande y fría lo oprimió con tal fuerza, y le fue imposible voltear.
En el acto, lágrimas brotaron de sus ojitos y una venda de tela gruesa le cubrió el rostro. Quedó en total penumbra y enardeció en berrinches.
—¡Shhhht, para de gimotear mocoso! —era una voz áspera de algún señor, cuyo resoplido y crujir de dientes perturbó al pobre chiquilín. No soportó tal panorama sombrío, y se meó encima.

En ese ínterin, Anita y Juancito vociferaron a pulmón —¡Pedrito, Pedrito! ¿donde estás? —ya se hacía tarde. Sus pequeños rostros parecían tomates humedecidos entre el desespero, porque su amiguito no aparecía por ningún lado.
Como temieron lo peor, fueron corriendo a la casa de Pedrito a contar sobre lo sucedido. Por supuesto esperaban castigos y ambos lloraron, dado que eran conscientes de su mal obrar.

Una vez en la puerta de la casa de Pedrito, con los corazoncitos palpitando a mil revoluciones, no se decidían a tocar el timbre. El sol ya se ocultaba entre los tejados, y una cabeza se asomó entre las cortinas de la ventana que daba a la calle.
No demoró en abrirse la puerta y cuando vieron a la madre de Pedrito, empezaron a gimotear. A Juancito le temblaban las piernitas.
—¿Qué horas son estas de llegar? —gritó ella.
—¡Es..este, algo malo ocurrió! —Anita farfulló entre llantos, pues la señora la miraba con malos ojos. Juancito no quiso dar la cara y quedó atrás con la cabecita mirando al suelo.
—¡Éntrenle ya!
Con las cabecitas gachas, los inocentes niños arrastraron los piececitos, como acusados a punto de enfrentar a la Santa inquisición. Se imaginaban la terrible reprimenda que se llevarían.
Dentro de la casa, muchas miradas estaban clavadas en sus caritas llenas de lágrimas.
De entre los presentes, les sorprendió ver a don Esteban, el señor que acostumbraba distribuir hortalizas a domicilio. Su rostro permanecía fijo en ambos, como queriendo culparlos de su mal proceder.
—Cuando vi al muchachito corriendo de aquí para allá, por el vecindario, supuse que había huido de casa —miró a los niños —¡Jamás lo había visto solo en la calle! —concluyó el anciano.
—¡Además el señor tuvo la gentileza de vigilarlos, porque los vio yendo lejos! —espetó la mamá de Pedrito.
Sorpresivamente desde atrás de ella, dio un paso al frente el mismísimo Pedrito.
Los ojitos de ambos saltaron de sus caritas boquiabiertas, no sabiéndose si era por el asombro o de la alegría.

                                             Fin

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⏰ Última actualización: Feb 25 ⏰

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