Decisión

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Una semana había pasado desde que InuYasha le develó la verdad. La más dolorosa e inesperada verdad.

Aún no lo podía asimilar, pues por su mente pasaba el recuerdo de su esposo confesándole que se había enamorado de alguien más. ¡Alguien más! Esto debía ser una maldita broma, ya que supuestamente él se encontraba feliz con la confirmación de que sería padre. Porque realmente estaba feliz, ¿cierto?

Kagome se hizo un bollo sobre el futón, mientras se movía levemente pensando en lo que iba a hacer. Pensando en lo que haría sola con el hijo que era de los dos. Aunque, pensándolo bien, ese hijo no era de él. O eso fue lo que su amante le confirmó.

«Sesshōmaru...» pensó, tocando sutilmente su vientre. Acariciando al pequeño cachorro que se formaba dentro de su ser.

La sacerdotisa siguió contemplando a su pequeño, al mismo tiempo que recapitulaba cada una de las acciones que por largo tiempo no les dio importancia. Aquellas que parecían sin sentido, pero que fueron las piezas principales que armaron el rompecabezas que destruyó su matrimonio.

Su feliz y falso matrimonio.

InuYasha la había lastimado, humillado y pisoteado, ya que se casó con ella estando enamorado; pero sus sentimientos no le pertenecían a ella, sino a ese ser que le robó el aliento y la razón.

Entonces, ¿por qué? ¿Por qué le pidió regresar? ¿Por qué le pidió matrimonio? ¿Por qué se casó? Si en su corazón ya existía alguien más. Por su cabeza no dejaba de pasar el momento exacto en el que decidió dejar todo atrás y saltar en ese pozo de huesos que la regresaría al pasado.

No obstante, cuando eso sucedió se suponía que había sido por el poder del amor, ya que el pozo únicamente se abrió para que ella se reencontrara con el amor. Con su verdadero amor. Así que, entonces, ¿qué pasó? ¿Cómo es que el pozo la dejó pasar si el hanyō ya estaba enamorado de alguien más?

A no ser que...

—Niña insolente, cómo te atreves a jalonearme dentro de esta pocilga —refutó un diminuto demonio verde—. Este lugar es asqueroso.

—Señor Jaken, no sea grosero. El señor Sesshōmaru nos dijo que quería venir aquí —dijo una sonriente señorita. Rin ya no era una pequeña niña; sin embargo, su pureza mantenía intacta su inocencia—. El amo está preocupado por eso murmuró que vendría para acá.

—Aparte de todo eres metiche, mira que traerme aquí solo porque el amo bonito susurró algo. Yo creo que ni siquiera escuchaste bien —espetó, viendo con desprecio a la mujer que yacía en el futón sumergida en su dimensión—. Esta humana es patética, mira lo deplorable que está. El amo de seguro quiere ma-

—¡Cállate! —exigió Sesshōmaru, cuando entró en la habitación en la que estaba Kagome—. Vete de aquí y llévate a Rin.

—Co-como usted ordene, amo. —Jaken tomó de la mano a la jovencita para arrastrarla hasta la salida. Quien antes de seguirlo abrazó con fuerza a su señor y este le acarició el cabello. Él jamás le haría un desprecio a su pequeña, pues ella era como una hija que adoptó y le enseñó que los sentimientos puros también vivían en su corazón—. ¡Ya, vamos! Amo bonito, estaremos en el bosque; no nos olvide, por favor.

Fue lo último que el demonio dijo cuando cruzó la puerta de la choza. Sesshōmaru ni se inmutó, solo se acomodó su majestuoso cabello antes de sentarse en el suelo. Él, el demonio más poderoso de la región, se tiró al piso de madera para acunar a su amada.

Sesshōmaru la cargó en sus brazos y sin decir una palabra dejó que descansara sobre su pecho. Acariciando con cuidado su vientre, ya que su cachorro se movió cuando él la cogió. Dejando en evidencia el poder que poseía el pequeño; incluso dentro del cuerpo de su madre.

Tú, eres mía [SesshOme]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora