Capítulo 8. Óscar

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Después de pasar toda la tarde encerrada en la habitación de invitados, Luz decidió que era el momento de volver a la vida real. Había oído a los niños llegar, corriendo escaleras arriba hasta su habitación. También había escuchado los pasos más calmados de Ainhoa detrás de la puerta, y un murmullo hueco al otro lado de la pared. Se dio cuenta de que el sol estaba a punto de esconderse. Cuando subió a su cuarto después de la entrevista, el sol todavía se encontraba en uno de sus puntos más altos. No había comido, aunque la pelirroja había llamado a su puerta. Interpretó su silencio como respuesta y no había vuelto a intentar ponerse en contacto con ella en toda la tarde.

La morena se levantó del colchón, aún con la ropa de calle, y miró la hora en su móvil. Eran las siete y media de la tarde. Quería darse una ducha. Eso siempre la ayudaba a despejarse. No sabía qué clase de magia terapéutica tenía el agua caliente, pero no había día que no le funcionara cuando lo necesitaba. Abrió la maleta y sacó el pijama y la ropa interior. Resopló al ver sus prendas. Si su estancia en aquella casa iba a ser indefinida, tenía que salir de compras impetuosamente.

Al salir al pasillo, escuchó música de fondo. Provenía de la planta baja. Según descendía los escalones, el volumen aumentaba. Óscar y Alicia estaban sentados en el sofá, viendo los dibujos en el televisor mientras merendaban. Cerca de ellos, frente a la puerta, Ainhoa estaba doblando ropa. La niña había hecho un comentario que Luz no había alcanzado a escuchar, pero vio la sonrisa que se le formaba en la cara a la pelirroja, que respondió de vuelta. La morena alcanzó el umbral de la puerta y se apoyó tímidamente en el marco. La otra mujer enseguida reparó en ella.

—Luz —dijo. Su expresión cambió por completo.

Al escuchar a su madre llamarla, los pequeños se giraron en el sofá para verla casi al mismo tiempo. Era incómodo para la chica sentir todas esas miradas sobre ella. Se sentía demasiado expuesta.

—Perdona, Ainhoa, no quería interrumpir lo que estábais haciendo —trató de sonreír a los niños, pero el gesto no produjo ninguna reacción en ellos, así que volvió a dirigirse a la otra—. Me gustaría darme una ducha.

—Claro, es verdad, no te he dicho dónde quedan los baños —se levantó, dejando a un lado la ropa—. Niños, ahora bajo.

Luz dejó pasar a la chica. Su perfume se quedó entonces en el aire, dejando a la morena un tanto descolocada al principio. Era agradable y, al mismo tiempo, familiar; era dulce, pero no empalagoso. Enseguida la siguió.

—Tenemos dos baños: el de los niños, que es ese de ahí —señaló a una puerta junto al cuarto de Óscar y Alicia— y el n... bueno, el mío —titubeó, entrando en su habitación.

Los baños en el interior de las habitaciones siempre le habían parecido una pésima idea a Luz. Aunque entendía el motivo y la comodidad, no dejaba de parecerle extraño y, especialmente en ese instante, incómodo.

Antes de dejarla sola para que pudiera ducharse, Ainhoa volvió a dirigirse a ella:

—¿Estás mejor?

La morena se giró para hacerle frente. En su rostro pudo leer una expresión de genuina preocupación. No estaba preguntando por cumplir, por hacerle la estancia más fácil, no. Lo hacía porque Luz, aunque ya no era la misma, le importaba. Y eso, de una forma u otra, reconfortaba a la chica.

Asintió.

—Sí. Perdona que haya estado desaparecida toda la tarde. Necesitaba tiempo para mí.

—Es normal —dijo la otra, cruzándose de brazos. Siempre lo hacía cuando hablaba con ella, como si así pudiera proteger su corazón.

—Lo siento, Ainhoa. Para ti también debe de ser difícil esto.

La pelirroja suspiró.

—Pero tengo que hacerlo. Es por los niños. Siempre te agradeceré el gesto, de verdad.

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