Diario de Olaf

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Olaf, un chaval demasiado sincero y eso, en esta escuela resultaba ser un verdadero problema y creo que él era consciente de ello. Cuando alguien es demasiado inocente, resulta difícil ayudarle a tratar con temas serios.

Su historia no era mejor que la de los demás, pero tampoco era peor. Todos aquí lo hemos pasado mal en algún momento y en el caso de Olaf, esa etapa fue cinco años antes de empezar en esta escuela.

Si tú te paras a pensar en todo lo que has hecho en los últimos cinco años, probablemente saques un montón de cosas y te percates de que efectivamente, ese tiempo da para mucho, pero claro, todo pasa tan rápido que te parece que esas cosas pasaron hace dos años como mucho. En nuestro o caso, o esta vez, en el de Olaf, cuando te sucede algo como lo suyo, esos cinco años no se te hacen como si fueran dos, sino como si fueran diez. Todo pasa más lento, tu miedo incrementa y las ganas por mandarlo todo a la mierda también. Hay gente como yo, que sí, que lo mandó todo a tomar por culo, pero él no, porque detrás de esa persona inocente, había alguien muy fuerte, de hecho, me arriesgaría a decir, el más fuerte de todos los que estudiamos en esta escuela, pero claro, hablo de fuerza mental, no física.

En el mes de septiembre de hace cinco años, después de la buena vida que siempre había llevado Olaf, escolar y personal, fue a una fiesta a celebrar que por fin cumplía los dieciocho años. Su verdadero cumpleaños era en agosto, pero puesto que estaba fuera por vacaciones, no pudo celebrarlo con sus amigos, aunque, a lo mejor, hubiera sido mejor no celebrarlo nunca.

La discoteca era enorme y estaba en el centro de la ciudad. Estaba llena de gente, pero, aun así, nada les impidió pasarlo de puta madre.

Los amigos de Olaf se encargaron de pedirle los cubatas, puesto que él no tenía ni idea de que combinaciones estaban mejor o peor.

Desde antes de que comenzaran a beber, ya la mayoría se encontraban bastante graciosos. No paraban de reír y reír sin contexto y Olaf, en vez de extrañarse, les siguió el juego. Si no fuera por su inocencia, a lo mejor se hubiera dado cuenta de que no tramaban nada bueno.

Aquella noche lo pasó genial. Bebió, bailó y ligó con un par de chicas que no había visto en su vida. No iban a la misma universidad que él, pero, aun así, no le costó liarse con ninguna de las dos. Iba tan sumamente pedo, que ya se olvidó hasta de su propio nombre.

Mientras bailaba, su copa se había quedado encima de la barra, pero con su nombre escrito con rotulador, para que nadie se equivocara. En un momento en el que se encontraba parado mirando a la copa entre toda aquella gente, vio como uno de sus amigos le echaba algo a la bebida. No sabía muy bien que era, pero no tenía buena pinta, por lo que cuando este amigo se marchó con una sonrisa malévola, se acercó, borró su nombre e intercambió la copa por la de su amigo, ya que se encontraban prácticamente juntas. Si le había echado algo malo a la bebida, tendría su merecido.

Olaf bebió una vez más antes de salir a la pista de baile de nuevo. Al hacerlo, su amigo se acercó a la barra para dar un trago a la bebida y ahí, en ese mismo instante, la vida de Olaf se había arruinado para siempre.

Algo se chocó contra el suelo generando un estruendo que hasta el propio DJ fue capaz de escuchar y bajó el volumen de la música para que todo el mundo se enterase de lo que estaba pasando.

Cristales rotos y una persona desplomada se encontraban bajo la barra de bebidas. Nadie sabía que había pasado exactamente. Además, debido a que todos estaban borrachos, nadie entendía nada. Él único que pareció preocuparse de verdad fue el mejor amigo de la persona que se encontraba tirada en el suelo. Se lanzó a él entre lágrimas para poder comprobarle el pulso y efectivamente, ya no tenía. Había muerto y no había sido un accidente. Lo habían envenenado.

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