5. Bombeando.

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― ¡Para ya, gilipollas!

Mientras corre a toda velocidad, Gustabo siente que la piel de sus talones se desgarra. La fricción constante provoca un par de muecas en su rostro. El sudor que corre por su frente es tan molesto como la restricción que sus pantalones favoritos imponen a sus rodillas, pero nada se compara con la incomodidad del bulto en su entrepierna presionando con cada zancada. Ni siquiera puede compararlo con los insoportables rayos ultravioleta que lo persiguen por el borde de la carretera.

Sabe que dejó a su Mary varada a más de treinta metros de distancia una vez que el criminal salió corriendo del depósito de chatarra. Admite que la culpa fue suya por detenerlo en el suelo después de inmovilizarlo. Entiende que la naturaleza rutinaria de su trabajo puede llevarlo a suponer que todos cooperarán con el procedimiento, pero no es precisamente la velocidad a la que corre el joven o la incomodidad de su chaleco antibalas mientras lo persigue lo que hace que todo suceda demasiado rápido como para comprenderlo por completo.

La sensación de cosquilleo en la ingle le obliga a detenerse en un movimiento brusco, mientras la espalda cubierta de tierra del fugitivo desaparece entre los arbustos que rodean la zona residencial. Se queda observando la peculiaridad de los saltos distantes que esquivan con habilidad la invasión de maleza que se transforma en un manojo seco a medida que cede. Gustabo permanece allí durante unos segundos, con las palmas de las manos presionadas contra las rodillas, mientras el zumbido reverberante de los destartalados coches norteños llena sus tímpanos. Espera ansiosamente el regreso de la sangre que se hubo escapado hacia abajo, bombeando su camino de regreso a su órgano vital.

Sus ojos son los encargados de tratar de sacarlo de apuros una vez nada de eso sucede. Las tiendas circundantes no son más que fachadas ambiguas que no revelan ninguna señal de vida. Gustabo siente que perderá el equilibrio a merced de quien sea lo suficientemente misericordioso como para recoger su cadáver allí en Paleto, por lo que pronto se acerca a la puerta corroída de un lugar que distingue como una tienda de autoservicio. No pide nada más que un lugar apartado donde pueda detenerse y pensar, pensar, pensar.

Será un vago recuerdo haber girado en el último momento hacia el pequeño cobertizo a la derecha de la tienda, con sus respectivos letreros oxidados sobre la obvia bifurcación. Siente la garganta seca, la nuca fría y le tiemblan los dedos mientras el cubículo que le espera se traga todo ruido externo, aislándolo junto a un inodoro roto en su base y un lavabo lleno de baba y manchas. Es esta misma separación del ambiente caótico de una tarde en el norte lo que le da un momento de claridad tan pronto sus manos tocan extasiadas la hebilla de sus pantalones. La pequeña curva del cuero se forma y se detiene cuando su barbilla presiona contra el comienzo de su cuello y sus ojos miran hacia el pequeño dispositivo unido al centro de su chaleco.

La bodycam.

Con un sentido de urgencia, retira las manos de su cuerpo como si estuviera en llamas. Se muerde el labio inferior y frunce el ceño, parpadea cansado. Una exhalación rápida le otorga suficiente libertad para separar el dispositivo de la placa magnética, incluso después de presionar el dramático interruptor que detiene la grabación. La deja sobre el soporte del inexistente papel higiénico a su izquierda porque Gustabo no confía del todo en su capacidad para proceder con sus acciones previstas si el peso de ese objeto sigue colgando de él.

No recuerda haberse sentido así antes. La sensación es similar a un estado de embriaguez que no le deja escapar en medio de los pitidos y la estática de la radio en su hombro. No se detiene a pensar que tal vez pueda escuchar a Isidoro si decide sintonizar su frecuencia. Se imagina que será rápido una vez que sus manos se vuelvan a colocar en el cinturón. Lo desabotona y baja la cremallera hasta que su ropa interior le da una imagen clara de su miembro hinchado, y, mientras se cuida de soltarlo con la precaución necesaria para no asustarse y huir despavorido de allí, Gustabo reza a todos los dioses para que nadie tome su silencio y la ausencia de su registro visual como una posible amenaza a su vida.

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⏰ Última actualización: Mar 01 ⏰

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