Crecí en un barrio pobre de Nueva York. Mis padres llegaron de Napoli cuando yo estaba en el vientre de mi mamá, así que no conocía otra vida que la de Harlem. Yo fui el primer hijo, pero pronto seríamos 6 hermanos, en una habitación con baño de una pensión bastante desagradable. Diría que mi infancia fue triste, pero sería una media verdad. Mi madre era muy amorosa y pocas veces nos golpeaba, a diferencia de las madres de mis amigos. Mi padre, en cambio, era muy serio, reservado, y tenía una idea de la moral que me marcaría para siempre. Ante el mínimo signo de debilidad, me golpeaba con un zapato o con su cinturón. A veces, con un tablón. En casa, llorar estaba prohibido, y no podíamos acusarnos entre nosotros; ese era el peor pecado.
Conforme fui creciendo, empecé a notar que éramos muy pobres. Sobre todo cuando pasó lo de mi hermano pequeño. Antonio era un chico moreno y chaparro, el que más se parecía a papá. Yo no tendría en ese momento más de 13 años, pero descubriría que la vida es dura. Antonio enfermó, repentinamente, de una diarrea que no se detenía. Mamá probó remedios caseros, porque no teníamos dinero para el doctor. Sacaron a mis hermanos de la casa y los llevaron con Ginna, una vecina viuda, que no tenía hijos; ella los recibió. Yo me quedé para ayudar. Poco a poco, vi como la vida de mi hermano pequeño se acababa. Quería llamar a un doctor, hacer algo, pero no podía. Entonces lo entendí, los pobres no teníamos derecho a la vida, solo podíamos apagarnos y abandonar este mundo.
Luego de la muerte de Antonio, la vida siguió, como si nada hubiese pasado. Luego comprendería que siempre es así. Papá trabajaba, mamá atendía la casa y nosotros íbamos a la escuela, en la que no aprendíamos nada. Pronto decidí que no quería estudiar más, que me dedicaría a trabajar, que igual la gente como yo no tenía futuro es los estudios y no había universidad para el italoamericano de Harlem. Antes de los 16 ya trabajaba en el puerto, como estibador. A pesar de mi edad, era alto y fuerte, por lo que podía con el trabajo. Esto me permitió un poco más de libertad. Mi papá me recalcó que yo era un hombre apenas pasé de los 12 y ahora, que ganaba mi propio dinero, me permitía ser más independiente, mientras ayudara con los gastos. De todas formas, su actitud dominante y sus malos tratos eran constantes, por lo que quería largarme de la casa. Lo único que me impedía hacerlo era mi madre, mis hermanos y que necesitaba ganar algo más de dinero. Bueno, a veces también pensaba en Ginna.
Ella nos empezó a visitar después de la muerte de Antonio, nos llevaba cannolis y otros postres napolitanos. Al principio, no le prestaba demasiada atención, pero conforme crecía empecé a descubrir que tenía un atractivo particular. Tenía poco más de 30 y no tenía hijos. Mamá siempre le aconsejaba que se volviera a casar, que una mujer necesita tener a su lado a un hombre, pero Ginna le decía que ella no, que ya había tenido al único hombre al que necesitaba. Ginna tenía los ojos verdes y su mirada era intensa.
Por la época en la que trabajaba como estibador, poco antes de conocer a Pellegrini, noté que ella me miraba mucho. Ginna solía pasarse por la casa poco después del mediodía, pero empezó a hacerlo por las tardes, cuando yo llegaba del puerto. Aprovechaba cualquier oportunidad para acercarse a mí, me pasaba una mano por el brazo o me la colocaba en la espalda baja. Al principio, pensé que era mi imaginación. Me costaba dejar de verla como aquella mujer que me sacaba una cabeza, aunque ahora era al revés. Además, aunque parezca increíble, a los 16 era muy tímido con las chicas.
Una tarde, cuando llegaba del trabajo, Ginna se acercaba a mi casa y nos encontramos en el pasillo. Presentí que no había sido un accidente, pero deseché la idea casi de inmediato.
-El pequeño Luca. Bueno, ya no eres pequeño -Al decir esto, clavó sus ojos en mí, con intensidad-. ¿Cómo estás hoy?
-Bien, fue un día fuerte en el trabajo, pero nada del otro mundo.
-Seguramente cargas cosas muy pesadas en el puerto. Eres un chico fuerte -Ginna se acercó y apretó mi brazo con sus dos manos. Sentí que un corrientazo me recorría la espalda y mi verga se endureció un poco. Podía oler su perfume, suave. Yo estaba sucio, sudado, pero no era algo que me preocupara. No le dije nada, estaba paralizado-. Sabes, iba a traer unas galletas para los niños, pero se me olvidaron en casa. ¿Me acompañas a buscarlas?
-Sí, claro. Vamos. -Le dije, muy nervioso.
-Pero tienes que caminar, la casa no va a venir a buscarnos. -Sonrió, sus dientes estaban un poco disparejos; nunca lo había notado.
Cuando la seguí hasta su casa, no pude evitar mirar su trasero. Era redondo y regordete, aunque su cintura no era ancha. ¿Por qué nunca lo había notado? Al entrar a su casa, cerró la puerta tras nosotros y pasó el seguro.
-Vamos, las galletas están en el horno. -La seguí hasta la cocina. Cuando abrió el horno, Ginna levantó un pie hacia atrás y mis ojos trazaron una ruta desde su pie, subiendo por su pantorrilla y deteniéndome en su trasero, que se veía apretado dentro del vestido, aunque la falda no era ajustada. Era una mujer pequeña, con curvas acentuadas y una hermosa piel aceitunada. Era napolitana.
-¿Necesita ayuda en algo? -Le pregunté, sin saber muy bien qué hacer.
-Ahora que lo dices, sí. Necesito bajar algo de mi armario, un chico fuerte y alto como tú podría ayudarme -Ginna dejó las galletas en la mesa y me condujo a su habitación. Tenía un armario no muy alto, una cama individual y una peinadora. Todo estaba muy limpio y ordenado-. Esa caja, ¿la puedes bajar para mí?
Cuando me estiré para alcanzar la caja, sin esfuerzo, sentí como dos manos me rodeaban por la espalda y se posaban en mi entrepierna. Mi verga, que ya estaba dura, se tensó aún más. Sentí como sus dedos acarician la longitud de mi miembro y tragué saliva. Ella desabrochó mi pantalón, mientras yo seguía con las manos en la caja, en silencio. Sacó mi pene y lo apretó con ambas manos.
-Ya no te diré más "pequeño Luca", vaya que estás grande -Ginna se rió con lujuria, y empezó a mover sus dedos sobre mi cabeza. Sentí que un calor desconocido salía de mi pecho, algo que no había sentido cuando yo mismo me tocaba. Dejé la caja en su lugar y me di la vuelta. Ella sonrió cuando la tomé por el cuello. -Sí, eres un chico fuerte. Lo eres...
¡CONTINUARÁ!
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Aves de paso
Художественная прозаLuca Paretti fue un cobrador para las apuestas en Harlem del Este, fue un tirador para la Camorra durante la guerra contra la Mafia Siciliana, fue un traidor y un informante, fue leñador, fue guardaespaldas sin licencia en Las Vegas... Hizo todas la...