Todas las mañanas me levanto y lo primero que hago es sacar la cabeza por la ventana para oler las flores. Y es que me fascinan las flores, son lo más espectacular que pudo alguien inventar. No sé mucho de ellas, tan solo que me gustan. Dejo que el sol me acaricie y me quite un poco el frío, y bueno, abro la ventana para que mis flores entren. Si vieran a través de mi ventana entenderían porque el olor es perfume. Lo primero que encuentro en mi mesa cuando me despierto, un delicioso desayuno en la mesa. Lo disfruto con una flor en un pequeño recipiente color rosa, en medio de la mesa. Es hermosa, es perfecta. Me pongo mis botas, el impermeable amarillo y salgo. Solo yo vivo en esta casa. Soy el niño del pantano, de seguro has oído de mí.
Agua hasta los tobillos, camino en el fango. Luego hasta las rodillas, y luego, tan solo, empapado. Es mi trabajo, es divertido. Yo soy quien se encarga de recolectar todas las flores que hay en el pantano, prácticamente es lo único que debo hacer todo el día y todos los días, siempre en busca de un aroma en particular. Puedo reconocerlo, pero no me da su dirección, ni su sentido. Se esparce perfectamente a mi alrededor. Nunca lo siento más intenso o más leve, siempre es igual, y comienza cuando meto el primer pie en el agua. Debo conocer a esa fragancia cara a cara, es tan única y rara, creo que solo yo podría apreciarla. Digo, soy el único metido aquí en el pantano, ¿no es así?
Me sorprende tanto como es que esto ha pasado, pequeñas cosas pueden cambiarte la vida, te lo digo, a mi me cambió un olor, y no he necesitado ver como es, o de donde proviene, su color, su tamaño o su forma; solo he necesitado recibir lo que me ha querido dar. Después de mucho tiempo he dejado de buscarla para encontrarla, lo hago para que sepa que me interesa, aunque nunca la llegue a tener en mis dedos. Ella siempre tendrá la libertad de aparecer cuando le parezca mejor, y mientras tanto, puedo aprovechar mis paseos en el agua. Flores, hojas, ramas para decorar, siempre hay algo que rescatar de estas aguas mientras espero mi amada fragancia. Aunque la verdad en un pantano no es que las esencias abunden e incluso me he puesto a pensar que mi sentido del olfato está un poquito desgastado. Deben existir lugares donde las flores sean más fragantes y deliciosas. La verdad no me importa, yo quiero esta, por algo ha crecido en mi pantano, debe estar sola como yo, aunque eso no signifique que me esté buscando, tan solo debe sentirse cómoda aquí.
Mientras más pienso en ella más rápido pasa el tiempo; es hora de comer. Salgo del agua y devuelvo las pocas gotas de pantano que han quedado en mis botas. Tengo un rincón donde siempre dejo la ropa mojada que después aparece seca y acomodada en mi habitación. Entro y me siento. El florero del comedor está vacío, aprovecho y coloco una flor nueva. La comida huele mejor con ella allí. Ya es tarde y no conviene volver a salir, así que voy a mi habitación, a hacer, pues no sé. Mis noches son llenas de flores. Tengo tantas, todas comparten conmigo sus esencias, y me gusta pensar que estas son sus experiencias, transformadas y emanadas. Las circunstancias las hicieron así. Mientras más problemas superaron, más fragantes se volvieron. Esto querría decir que la flor que busco cada día debe ser la más fuerte y hermosa de todas. Me la imagino totalmente independiente, no necesita que alguien como yo la cuide, pero de todas formas se hace presente, me llega, me toca, y me despierta con su aliento. Hora de dormir, siento algo hermoso para mañana, en mis sueños.
Y otra vez salgo, no me importa la comida, solo me coloco mi impermeable amarillo y mis botas. Me zambullo en esos brebajes oscuros y comienzo a buscar. Empiezo a percibir el fuerte aroma, como siempre que entro en el pantano, igual de fuerte, e igual de confuso. Siguen pasando las horas, y las oscuridades dejan el agua para tomar también el cielo. Regreso al muelle de mi casa y reposo allí, con los pies metidos en el agua, para seguir disfrutando de aquella delicia. Cierro los ojos, para concentrarme en lo que estoy haciendo, y de repente todo es claro. En mi cabeza se ilumina un camino, puedo distinguir el olor, ya no está en todos lados, pero solo lo distingo con los ojos cerrados. Entro al agua, unas gotas que caen en mi rostro me obligan a abrir los ojos, pierdo el camino pero solo por unos segundos; continúo. No sé donde estoy parado, pero es más intenso cada vez, y me abraza con más fuerza, estoy cerca. Siento que he llegado, y abro los ojos. Y lo que veo no tiene comparación. Es un pequeño y blanco capullo. Era independiente, había sobrevivido tanto tiempo, y fuerte, su aroma superaba kilómetros de otras esencias, pero igual continuaba cerrado. Me equivoqué, esta flor si necesita mi ayuda. Debo ayudarla a sentirse hermosa.
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LA ÚNICA FLOR DEL PANTANO
RomanceYo sé que me conoces, soy el niño del pantano. Colecciono hermosas y perfumadas flores, pero hay una que no logro encontrar...