EPÍLOGO

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Todavía con el pasar de los años le costaba creer todo lo que había sucedido, cómo comenzó y cómo estaba fluyendo. Era increíble, una historia fantasiosa capaz de dejar consternados a aquellos que se les fuera contada, sin ni siquiera darle la dicha de reaccionar correctamente. Una verdad tan extrañamente impresionante que los niños no dejaban de pedir repetición de aquel acontecimiento.

Aún las flores seguían tan coloridas como el primer día que despertó después de la noche catastrófica.

La brisa seguía tan cálida, como una caricia muda en su piel.

Y el pasto tan verde, adornado por las gotas de rocío de las lloviznas, haciendo una exquisitez al tacto bajo las plantas de sus pies. Jamás dejará de amar esa sensación.

De pronto no sabía por qué, pero el recuerdo de Noeul lo atenazó como una helada brisa.

Aquel Omega, una vez que sanaron sus heridas, había decidido irse por su lado. Peat no sabía nada de él. Lo último que vio fue cuando Noeul se subió en el barco con algunos pueblerinos que habían sobrevivido a la masacre.

Noeul había chocado su frente con la de él en ese momento. Transmitiéndole una paz inaudita, un escalofrío en todo su cuerpo. No pudo evitar sollozar

—Te quiero mucho... —Confesó Noeul, con una sonrisa tranquila antes de depositar un beso en su frente, dejando los labios ahí un rato.

—Yo también te quiero. Te voy a extrañar —musitó Peat, apenas coherente por los espasmos del llanto que oprimía su corazón.

—Igualmente. Cuídate mucho, y... Gracias Peat, gracias por todo lo que hiciste por mí. Jamás te olvidaré...

Peat lloraba como nunca lo había hecho. Atrajo a Noeul a su cuerpo, envolviéndolo con sus brazos. Hicieron un pacto sagrado, jurando que algún día volverían a verse.

Era la despedida más dolorosa que había tenido en su vida.

A fin de cuentas... Hizo un amigo, hizo un colega, hizo un compañero que compartía los mismos sentimientos que él, que había vivido sufrimiento.

Noeul ya sonreía con tranquilidad, Noeul ya no vivía agobiado, ni tampoco en aquella bruma de tinieblas dónde la melancolía lo tenían atrapado.

Noeul se marchó en aquel barco para darle inicio a una nueva vida, separado de todos los traumas y todo el dolor que le recordaba manejar una espada. De tener que ser un Omega cruel para darle miedo a los demás para defensa propia. Ahora sería él. Sería Noeul Nuttarat.

Y Peat tuvo que verlo irse. Derramó largas y constantes lágrimas por sus mejillas mientras el barco se alejaba cada vez más. Llevándose consigo un guerrero de la vida que aprendió a querer con toda su alma.

Se hundió en la melancolía mientras sus ojos estaban perdidos en aquellos dos alfas que combatían duramente a unos largos metros de él. Sin embargo, a pesar de estar sereno, en un extraño letargo, estaba al pendiente de que puedan llegar a lastimarse.

Escuchaba los gruñidos, el sonido metal de las espadas chocar entre sí, el olor agrio y amargo de alfas enojados.

Su nariz se frunció un poco por el disgusto, y su corazón dio un fuerte latido cuando vio como el alfa mayor rozó su espada por el hombro de la piel del chico más joven, sacándole un quejido de dolor al cortarlo un poco. Peat reaccionó de inmediato, alarmado. Se levantó del tronco dónde estaba sentado y corrió hacia ellos.

—¡Ya está bueno! —Se interpuso. Se dirigió a dónde estaba el alfa menor y lo tomó del brazo para poder ver su herida, la cual era algo profunda y sangraba un poco —Dios... Fort, me habías prometido que no habría sangre ni golpes fuertes.

Captain Thitipong - FortPeat (omegaverse)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora