Fué una mala idea salir.
Varios enfermos empezaron a perseguirnos y uno se acercó demasiado a mí. Le pegué un batazo en la cabeza y cayó al suelo. Casi hago arcadas por el olor nauseabundo que expidió.
Ethan y yo llegamos a una pequeña tienda de dulces.
—No sé tú, pero quiero comer algo dulce por última vez— dijo Ethan.
No entiendo por qué sigue hablando como si fuera a morir hoy.
—Yo me quedaré afuera por si algún enfermo intenta pasar— dije tomando el bate.
—¿Segura?
—Sí ve, ten la mochila y mete algunos dulces ahí, yo también quiero algunos.
—¿Eres alérgica a algo?
—No, así que toma cualquiera.
—Vale.
Me quedé la lado de la entrada de la tienda, estaba muy alerta por si algo se acercaba. Así pasó un rato, hasta que uno de ellos se estaba acercando a mí.
—Muérete— dije.
Le di con el bate en la cabeza y cayó al suelo, ahí le seguí golpeando la cabeza hasta que no quedó nada más que pequeños trozos de carne podrida y mucha sangre que parecía alquitrán.
—Guau, tranquila— dijo Ethan detrás de mí.
—Quería desahogarme un poco— limpié mi mejilla.
—Bueno, vamos a aquella tienda, ahí hay... armas.
—¿Antes de que pasara toda esta locura, esa tienda era legal?
—Es una tienda con cosas de cacería, así que me imagino que sí.
Tomé muy fuerte mi bate y caminamos a aquella tienda. Decidimos entrar ambos por precaución.
—Esta tienda es más grande de lo que pensé— dije en un susurro.
Ethan tomó una escopeta y una pequeña caja que supuse que serían las municiones. Yo me dediqué a tomar un par de repelentes, uno nunca sabe si nos toca pasar por algún bosque. Yo me fui a otro pasillo y mientras veía las cosas, se escuchó un ruido dentro de la tienda.
Me alarmé y puse el bate en alto.
—Psst, ten cuidado— dijo Ethan a mi lado.
Caminamos un poco más y vimos la fuente del sonido. Una estúpida rata.
Después de ese pequeño susto, Ethan y yo caminamos de vuelta a mi casa. Como dije, esperaré hasta hoy y mañana en la mañana a ver si llega mi padre, si no llega, tendré que ir a buscarlo, a buscarlos.
Por suerte en el camino no nos conseguimos con ningún enfermo, pero no nos atrevimos a ir a callejones oscuros o a tiendas que no tuvieran nada de claridad.
Llegamos a mi casa y matamos a dos de ellos que estaban al frente de esta. Nos apresuramos a entrar y le pasé el seguro a la puerta ya que estaba anocheciendo. El tiempo pasó volando.
Ethan puso la escopeta en la mesa de la sala y al lado las municiones. Yo me senté en el sofá individual y Ethan en el del frente.
—Bien, ahora a darnos un pequeño gusto en medio del caos— dijo abriendo la mochila.
—¿Qué metiste ahí?— pregunto sentándome a su lado.
—A ver, hay barras de chocolate blanco y negro, galletas, barras de avena...
—¿En serio? ¿Barras de avena?— reí.
—¿Qué? Son muy buenas, me gustan.
—Está bien abuelo, no te juzgo.

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Ellos
HorrorGayle, quien se quedó en casa de su padre como era de costumbre, no sabía que su vida cambiaría en una noche y que las cosas que amaba habían sido destruidas por un virus extraño que hace que las personas estén sedientas de sangre y carne humana. Po...