Buscando (Arreglado)

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En la quietud de la madrugada, cuando el alba estaba todavía lejana y la luna brillaba con fuerza en lo alto del cielo, un mensajero de las Altas Tierras llegó hasta las puertas del palacio con una carta sellada con el emblema de la Casa Glacial.

El mensajero, envuelto en una capa gruesa para protegerse del frío de la noche, se inclinó respetuosamente ante los guardias que custodiaban las puertas del palacio. Con gesto serio, entregó la carta al capitán de la guardia, quien la recibió con reverencia.

— ¿De quién es esta carta? —preguntó el capitán, examinando el sello con atención.

— Es de Lord Choi, mi señor —respondió el mensajero con voz firme—. Traigo noticias urgentes para la emperatriz viuda.

El capitán asintió solemnemente y, sin decir una palabra más, llevó la carta al interior del palacio.

[...]

Soobin y su madre solían beber el té juntos siempre todas las mañanas. Era una rutina que ambos secretamente despreciaban, pero que cumplían con diligencia y respeto. Sentados frente a frente en el elegante salón del palacio fingían una complicidad que no habían tenido desde que Soobin era un niño y su madre le contaba cuentos fantásticos sobre dragones y doncellas de blanca piel.

— Esta mañana recibí una carta de tu tío —comentó su madre luego de que los últimos sirvientes se retiraran del salón, rompiendo momentáneamente el usual silencio que acompañaba aquellas reuiniones con su voz serena.

Soobin arqueó una ceja con curiosidad, tomando la carta que le ofrecía su madre con gesto dubitativo. — ¿De qué se trata?

Su madre le ofreció una sonrisa taciturna mientras le entregaba la carta. — Tu primo vendrá de visita desde las Altas Tierras —prosiguió, y luego añadió con un toque de expectativa—: Ya debe de estar en camino. Llegará en tres días, tal vez menos.

Soobin la miró, sorprendido. — ¿Haru?

Su madre negó con la cabeza — Beomgyu.

Soobin sintió una oleada de emociones encontradas al escuchar el nombre de Beomgyu. Hace años, cuando aún eran niños, solían ser inseparables, pero el tiempo y las circunstancias los habían distanciado, dejando solo recuerdos borrosos de una época más simple y feliz.

La noticia de la visita de Beomgyu despertó en Soobin una mezcla de nostalgia y aprehensión. Aunque deseaba reavivar la cercanía perdida con su primo, también temía enfrentarse a las brechas que el tiempo había creado entre ellos.

[...]

Beomgyu llegó a Lunaris dos días después.

Iba acompañado solamente por un caballero de las Altas Tierra, lo cual era inusual. Alguien de su rango tendría que viajar con un séquito mucho mayor, al menos con diez o quince sirvientes y otros cinco o seis escoltas.

Al bajar de su caballo, ataviado todavía con una pesada piel de oso cubriendo su cuerpo enjunto y átletico, por un instante Soobin no pudo reconocer en él al niño curioso y despreocupado que solía visitarlos durante el invierno, huyendo de los despiadados y gélidos vientos de las montañas a las que llamaba hogar. En su lugar, el joven que se plantó frente a él para ofrecerle una profunda reverencia era serio y rígido, y se asemejaba más a los anónimos lords que viajaban desde reinos distantes para ofrecerle tributo que a alguien de su familia.

— Su Majestad — dijo Beomgyu sin mirarlo a los ojos.

— ¡Beomgyu! — exclamó Soobin acercandose a su primo con los brazos abiertos. — ¡Por la Diosa, deja las formalidades! ¡Ven aquí!

Yeonbin One shots (Pedidos Abiertos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora