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El día llegó a una velocidad vertiginosa. Esa noche no dormimos, mientras nos hacíamos promesas cargadas de esperanza. A estas alturas era lo único que nos quedaba. Porque lo habíamos intentado todo.

Así que cuando me despedí de Kaiden en el pasillo del juzgado, sólo tenía claras dos cosas: tenía que demostrar que Sean no era la persona que les había hecho creer a todos y tenía que hacerlo antes de que terminara el juicio de Kaiden.

—¿Estás bien? —preguntó Robert, levantándose de uno de los bancos de madera del interior del edificio al verme entrar.

No le había pedido que viniera. Tampoco que no lo hiciera. Había sido él quien me había enviado un mensaje preguntándome si podía venir. Supuse que era su forma de apoyarme.

Mentiría si dijera que no sentí nada al ver a mi padre decidido a apoyarme por primera vez en mi vida.

Pestañeé un par de veces, disipando cualquier rastro de las lágrimas. Sabía que cuando volviera a cruzar esa puerta mi destino ya estaría sellado. A veces hay que elegir cuando mantenerse firme y cuando llorar.

Y Sean ya me había hecho llorar demasiadas veces.

—Estoy bien —respondí—. ¿Linda ya ha llegado?

—Sí, está esperándote.

—Bien.

—Samantha —me llamó.

En realidad, agradecí que alguien me impidiera entrar en la sala en la que tendría lugar el juicio. Quedaban diez minutos y sentía que caminaba hacía mi propio funeral. Sus ojos marrones chocaron con los míos. Todavía me costaba acostumbrarme a esa nueva imagen: había sustituido los mocasines por deportivas —igualmente caras—, y los trajes por vaqueros y camisas. No se parecía al hombre que conocía y eso me gustaba.

—Dime.

Se acercó a mí y colocó ambas manos sobre mis hombros. Era el primer contacto que teníamos desde que había vuelto.

—Quiero que sepas que pase lo que pase ahí dentro, yo ya estoy orgulloso de ti.

No esperaba que dijera algo así. Y tampoco sabía lo mucho que necesitaba escuchárselo decir. Asentí con la cabeza, con el nudo en la garganta impidiéndome hablar.

—¿Puedo abrazarte? —preguntó dudoso.

Volví a asentir.

Creo que no fue hasta que sus brazos me envolvieron, que no me di cuenta de que era la primera vez que mi padre me abrazaba. Ni de lo mucho que lo había estado esperando. Llevaba toda la vida esperando que mi padre me abrazara así; con cariño y enorgullecimiento. Así que me permití a mí misma disfrutarlo. Un abrazo no odía arreglarlo todo, no haría desaparecer lo que no hizo, pero era un cicatrizante.

—Puedes hacerlo —afirmó antes de soltarme y dejarme continuar.

En la sala medio vacía, Linda, la abogada, esperaba en primera fila, colocando papeles encima de la mesa. Las manos me temblaban solo de pensar en que yo tendría que ir allí. Liessen y Lily se acercaron a mí al verme entrar. Ellas no necesitaban preguntar para abrazarme.

—Hola, cariño. ¿Estás bien? ¿Sí? —preguntó Liessen, analizándome de arriba a abajo.

—Sí —respondí.

—Lily y yo tenemos que ir primero al juicio de Kaiden, pero estaremos aquí a tiempo para declarar a tu favor.

—Decidle que le quiero, ¿vale?

A Bad Badboy || EN CORRECCIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora