Capítulo dieciocho

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Todo fue tan rápido para Mariet, pareció que todo sucedió en un minuto. La policía solicitó a los bomberos, los paramédicos sacaron a Mariet y a los demás para llevarlos a la ambulancia mientras ellos se encargaban de sacar a Voyage y extinguir el fuego.

Y Mariet se mantuvo con la mirada perdida, no estaba reaccionando a la situación, su mente trataba de asimilar lo que había pensado en hacer y lo que terminó haciendo. Mariet entró en la ambulancia y cerró los ojos un momento hasta quedarse dormida.



Horas después...En un centro médico en Dyker Heights

—Mariet...Mariet...Despierta, Mariet...—parecía la voz de su madre a lo lejos.

A Mariet le costaba abrir los ojos, se sentía adolorida, sólo podía sentir que estaba en una cama, no podía oír ningún ruido, estaba muy tranquilo todo, y por más que trataba de levantarse, ella sentía mucho peso encima de sus pies y un poco de dolor.

—Tranquila, de poco a poco, abre los ojos, pasaste por mucho.

—¿Mamá? —murmuró Mariet en voz baja.

Mariet abrió los ojos lentamente y vio a una mujer frente a ella. Era una mujer de unos cuarenta años, ojos verdes bajo grandes ojeras, de cabello lacio, rubio y corto hasta los hombros. Vestía con camisa blanca y de saco, pantalón y zapatos marrones.

—Buenas tardes, Mariet. Soy la detective Smith, ¿cómo se siente?

—¿Estoy en problemas?

—No, sólo quiero hacerle unas cuantas preguntas, sobre todo el alboroto del día de hoy.

—Estoy un poco cansada y agobiada.

—Sólo será un momento—respondió la detective sacando una grabadora de su bolsillo.

—Está bien, pero yo tengo una pregunta: ¿Qué pasó después? ¿Los demás están bien?

—El fuego se pudo controlar, sólo se quemó el sótano, pero sus amigos están bien, mi compañero, el detective Polanco está con ellos. Su padre y el otro hombre también están aquí, pero aquí hay preguntas sin responder, así que hablemos por favor.



Mientras tanto, en las habitaciones de al lado.

El detective Polanco era un hombre de cincuenta años, ya de aspecto de un hombre de la tercera edad, de cabello canoso, lacio y abundante que le llegaba hasta el cuello, tenía unas grandes cejas canosas, ojos azul oscuro y unas grandes, cuadradas y gruesas gafas. Vestía con un gran sacó negro que apenas dejaba ver su camisa azul, sus pantalones marrones, y llegaba hasta sus zapatos marrón claro.

El detective Polanco tenía que pasar a las tres habitaciones del hospital para el interrogatorio. En las tres habitaciones estaban: Sebastián, Kevin y Gary. El detective sólo dio un largo suspiro de fastidio mientras encendía su grabadora. Se asomó y analizó con quién ir primero: con el de la cara destrozada, Kevin; las manos rotas, Gary; o con el del disparo en el hombro, pero también el que no dejaba de comerse con gran placer la comida del hospital, Sebastián. Bueno, es obvio con quién tendrá que ir.

—¿En serio te gusta esa comida? —preguntó Polanco entrando a la habitación.

—No está tan mal. ¿Gusta? —preguntó Sebastián ofreciendo un poco de su sándwich.

—No gracias, vengo a hacerle unas preguntas, soy el detective Polanco.

—¡¿Cómo el programa de la NBC?!

Historia PausadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora