EL OBSEQUIO.

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  Esa noche, Minho revisaba las tareas de sus alumnos. Era profesor de economía en la Universidad de Busan. Había decidido adelantar algo de su trabajo hasta que su esposa Giselle regresara. Ella salió con unas amigas, como lo hacía todos los jueves. Minho no entendía por qué ese día en particular. Él siempre le decía que se reunieran los viernes, así él no tendría que desvelarse para esperarla.

 Las veces que Minho solicitaba algo, Giselle nunca parecía tener tiempo para él; siempre estaba inmersa en sus propios planes. Su voluntad era firme y obstinada, lo que hacía que rara vez cediera ante los deseos de su esposo.

 Minho se quitó los anteojos y se frotó la cara. Estiró sus piernas aún sentado. Ya estaba muy cansado. Miró su reloj y vio que ya pasaban de las doce de la noche. Giselle llegaba cada vez más tarde. Intentaría hablar con ella sobre eso, aunque sabía que probablemente terminarían discutiendo. Siempre que Minho se quejaba de algo, ella se ponía a la defensiva de inmediato y terminaba gritándole lo aburrida y frustrada que se sentía. Por eso, a veces prefería ignorar ciertas cosas para evitar problemas. No le gustaba pelear con su esposa.

 Se levantó de su escritorio y se encaminó hacia la cocina, planeando prepararse un sándwich. Al abrir el refrigerador, buscó los ingredientes necesarios, pero se encontró con una desagradable sorpresa: no quedaba nada. Solo vio un par de jitomates marchitos y una lata de soda dietética. Minho suspiró de frustración, resignado a tener que ir al supermercado nuevamente para abastecerse para la semana. 

–Maldición.  – murmuró para sí mismo.

Minho estaba a punto de retirarse a dormir y apagó la luz de la sala cuando escuchó la puerta principal. Giselle llegaba en ese momento. La observó detenidamente, sintiendo una incomodidad repentina; su pecho se apretó y un nudo se formó en su estómago. ¿Sería cierto lo que su mente insinuaba? 

– ¿Tienes un amante, verdad?

 Minho soltó de repente las palabras, luchando por no sonar como un celoso irracional. Sin embargo, su mirada era intensamente inquisitiva. Había dejado escapar lo que pensaba y ya no había vuelta atrás. Las sospechas de una posible infidelidad por parte de su esposa se habían asentado hacía varios meses, pero él, como un hombre maduro y racional, se había negado a creerlo. Sin embargo, en ese preciso momento, al verla parada en la entrada, comprendió que era verdad; ella lo estaba engañando con alguien más.

 Giselle respondió con palabras ásperas, típicas de alguien que intenta defenderse, aunque su culpabilidad era evidente. Su tono de voz denotaba nerviosismo, dejando en claro su actitud defensiva y grosera.

– No seas ridículo, Minho. ¿De dónde sacas semejante idiotez? Jamás me atrevería a faltarte al respeto de esa manera. Llama a cualquiera de mis amigas y verás que estábamos en un karaoke, divirtiéndonos como siempre lo hacemos.

 Ella extendió su celular hacia él, desafiándolo a hacer la llamada. En el fondo, Giselle sabía que Minho era un caballero ante todo y que nunca se atrevería a cruzar ciertos límites. Sin embargo, también comprendía que todo en la vida tiene un punto de quiebre, y ella ya lo había superado hace mucho tiempo. Un frío recorrió su sangre cuando Minho aceptó la oferta de comprobar la veracidad de las palabras de su esposa.

– ¡Nooo! ¿Cómo te atreves a desconfiar así de mí? Nunca lo habría esperado de ti, Minho. No puedo creerlo, ¿cómo has cambiado? – Giselle ocultó rápidamente el celular en su amplio bolso.

 Minho frunció el ceño al presenciar la actitud de su esposa, sintiendo que esa mueca de desaprobación solo confirmaba sus sospechas. La máscara que ella había mantenido había caído irremediablemente, y ahora sabía que su confianza en ella nunca volvería a ser la misma.

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⏰ Última actualización: Mar 10 ⏰

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