Nada tenía sentido. Mi mundo se había vuelto loco, más aun, cada día estaba un poco más caótico que el anterior. Quiero sacar todo lo que hay en mi cabeza y quemarlo en una hoguera mientras suena de fondo alguna canción ruidosa y estremecedora. Cierro los ojos fuertemente, pero no sirve de nada. Todo es caos, realidad y ficción se mezclan en mi mente hasta no diferenciar lo que es verdad. Todas esas voces gritando en mi cabeza, no puedo aguantarlo ni un segundo más, voy a explotar. No distingo lo que dicen las voces, es como si hablaran en otro idioma, un idioma inventado. Sólo de pensar que voy a acabar en un psiquiátrico como él, me hace enloquecer más todavía. Las voces se intensifican, el suelo empieza a temblar bajo mis pies. Veo gente encapuchada alrededor mío, van en todas direcciones con prisa
De repente todo para, vuelve el silencio de mi apartamento, regresa la paz. Noto el sudor caer por todo mi cuerpo, me levanto lentamente, con cuidado por si el ataque de locura volviera a amenazar. Todavía me late el corazón a la velocidad de la luz, aunque parece que las pulsaciones van disminuyendo paulatinamente. Me sujeto al lavabo y me miro al espejo, estoy irreconocible. Las pupilas empiezan a normalizarse, ya no están tan dilatadas. Tengo los ojos vidriosos, haciendo que parezca un verde más claro. El pelo sigue pelirojo y despeinado, aunque está especialmente sucio. ¿Cuándo fue la última vez que me di una ducha? He debido perder unos cinco kilos, se me notan los huesos, estoy en los huesos, especialmente se me notan las costillas. He perdido la cuenta de las horas que he estado sin salir del baño, con el pestillo de la puerta echado, acurrucado en el suelo esperando a que parara la tormenta mental.
Tengo que enfrentarme a todo esto, pero tengo tanto miedo que no puedo.