TIMOs

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Tras algunas semanas de castigos, el gran escape de los gemelos Weasley seguía siendo un tema candente en la escuela. Todos comentaban sobre aquellos héroes pelirrojos que, cansados de los tratos de Umbridge, habían decidido darle una lección memorable.

La historia no terminó ahí. Peeves, siguiendo el consejo de los gemelos, había transformado por completo el despacho de la Suma Inquisidora. La habitación, antes severa y meticulosamente ordenada, se había convertido en un surrealista pantano. Un lago de aguas turbias y verdosas cubría todo el suelo, y una capa espesa de algas flotaba, desprendiendo un olor a humedad que se percibía incluso fuera de la habitación. Los rincones del despacho habían sido invadidos por charcas llenas de lodo y pequeños islotes de moho, donde varios sapos saltaban alegremente, croando en armonía con el eco del agua que goteaba desde los muebles empapados.

La decoración rosa y la colección de platillos con gatitos, antaño orgullo de Umbridge, habían quedado sumergidos y desplazados por la corriente de agua estancada. De vez en cuando, se veía una figurilla de porcelana flotando, atrapada entre las algas, como si los gatitos se hubieran convertido en prisioneros del pantano. Las paredes, de un tono rosado, ahora tenían manchas de humedad que oscurecían el color, mientras gruesas telarañas de algas colgaban del techo como si fuesen decoraciones grotescas.

En medio del caos, Peeves había añadido «la guinda del pastel»: una pequeña balsa con un solo remo flotando en el "lago" de la oficina de Umbridge, y un cartel hecho de musgo que decía en letras torcidas: "Para la Suma Inquisidora, cortesía del auténtico Guardián del castillo".

Los alumnos no podían contener las carcajadas, encontrando una ironía irresistible en el hecho de que la propia Umbridge, con su rostro ancho y sus ojos saltones que siempre les recordaban a un sapo, ahora tuviera un despacho transformado en un verdadero hogar para anfibios. Cada vez que alguien pasaba cerca de la puerta y escuchaba el croar de los sapos dentro, las risas se intensificaban, y algunos creían que quizá Peeves, en su naturaleza burlona, había decidido darle a la Suma Inquisidora el entorno perfecto para "sentirse como en casa".

Después de días tratando de reparar su despacho recitando todos los hechizos de limpieza existentes, se cansó, pues cada vez que lograba eliminar la inmundicia que inundaba su oficina, el hechizo aparecía de nuevo a las pocas horas. Cuando razonó que no podía entrar más en canoa a su propia oficina para hacer su trabajo, la bruja no tuvo más opción que tragarse su orgullo y rogar a McGonagall que la ayudara.

—Lo siento, Dolores, es algo con lo que jamás había tratado —expresó McGonagall con una falsa compasión, aguantando la risotada más fuerte que podía dar en su vida.

A todos los miembros del «Ejército de Dumbledore» ya les habían cicatrizado las heridas causadas por aquella maldita pluma mágica, a todos menos a Harry. El daño que había soportado el chico todo ese semestre era lamentablemente irremediable, aunque a él no le importaba mucho. Y menos cuando Ginny había comentado una vez, cuando salió el tema, que esas cicatrices le daban un aire más varonil.

Una noche, mientras Harry estudiaba en la sala común, Hermione bajó con unas tijeras y una revista muggle de estilos de cabello en mano. Sin mucha explicación, le pidió que se sentara en una de las sillas de la mesa central de la gran habitación decorada con los colores de Gryffindor. Con la revista abierta en una página de cortes masculinos de estilo juvenil, comenzó a recortar aquellos grandes mechones indomables de su cabello azabache. Después de diez minutos y sin usar magia, concluyó su obra y le mostró el resultado. Justo cuando el pelinegro se miraba al espejo, su chica favorita apareció por el umbral de las escaleras que conectaban con los dormitorios de Gryffindor. Al verlo, se quedó muda, una tonalidad de rojo un tanto más oscura que su cabello apareció en sus mejillas, mientras rápidamente subía de nuevo las escaleras sin decir nada. Harry quedó con la incógnita de qué significaba esa reacción, aunque Hermione lo sabía a la perfección.

Harry Potter y la Orden del Fénix. 2.0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora