diecinueve

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Diciembre, 2022

—Ya basta, soltá un ratito a la nena. La vas a dejar sin boca, loco.

No pude contener la risa ante lo que había dicho Agustín, carcajeándome contra los labios de Enzo. Me separé brevemente, observando a nuestro amigo con una mueca divertida en el rostro.

—Mirá, nadie te está diciendo que te quedes mirando. Andá a buscar otro lugar para sentarte, qué pesado que sos —se quejó Enzo, sujetándome por el mentón para volver a atraer mis labios a los suyos.

Era bastante insaciable... bueno, éramos, para que negarlo. Últimamente estábamos el uno encima del otro todo el rato. No me quejaba, eso por descontado. Me encantaba.

—Igual un poquito de razón sí que tiene —le dije entre beso y beso—. Estamos siendo la típica pareja empalagosa.

—Están celosos, nomás.

—¿Te quedas a dormir esta noche en mi cuarto? —pregunté, recostándome contra su pecho en el asiento del autobús que nos llevaba a los estudios de Netflix.

Mh-hmm —asintió, rodeándome con un brazo.

—Bué, me quedo con tu cama entonces —dijo Matías de repente desde los asientos delanteros, asomando la cabeza por el hueco de estos—, ¿dale? Es más cómoda que la mía.

—Menudo aprovechado estás hecho —me burlé.

—Callate un año, boluda.

Le saqué la lengua, a lo que él me hizo una peineta.

—Parecen hermanos, ¿se dan cuenta? —se rio Enzo.

—Mirá vos, a esta tarada le encantaría compartir mis genes.

—¿Qué genes? ¿De retaco?

—Mirá que te meto una piña.

—Pues yo te meto dos.

—Yo apuesto por Doma —se sumó Blas, sentado a nuestra derecha junto a Juani.

—Yo también —le siguió su compañero de asiento.

Sonreí con satisfacción mientras Mati les mandaba una mala mirada a los dos.

—¿De qué lado están ustedes dos?

—Del de Doma, ¿no escuchaste?

—Qué gurises de mierda que son.

—Acepta la derrota, Matías. Tienes que saber cuál es tu lugar.

—Mirá, nena, mirá...

Grabar las escenas del accidente era como pasarnos el día en un parque de atracciones. La réplica del avión estaba situada sobre un gimbal que permitía nivelar el avión y crear las turbulencias de una forma muy real. Los zarandeos nos sacudían a todos en los asientos y varias turbinas de aire nos mandaban ráfagas de viento, nieve y trozos del avión hechos de goma que chocaban contra nosotros.

—La puta madre, boludo —dijo Louta cuando le quitaron los arneses y los cables que le sacaban de un tirón del avión—. Casi me cago encima. Qué impresión, loco.

Miré sobre mi hombro, sentada junto a Pipe, mientras nos preparábamos para volver a rodar con diferentes planos.

—Dan ganas de ponerse así —dijo Pipe, levantando las manos como si estuviese en una montaña rusa.

—Cinco años tienes, Felipe —me burlé, chocando mi hombro contra el suyo.

Jota se acercó a nosotros, quedando a mi lado en el pasillo del avión.

hielo y sal | enzo vogrincicDonde viven las historias. Descúbrelo ahora