—Estoy un poco nerviosa, no le voy a mentir —le dije al señor que estaba inspeccionando entre mis piernas.
No era una situación especialmente agradable, todo sea dicho.
—Muchas mujeres optan por este método anticonceptivo, no hay mucho misterio.
—No, ya, pero me han dicho que duele bastante.
—Te voy a recetar analgésicos y antiinflamatorios.
Fantástico, el mejor amigo del útero según los expertos: ibuprofeno.
Llevaba un tiempo pensando en utilizar un método anticonceptivo de larga duración, y estaba bastante segura de que no quería nada que me alterase las hormonas, porque honestamente, lo que me faltaba. Pero varias personas me habían dicho que el DIU de cobre era algo doloroso de poner, así que lo había estado posponiendo.
—Bien, voy a empezar.
Que conste que lo que se dice por ahí, es completamente cierto. Quería arrancarme los ovarios. Salí de la consulta con el único propósito de irme a mi casa y meterme en la cama durante el resto del día.
Mi teléfono vibró en el interior de mi bolso mientras esperaba a que llegase mi Uber. Lo saqué, sin molestarme en mirar el remitente de la llamada.
—¿Sí?
—Hola, chiquita.
—Hola —respondí, desganada.
—¿Qué pasó? ¿Tas bien?
—Acabo de salir de ponerme el DIU.
—¿Ya? ¿Pensé que era por la tarde?
—Aquí ya es la tarde, amor.
—Puta madre, tenés razón. Disculpá. ¿Cómo andás?
—Como si tuviese la peor regla de la historia.
Enzo chistó al otro lado de la línea. Se ponía de los nervios cuando estaba enferma y no estábamos juntos. Le surgía mucha impotencia.
—¿En qué te puedo ayudar?
—¿Desde Uruguay? En nada, me temo. No te preocupes, con oír tu voz me siento mejor.
—¿Tenés las hiervas que te envió mi mamá?
—¿El tilo?
—Sí.
—Creo que aún me queda algo.
—Tomate un té. A ver si te alivia un toque. ¿Tenés algo que hacer ahora?
—No, me voy directa a casa. Estoy esperando el Uber.
—Si te sentís peor o te pasa algo, mandame un mensaje. Manteneme al tanto de cómo venís evolucionando.
—Amor, estás en otro continente. No vas a poder hacer nada, así solo te voy a preocupar.
—Ya ando preocupado.
—Ya lo sé —sonreí, enternecida por lo mucho y bien que me cuidaba siempre—. No te preocupes, seguro que para mañana estoy mejor.
El móvil vibró, indicándome que tenía otra llamada entrante. Miré la pantalla, leyendo el nombre.
—Amor, hablamos luego. Me está llamando Jota.
—Dale. Cuando termine el ensayo te marco. Cuidate, chiquita.
—Tú también. Te quiero.
—Yo más.
Colgué y acepté la llamada de Bayona.
—Hola, Jota.
—Hola querida, ¿cómo estás?
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hielo y sal | enzo vogrincic
Fiksi PenggemarCuando su mejor amiga le pasa a Domaris un minúsculo extracto de guion para una película en plena cuarentena, la joven de veintidós años no puede evitar pensar, "menuda tontería". Cuando Domaris lee esos cinco párrafos de diálogo con los que siente...