Los dos días siguientes a la charla con Abril aún estaba algo aturdido. No dejaba de darle vueltas a todo, a la conversación en sí, a esa pequeña sonrisa que no le llegaba a los ojos. Esos iris color avellana que habían perdido todo su brillo, toda su felicidad. Ella decía que era feliz, y no lo cuestionaba, pero era evidente que había algo que no acababa de funcionar en su vida y me apenaba no saber qué era pero supongo que yo ya no tenía sitio en su vida, así que no tenía porqué saberlo todo sobre ella.
Estaba mentalmente agotado, salí a correr para intentar despejarme pero no había manera de dejar de pensar en la maldita conversación. Seguí corriendo, perdiéndome en callejuelas y pasando por parques y zonas muy poco transitadas. La brisa fresca de la mañana chocaba contra mi rostro a medida que iba aumentando la velocidad, esforzándome al máximo para dejar de pensar. Sin embargo, el recuerdo de Abril era demasiado potente. Mis piernas me llevaron a esa puerta roja que tanto conocía, me apoyé en la barandilla de la escalera para recobrar el aliento y observé aquella puerta. Si entraba, los recuerdos de la tarde anterior se disiparían pero haría algo que había prometido no hacer más.
La puerta se abrió en un sonoro chirrido, levanté la mirada y me topé con los ojos severos de Mara, observándome desde el marco con los brazos cruzados. Debió ver la desesperación en mi mirada, se apartó de la puerta y con un ligero gesto de cabeza me instó a entrar. Subí los cuatro escalones y entré en su casa. Era una vivienda de dos plantas; cada piso albergaba un apartamento y el suyo estaba en la parte de arriba. Subimos las escaleras y al llegar al pequeño rellano, abrió la puerta de su apartamento. Me dejó pasar y fui directo al sofá de dos plazas que adornaba el pequeño salón.
—¿Quieres beber algo?
Asentí. Ella suspiró y se fue hacia la cocina, volvió al cabo de unos segundos con dos latas de cerveza. Sabía exactamente a qué había venido, me sentía horrible al utilizarla de esta forma porque yo jamás me había comportado así. Lo peor era ver cómo ella lo aceptaba y además, muchas veces, la veía encantada de tenerme.
—Sabía que era mala idea —comentó de repente—. Esta tía solo te trae problemas. Mírate, antes estabas bien y ahora...
—No he estado bien nunca.
—No, claro que no, porque ella se aseguró de que te hundieras hasta el fondo. Y tú sigues detrás de ella...
—No sigo detrás de ella, sino no estaría aquí.
—Estás aquí por lo de siempre, para que te ayude a olvidarla.
—¿Y lo harás?
Colocó su mano en mi rodilla y me acarició la pierna hasta llegar al muslo, me lo apretó y sentí que ya empezaba a estar preparado.
—Sabes que sí, yo siempre estaré para ti, Andrew —me cogió la cara con su mano libre y rozó sus labios con los míos—. Ojalá algún día te des cuenta de que esa chica no vale la pena, que la que realmente está para ti soy yo.
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Siempre nos quedará Edimburgo #2
Teen FictionATENCIÓN!!!! Esta es una segunda parte. Si no has leído Siempre nos quedará Londres te vas a comer unos cuantos spoilers y no entenderás nada. Sinopsis en el interior para evitar spoilers :)