Diario de Truman

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Cierra los ojos. Imagina. Sueña. Cree. Vive.

¿Habéis visto El Rey León? Pues Hakuna Matata. Este era el lema que debía tener Truman presente todos los días dentro de su cabeza, sin embargo, le era incapaz. Debía vivir y respirar libremente sin miedo a que ninguna de sus acciones fueran grabadas para la televisión pública o, en su defecto, las redes sociales. Desde hacía mucho tiempo, vivía con miedo y soñaba con poder volver a ver la vida como la mayoría de la gente lo hace, pero le era imposible, por lo que a veces se imaginaba que lo superaba y en otras ocasiones, sus pensamientos eran tan fuertes, que se los acababa creyendo. Salía a la calle silbando y casi bailando para contagiar su felicidad a los demás, hasta que volvía a su realidad, cerraba los ojos y deseaba con toda su alma que nadie le hubiera visto fuera de casa. Los traumas pueden ser bastante duros, pero lo peor de ellos, es la manera en que los consigues. Algo muy fuerte tiene que pasarte para vivir con miedo, puesto que esta sensación o, más bien, este sentimiento, podía hacer que te perdieses grandes experiencias de la vida; y si os paráis a pensar, seguro que alguna vez os ha pasado a vosotros: Estás en el parque de atracciones y no te montas en la montaña rusa a la que van todos tus amigos porque tienes miedo; Estás de vacaciones y te llevan a hacer una actividad de escalada, pero tú decides no participar por el vértigo que eso te provoca; Estás con tus amigos eligiendo una película para ver en el cine y cuando todos se ponen de acuerdo en ver una de terror, por culpa del pánico que las tienes, te metes solo a ver otra película con tal de no pasarlo mal. Todo son experiencias de la vida que te pierdes por culpa del sentimiento ya nombrado. Ahora seguro que lo entendéis todo mucho mejor.

Cuando Truman era pequeño, como os podéis imaginar, todavía no tenía miedo a ser observado. Él simplemente vivía y, además, bastante bien. En el colegio y más tarde en el instituto, fue un chaval bastante querido a pesar de no ser como los demás. No le gustaba nada que tuviese que ver con el deporte y el mismo se consideraba bastante malo en esto, de hecho, era el único alumno que aborrecía la asignatura de educación física. A pesar de eso, siempre le trataron bien y le incluían siempre que podían. Por otro lado, en su familia, las cosas también iban como la seda. Sus padres se querían y eso era suficiente. Él no tenía hermanos, sin embargo, en su casa no vivía solamente con sus padres, sino también con su abuela por parte de madre y gracias a eso, pudo entablar una relación muy estrecha con ella. Cuando era muy pequeño, Truman tenía a su abuela como su compañera de los programas de televisión. Siempre veían juntos algunos, como Ahora Caigo, Pasapalabra, ¡Boom! ..., entre otros. Lo pasaban muy bien, sobre todo, comentando las jugadas de cada uno de los participantes. Pasados los años, en vez de ser su compañera para los programas, fue su amiga para los cotilleos. Le contaba todo, incluso, de las personas de las que se enamoraba y ella siempre le guardaba los secretos. Yo sinceramente, no me hubiera quejado si también hubiera vivido con mi abuela en la misma casa. Estoy seguro que me habría ayudado muchísimo en aquella etapa de mi vida en la que todo era un caos.

Volviendo con Truman, un día de los muchos en los que pasaba el rato con su abuela, les dio por ponerse a ver la película del Show de Truman y tranquilos, esto no fue lo que desencadenó aquel trauma, pero sí pudo haber tenido algo que ver, puesto que las semanas siguientes comenzó a decir que había notado algo raro cuando volvía del instituto. Según él, se trataba de una persona escondida tras unos arbustos con una pequeña cámara.

- Cuando vi esa película por primera vez también pensé que me estaban grabando, pero hazme caso, es solo ficción-. Dijo su abuela mientras lavaba los platos.

A los pocos días, se le olvidó por completo aquella película y siguió tranquilo sin emparanoiarse con nada.

Pasaron los años y Truman comenzó a hacerse mayor. A los veinte, se compró su propia casa y se fue a vivir a una media hora en coche de su familia. Le costó mucho despedirse de ellos, pero ya había llegado el momento.

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