La silueta de Charlie reposaba sobre la cama, dormida, su pálida piel hacia contraste con el intenso rubor en sus mejillas, a un lado de ella, Alastor, quién no apartaba la mirada de su pecho y sus movimientos ascendentes y descendentes al compás de su respiración.
La cama produjo un chirrido y el colchón rechinó haciendo mella en el silencio profundo; antes de siquiera pensarlo, el demonio se levantó y tomó entre sus manos mechones del cabello de Charlotte, los dejó escurrir por sus dedos, los tomó y olfateó.
El olor atrapante del perfume le dilató las pupilas antes de abrazarla.
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