Eran dos pequeños e inocentes niños de cinco y cuatro años que jugaban en el patio trasero del primero, al menos eso habían intentado hasta que el segundo de ellos, el de piel más blanca, había caído en un charco de espeso lodo.
Ya no llores, Yo-ka. – pidió el pequeño Kei arrodillado junto al afectado aún sobre el charco.
No quiero… - habló en pequeños sollozos el más joven de los niños. – tú no has caído y ensuciado tu ropa nueva.
¡Es sólo ropa! – exclamó claramente fastidiado el otro, pero entonces se le ocurrió un plan para hacer sentir mejor a su vecino y compañero de juegos.
Sus en ese entonces diminutas manos se posaron en las mejillas ajenas, después de propinarle suaves caricias, se acercó hasta sus labios, posando los propios sobre estos. Fue el beso, o intento de uno, más torpe del que tenía recuerdo haber dado.
Bien, si ya no lloras habrá muchos más de esos. – había hablado con orgullo y satisfacción propia en su tono de voz. – Y cuando seamos grandes, te haré mi novia.
Yo-ka no lloró más, una buena señal, pero su rostro denotaba una extraña mueca e ira sin lugar a dudas, una mala señal. En un par de movimientos el más pequeño se había levantado y fue cuestión de segundos cuando sintió su mejilla derecha arder debido a la bofetada que este le había propinado.
¡Idiota! Ve a decirle chica a otro, nunca seré tu novia. –
Después de eso recordaba haberlo visto correr hacia su casa, eran vecinos no sólo por pertenecer al mismo vecindario, vivían el uno al lado del otro, una gran ventaja, que pronto se desvaneció. El padre de Kei había sido ascendido en la empresa a la cual había dedicado años de su vida, pero aquella promoción tenía incluida una inesperada mudanza al otro lado del país. Hubo gran tristeza en sus últimos días en la ciudad, sobre todo porque Yo-ka le había estado evitando prácticamente desde que se enteró de su partida. Fue el último de aquellos días, para ser específicos unas horas antes de la partida del mayor de los niños, que se habían juntado en el que ya no sería su patio trasero, Yo-ka estaba como si nada fuera a suceder, ambos jugaron como siempre y como nunca más lo volverían a hacer. Antes de despedirse en familia, una de la otra, los chicos lo hicieron en privado; tomaron sus pequeñas manos y se hicieron una promesa, de esas típicas promesas de la tierna infancia. Unas horas después cada uno comenzó a lidiar con su propia vida sin el otro en ella.
Habían pasado ya catorce largos años, Kei vivió una infancia y adolescencia tan normal como la de cualquier otro chico, tuvo un par de novias sin ninguna importancia, si acaso con la que estuvo más tiempo fue por un mes. Se dedicó a sus estudios, no era el más brillante, pero su promedio destacaba, luego de años alejado de su ciudad de origen él y su familia había vuelto; lamentablemente su antigua casa ya había sido vendida y tuvieron que comprar una más lejana de ese lugar. Durante todo el tiempo de su ausencia jamás se escribió o le habló a Yo-ka, algo extraño si se toma en cuenta que siempre lo tuvo en mente, y su principal motivo de volver era esa promesa de niños.
El primer día de su llegada no dudó en ir corriendo a buscar a su compañero de juegos, pero al llegar a la que era su casa todo tenía un aspecto extraño, por no decir tétrico. Movido por ver al otro tocó el timbre esperando lo peor, grata y no tan grata fue su sorpresa al darse por enterado que el lugar ya no pertenecía a la familia Yo-ka, y justo en ese momento velaban al esposo de la actual dueña. Una mujer mayor de amable figura, misma que le resolvió algunas de las dudas que acababan de generarse en su mente. Los padres de su pequeño amigo se habían divorciado y partido cada uno a distintos lados, la mujer le dijo también que el otro vivía con su madre por esta misma zona, pero que ella desconocía su dirección exacta.
Algo aliviado, pero a la vez decepcionado regresó a su nueva casa a desempacar sus cosas. Eran vacaciones de verano así que en las tardes salía con la esperanza de verle por el barrio, decepcionado volvió todas las tardes. Cuando las clases iban a dar inicio su humor no era el mejor, pero decidido a no perder su espíritu hizo lo mejor posible para comenzar su año escolar. El primer día en aquel colegio fue normal, conoció a personas agradables, como otras a las que preferiría ignorar. Una semana más transcurrió y no había señal de su pequeño Yo-ka, esto le tenía algo desanimado, pero no podía hacer más de lo que hacía por las tardes al buscarle.
En especial ese viernes estaba un tanto enojado, porque su hermana menor se había metido al club de teatro e iban a dar una pequeña presentación de talentos, a la cual estaba obligado a asistir. Pasaron un desfile entre niñas irritantes, chicos con poco talento y unos cuantos iluminados hasta que llego el turno de una chica de peluca rubia y un traje tradicional.
La joven salió de espaldas al escenario, luego de que todos guardaran silencio comenzó su acto, era una pieza clásica de teatro kabuki, no fue hasta que la chica volteó que pudo reconocerlo, aquella no era una mujer, sino Yo-ka vestido como una. Su corazón comenzó a latir con fuerza ante el descubrimiento, estuvo a punto de gritarle, pero le vio tan concentrado en su interpretación que supo sería un gran error, así que simplemente le observó a la lejanía, era un acto realmente hermoso, ejecutado a la perfección. Al parecer el demás público compartía su opinión, entre murmullos alcanzó a escuchar admiradores del arte de “la chica” sobre el escenario, al parecer no sabían que era un hombre como en los tiempos de Edo.
Cuando Yo-ka terminó su acto estaba dispuesto a ir a buscarle tras bambalinas, pero justo el acto siguiente era el de su dulce hermana, sabía que no viviría un día más si se lo saltaba, así que espero. En la primera oportunidad se zafo y fue en busca de su amigo de años atrás, lo buscó por todos lados, ya cansado dio con su hermana la cual le impidió seguir su búsqueda, pero obtuvo información de ella.
Según palabras de la chica, Yo-ka era chico sumamente aislado, hablaba sólo lo únicamente necesario para comunicarse con el resto del club, no se le veía sonreír a no ser de que su papel lo requiriese. Todos en el club sabían que era chico, pero tenían prohibido decirlo a todo aquel externo, por lo cual Kei fue amenazado para no decir nada. Al menos gracias a su querida hermana, sabía algo, incluso más de lo que antes, pues poseía el grupo y por lo tanto los horarios de las clases que el otro tenía a lo largo de la semana.
Fue fácil dar con él luego de eso, lo difícil resulto ser acercarse, pues aquel chico, no era para nada parecido al que conoció en su infancia, este se retraía, a penas si lo veía cruzar algunas palabras con otras personas, siempre escondiéndose en la biblioteca en sus tiempos libres, pero sobre todo viviendo en el teatro donde ensayaba todas las tardes.
Podía observarlo gracias a que su hermana lo infiltraba en el club, con el pretexto de apoyarla a perder el miedo a los espectadores, entonces le veía interpretar diversos papeles de teatro kabuki, seguramente su género favorito. Yo-ka, salía siempre vestido con ropa cómoda, pegada a su cuerpo de tonos oscuros, llevando su cabello amarrado en una coleta hacia atrás, se sentía algo enfermo pues incluso verle sudar era algo mágico y perfecto. Todas las veces que le vio, pudo observar su extrema concentración a tal grado de no tomar en cuenta nada de lo que ocurría a su alrededor. Era difícil acercarse, sobre todo porque el otro chico parecía no reconocerlo aún cuando se parara justo frente a él.
Lo intentó, fabricó varios momentos en los cuales poder acercarse, pero todos tuvieron el mismo final, Yo-ka lo ignoraba de manera olímpica, no pudo cruzar nunca ni media palabra con él. Dado su total fracaso durante un año se dedicó a seguirlo, observar hasta el más mínimo detalle, siempre cuidando de no ser descubierto. Cuando regreso a “cumplir” su promesa, no estaba pensando realmente en hacerlo, vamos aquella cosa de niños no debía tomarse más en serio de lo que era, pero ahora después de todo ese tiempo observándolo, esperando cautelosamente a que Yo-ka le regalará aunque fuera una de sus miradas, la promesa importaba poco, pero era lo único que le podría dar acceso a su ahora amado.
Pues a pesar de su nueva personalidad, él aún era capaz de observar alguien dulce, amable, dedicado, entregado, que tenía un montón de cosas que decir al mundo, talentoso, incluso una vez le vio sonreír a escondidas cuando alguien había dicho algo gracioso. Quizá la vida no había sido del todo amable con él y era por eso su actitud, empezando porque sus padres estaban separados. Su mirada aún transmitía aquella sensibilidad, e inocencia, mientras que su voz… Demonios, amaba la voz del chico, la última vez que se vieron de niños, Yo-ka tenía un tono de voz irritante de niña, pero ahora su voz era profunda, masculina y melódica; la cual tuvo oportunidad de escuchar algunas de las veces que se quedaba a espiarlo en el teatro. Vaya amor imposible, que se había encontrado al regresar en busca de un amigo de su tierna infancia.
Pero era momento de sacar su as bajo la manga, aquella promesa, la cual no había sido una de “Nos volveremos a ver” sino algo más profundo que apenas si alcanzaron a comprender siendo infantes, pero hoy aún podía recordar palabra por palabra.
El último momento que pasaron juntos en su patio trasero, bajo aquel árbol de cerezos que comenzaban a caerse sobre el piso. Kei le había sujetado ambas manos a Yo-ka, quien no paraba de llorar y como la vez anterior le dio un beso, uno que duró varios segundos más, aunque igual de torpe que el primero, esa vez el más pequeño no se molesto ni intentó golpearlo, simplemente siguió llorando.
Por Dios, Yo-ka, no llores, te he dicho que volveré cuando papá salga del trabajo. –
Estas mintiendo, oí hablar a mamá y papá, te irás para siempre. –
Me iré un tiempo… - suspiró resignado a decirle a verdad. – No sé cuánto, pero hagamos una promesa ¿Sí? – aunque el otro dudó terminó asintiendo en forma de aprobación. – No importa que dentro de quince años, justo hoy, bajo este árbol vamos a estar juntos, entonces aceptarás ser mi novia. Sé que no eres niña, antes de que me pegues, pero no quiero salir con nadie más que no seas tú. Te quiero, Yo-chan.
Eres un tonto – contestó aún sollozando. – Pero si vuelves, sí cumples tu promesa, seré tu novia. Sólo si vuelves.
Dichas esas últimas palabras ambos niños se abrazaron, Kei consolaba a Yo-ka, mientras al otro se le iba la vida en llorar.
Justo hoy se habían cumplido los quince años, cuando recién había llegado su idea era juntarse con Yo-ka y reír juntos por aquella promesa tan ridícula que se habían hecho de niños, pero ahora de verdad quería que Yo-ka le recordará, que esa promesa fuera algo vigente para ambos. Su plan era sencillo, Kei había convencido a su hermana y demás grupos de actores para ensayar parte de una obra en la que antes había sido propiedad de sus padres, incluso consiguió permiso especial de los dueños, quienes no se negaron en ayudar a los jóvenes actores. Yo-ka debía ir pues era el actor principal en la obra a ensayar.
Fue grande su sorpresa al verle llegar antes que los demás, puedo haber tenido un momento a solas, sino hubiera sido porque su hermana se encontraba ahí. Por primera vez Yo-ka le miró, y su corazón pareció explotar, pero la expresión en el rostro ajeno le dio un duro golpe a su emoción, era completa indiferencia. El chico saludo correctamente a ambos, pero a Kei no quiso tomarle la mano, parecía incluso como algún daño le hubiera hecho.
Kei se miró, según su propia percepción no era un chico desagradable a la vista, hoy llevaba puestos unos jeans negros algo desgastados de las rodillas y ajustados a su cuerpo, una camiseta igual negra con estampado de líneas rojas, su cabello artificialmente rubio y eso era todo, no daba la apariencia de un delincuente. Entonces ¿Por qué le miraba de ese modo?
Conforme el tiempo avanzó los demás integrantes llegaron, la segunda parte de su plan consistía en el medio tiempo del ensayo, cuando Yo-ka buscará algún lugar para salirse a fumar, nadie se iba donde él estaba, siempre lo evitaban, más que eso evitaban el momento incomodo de estar donde él.
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Cuando finalmente el medio tiempo llegó el chico más joven preguntó a los dueños donde podía fumar, rápido se le indicó que el patio trasero, así que no perdió tiempo y salió. Estaba realmente sofocado ahí adentro, cada rincón de esa casa le traía recuerdos, peor aún en cuanto salió al patio trasero y caminó hasta el árbol de cerezo que ahí había crecido desde siempre, sintió un duro golpe en su pecho, puesto que desde ese lugar podía mirar su vieja casa. Recordó cómo es que todo se había ido al carajo después de que Kei se fuera, porque si algo era un hecho es que recordaba al otro, incluso la promesa bajo ese árbol, la cual supo años después había sido simple ilusión de un niño.
No esperaba que el otro regresara, dejó de esperarlo cuando cumplió diez, su familia estaba hecha trizas y en el colegio eran crueles por su situación, el ser frio e indiferente había sido su único modo para sobrevivir en aquel mundo hostil. De todo culpaba, al menos en los primeros años luego del divorcio de sus padres, a Kei, se repetía constantemente “Sí él no se hubiera ido, esto no habría pasado o al menos podría sobrellevarlo” después se dio cuenta de lo egoísta de su pesar. Aún así no lo esperaba de vuelta, cuando le vio otra vez en la sala de teatro al momento de su presentación casi se equivoca en su papel, el corazón le palpito como nunca antes.
Así fue, cada vez que Kei estaba cerca, en los ensayos a los que le rubio pudo asistir, su mundo se desmoronaba de una sola vez, sentí equivocarse a cada momento, equivocaciones leves, pero que no se podía permitir. A pesar de encontrarse con frecuencia, el otro nunca le habló se quedaba parado frente a él o se cruzaba en su camino sin mayor acción que la de cruzarse, pero era retrasado o mudo pues nunca le escuchó hablar. Cada vez espero a que le reconociera y pudieran hablar como cuando niños, pero Kei no le recordaba y siendo así sólo le resultaba molesto el encontrárselo.
De por sí le era molesto hablar con la mayoría de descerebrados del colegio, no agregaría a uno de ellos como su amigo, aunque su corazón deseara lo contrario, aún le quería por más que lo negara, y parte de sí deseaba que cumpliera esa promesa. Era tonto, pues aquello de volverse “su novia” le resultaba estúpido, pero esos últimos años había vivido enamorado de su amigo, aún cuando eran pequeños ya sentía algo profundo por él. El hecho de verlo justo hoy, el día acordado, le causaba cierto enojo, tristeza en realidad.
Se recargó en el árbol, en cuya posición sacó del bolsillo de su sudadera negra una cajetilla de cigarros y un encendedor. Después de llevar uno de estos a su boca comenzó a fumar dando largas caladas hasta terminar aquel cigarrillo, luego sacó y encendió otro, sus ojos se cerraron dejándose llevar por la música que se reproducía en su ipod directo a sus audífonos.
El viento golpeó contra su cara suavemente trayendo un dulce olor a menta a sus fosas nasales, una suave sonrisa se dibujó en su rostro, mientras la canción que escuchaba llegaba al clímax, fue entonces que sintió como algo se pegaba contra su boca, al tiempo que su cintura fue rodeada por un par de fuertes brazos que le atraían al resto del cuerpo ajeno. Al abrir los ojos se encontró con los del rubio, quien parecía no tener ánimos de soltarle, y aunque su primer reacción fue la de querer huir, los labios ajenos se amoldaron sobre los propios de tal manera que le hicieron desistir. Era un beso igual de dulce e inocente como el de cuando eran niños, pero este no era igual de torpe, se notaba la experiencia en el tacto, y el abrazo en el que le mantenía le hacía perder la fuerza de voluntad, ambos cerraron los ojos dejándose llevar.
Después de un par de minutos se separaron lentamente, volviendo a mirarse directamente.
¡Suéltame, grandísimo idiota!
Pensé que te había gustado ¿Ahora vas a negarlo?
Encima de todo… - dicho esto intentó alejarle por todos los medios – Carajo que me sueltes, eres una real molestia, ni te unes al club y sólo estorbas en los ensayos, ahora quieres jugar conmigo ¿Qué tipo de imbécil eres?
Uno que quiere que cumplas tu promesa.
Ese fue e justo momento en que dejó de forcejear con el rubio, Uno que quiere que cumplas tu promesa. Su mirada fue directa a la de Kei, no podía creer que había escuchado eso ¿Estaba hablando en serio? Luego de un año de haber vuelto y nunca decir nada o dar señal de reconocerlo, era realmente complicado creer algo como eso.
Sé que no me recuerdas Yo-ka, pero soy Kei, el niño con quien jugabas aquí hace quince años, prometiste que si volvía serías mi novia, y aunque de inicio volví con la idea de reírnos por promesa tan absurda. Cuando te vi de nuevo me enamoré de ti, pero tú ya no me recordabas.
Yo te recuerdo, y recuerdo la estúpida promesa…
¿Entonces por qué me mirabas con tanta indiferencia, como si no significará nada para ti?
Ni uno ni otro estaba seguro de papel que fungía en esta escena, por un lado Yo-ka se sentía un tanto molesto ante tanta ineptitud y Kei como un cero a la izquierda sin valor alguno. Pero ambos se sentían mutuamente atraídos el uno por el otro y ese beso, ese beso no podía dejarlos mentir.
Como siempre tan idiota y con soluciones estúpidas para todo, Kei… - susurró molesto desviando su mirada – Este año te la has pasado parándote frente a mí, como un loco y luego te vas sin decir nada. No podías decirme “Hey, Yo-ka me recuerdas, soy Kei”
Pero tu actitud…
Sólo entonces él desde siempre pelinegro esbozo una suave y sincera sonrisa, al fin creía entender la situación del rubio.
Es la misma actitud que tenía cuando era niño, sé que me volví más retraído luego de que te fuiste, pero desde pequeño sólo podía hablar y jugar contigo. Eres un tonto que no recuerda más lo que le conviene ¿Ser tu novia? Ni loco.
A pesar de su negativa, la mirada de Yo-ka tenía impreso un hermoso deje de diversión, misma que se reflejaba en su sonrisa y demás facciones de su rostro. El rubio estaba aún más confundido que al inicio ¿Estaba o no molesto? ¿Habían hecho las pases? Y sino porque Yo-ka se había recargado más a su cuerpo, este niño seguiría siendo confuso, tal como cuando de pequeño lloraba por todo y Kei no sabía cómo callarlo.
Este es el momento en que dices “Yo-ka, para no sé qué hacer” y luego me besas. –
Fue un débil susurro que escuchó cerca de su oreja izquierda, seguido del cálido aliento del otro, al tiempo que sentía como los brazos del pelinegro le rodeaban por el cuello, acercando a ambos hasta juntar sus frentes.
Seré tu novio – puso mayor énfasis en aquella última palabra – Sí dejas de comportarte como un tarado ¿Trato?
Finalmente entendió.
Trato.
Yo-ka era el mismo, un poco más grande, pero el mismo niño llorón al cual había que callar a besos, así que lo pegó contra el árbol y sin más volvió a besarle, un beso que le supo a gloria para ambos. Después de eso ninguno regreso al interior de la casa, y la hermana de Kei, quien había observado todo cubrió el hecho de que el actor principal se ausentara tan repentinamente.