Capítulo 18: El testamento

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Jhesua

Con paso lento me dirigí a la morgue del hospital, frente a mí caminaba el forense el cual me observó con cierta tristeza, los demás dicen que no son capaces de entrar, ya que nos dejaron claros que el cuerpo había quedado calcinado, y que por claras razones no se encontraba en un buen estado.

No quería entrar pero me arme de valor luego de pensarlo mucho, se que será la última imagen que tendría de ella, pero era lo que menos podía hacer, y ahora no quiero retroceder por que no soy cobarde.

Mientras viví mis días como soldado, me tocó ver como muchos de mis compañeros morían en enfrentamientos, o por que pisaban alguna mina y era imposible que salieran de ese lugar con vida.

Observe como muchos de sus cuerpos se desprendían y a muchos llenaban de sangre, o también escuchar los desgarradores gritos que emitían al ser atacados por nuestros enemigos.

Eso aun me provoca pesadillas, pero todo me recuerda a ellos, no es bueno volver a pasar por lo mismo, tener que ver cuerpos de personas que alguna vez estimastes y tener que hacerte la idea, de que nunca volverás a verlos, y mucho menos escuchar sus voz... o al menos su risa.

¿Por qué están difícil?

No es la primera vez que alguien cercano a mi muere, pero si es la primera vez que alguien con quien tenía sueños e ilusiones se va mucho antes de que pueda siquiera llegar a cumplir el primero de muchos.

Pensé que no estaría solo de nuevo, pero de nuevo la verdad me golpea y me enseña que encariñarse no es una buena idea, todo indica que me falta mucho por aprender.

Al entrar, el frío del lugar me envuelve y me estremezco un poco. El forense se para al lado de una camilla, y levanta la sábana blanca y delgada que cubre el cuerpo.

Mi cuerpo se sacude al sollozar fuerte, mientras las lágrimas que tanto había retenido vuelven a surgir y las dejo hacer de mí lo que quieran.

—¿Por qué tú? —cuestionó mientras cierro los ojos, fuerte.

Sus padres ya habían venido a reconocer el cuerpo, por lo que el velorio y entierro se llevaría a cabo después.

Luego de unos largos minutos salgo del lugar, con los ánimos peor, y llorando sin poder evitarlo. Antes de llegar siquiera al final del pasillo me detengo, apoyándome en la pared, para después dejarme caer hasta quedar sentado en frío suelo.

Me permito llorar, por que desde ayer me he negado un poco hacerlo, además de eso no quiero que mi hija me mire así, por que estoy hecho mierda.

Y pensar que ambos amábamos la idea de tenerla en nuestras vidas, pensamos que sería por un largo tiempo pero tal parece que nada de lo que me propongo hacer logro cumplirlo.

«¿Tendré que resignarme tan rápido?»

«¿Por qué todo lo bueno, que a veces llega a nuestra vida se marcha tan rápido?»

Cierro los ojos y a mi mente llega el momento el cual, sin razón alguna comenzó a cantar una canción que sin duda era su favorita.

Recuerdo que ese día ambos estábamos disfrutando de una cena al aire libre en su casa, pues habíamos decidido comer en el patio trasero, la noche cumplía muchas cosas, además de que la luna iluminaba de una hermosa forma junto a las estrellas que la acompañaban.

Esa noche me regalo un anillo que siempre llevo conmigo, pues me lo dejo en forma de promesa.

—Prometo que sin importar qué, y este donde esté. Siempre voy a estar para ti, así que si te sientes solo, mira este anillo y recuerda todo lo maravilloso que hemos vivido esta noche.

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