Felicity.-
Cada día se volvía una nueva página en el libro de mi obsesión con el pastor Edward. Su presencia llenaba mi mente incluso en las horas más oscuras de la noche, cuando debería estar sumida en un tranquilo sueño. Sin embargo, su imagen persistía, como si estuviera grabada en las paredes de mi conciencia. Los recuerdos de sus ojos verdes, su fuerza física palpable y su voz autoritaria se entrelazaban en mi mente, despertando un calor inexplicable en lo más profundo de mi ser.
La obsesión por el pastor Edward se había apoderado completamente de mí. Incluso llegué al extremo de buscar en una antigua revista de la iglesia con detalles sobre sus gustos personales: su color favorito, comida preferida, lugar favorito. Cada pequeño detalle que descubría sobre él solo aumentaba mi fascinación y mi deseo de ser parte de su mundo de alguna manera.
En lo más profundo de mi ser, anhelaba ser más que una simple conocida para él. Quería ser su persona favorita, aquella a la que acudiera en busca de apoyo y compañía. Pero sabía que esa era una fantasía irrealizable, un deseo que tal vez nunca se convertiría en realidad. Aun así, no podía evitar alimentar esa esperanza secreta en mi corazón, aferrándome a la posibilidad de que algún día, de alguna manera, Edward podría verme de la misma manera de que con temor estaba comenzando a verlo.
La realidad de la situación golpeaba con fuerza mi conciencia, recordándome una y otra vez la brecha insalvable entre Edward y yo. A sus veintiocho años, estaba firmemente casado, mientras que yo apenas había alcanzado la mayoría de edad. La voz de la razón intentaba disipar mis sentimientos, señalando la inapropiada naturaleza de mis emociones y los límites evidentes que separaban nuestros mundos.
Sin embargo, mis emociones no conocían de límites ni de razones. La atracción y la obsesión por Edward persistían, desafiando toda lógica y racionalidad. Pero detrás de estos sentimientos turbulentos, también se arrastraban la culpa y la tristeza. ¿Acaso había caído bajo la influencia del diablo, como dirían el pastor Cox o mi madre? Me atormentaba la idea de haber sucumbido a fuerzas oscuras, de haber permitido que mi corazón se desviara por un camino prohibido y peligroso. En medio de esta tormenta emocional, me debatía entre el deseo y la moralidad, entre la atracción y el deber.
Pero más allá de la fascinación física, mi mente no podía dejar de cuestionar la verdadera felicidad del pastor Edward. Cada vez que lo veía en su camioneta, su mirada perdida en el horizonte, parecía estar en otro mundo, lejos de la realidad de su matrimonio con Allu. Mientras ella brillaba como el sol en la comunidad, él permanecía en las sombras, envuelto en una aura de melancolía.
Las conversaciones entre los miembros de la iglesia solo añadían combustible a mi fuego interno de curiosidad. Las bromas de Allu sobre su esposo, aunque aparentemente inocentes, resonaban en mi mente como señales de un posible conflicto bajo la superficie de su relación. ¿Qué secretos ocultaban esas risas nerviosas?
El paso del tiempo solo parecía aumentar la brecha entre el pastor Edward y yo. Aunque nuestras sonrisas se cruzaban con cierta complicidad, los momentos de cercanía como aquel en el que le ayudé con el reproductor de música se volvían cada vez más escasos. Mi corazón anhelaba su contacto, sus manos rozando mi mejilla, su tacto suave arreglando mi cabello desordenado.
Pero en lugar de Edward, era su hermano, Gem Cox, quien se acercaba a mí con conversaciones triviales que apenas lograban captar mi atención. Aunque Gem compartiera el apellido con Edward, no había comparación entre los dos. Gem no era más que una sombra, una distracción insignificante en comparación con el hombre al que realmente deseaba.
Sin embargo, en medio de mi deseo desenfrenado por Edward, me encontraba atrapada en una lucha interna. ¿Estaba siendo justa con mis acciones? ¿O simplemente estaba persiguiendo la satisfacción de mis propios deseos sin considerar las consecuencias? No estaba buscando equilibrar mis acciones, estaba cegada por el deseo de vivir plenamente y estaba decidida a ceder, solo por un momento.