Capítulo 2: Desde otro punto de vista

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Von Frelsers Kirke o La Iglesia de San Salvador, es uno de los mejores miradores de la ciudad, además de ser uno de los 10 lugares imprescindibles que visitar en Copenhague. Es conocida por su escalera exterior en forma de caracol desde donde tendrás las mejores vistas panorámicas de la ciudad.

Al menos, eso era lo que decía Google.

Luego de caminar durante horas, visitando los puntos turísticos que no podía perderme, llegué a la Iglesia de San Salvador, dispuesta a subir hasta el punto más alto. Una decisión de la cual mis pies me reclamarían por varios días, pero no me arrepentiría jamás.

No sé cuánto tiempo me tomó llegar hasta el mirador. Agotada, me detuve un momento a descansar, al igual que lo hacían las personas que deambulaban por el lugar, tomando fotografías de la hermosa vista de Copenhague. Era cierto lo que decía internet sobre esto, pero verlo con mis propios ojos, era alucinante.

Tomé algunas fotografías con mi móvil, del que dependía casi exclusivamente para todo en mi vida. Incluso antes de llegar a esta desconocida ciudad, mi móvil era como una extensión más de mi mano. Citas, reuniones, mapas, aplicaciones de pago, entre otras cosas, me hacían dependiente de este aparato casi en un 100%.

Ahora, con una nueva tarjeta a la que tenía acceso a internet el tiempo justo, podía moverme por la ciudad mirando el mapa y comunicarme mediante el traductor.

Bendita sea la tecnología.

Recorrí el mirador tomando fotografías, algunas selfies y uno que otro video para mis redes sociales. A mi alrededor, familias y amigos mantenían conversaciones en una mezcla de idiomas que me hizo anhelar compartir esta experiencia con alguien y comentar mis opiniones respecto a lo que estaba experimentando.

Fue justamente el hecho de sentirme sola en un lugar rodeado de gente, que me detuve a mirar dos veces al hombre que estaba a unos metros de mí, apoyado en la reja del mirador, apreciando las vistas de la ciudad con aire soñador, completamente solo.

Cuando empecé a sentirme como una acosadora, lo reconocí. No sé qué fue; no llevaba su gorra, ni su mochila. Unas gafas de sol oscuras le cubrían los ojos por completo, pero estaba segura de que era él. Y aunque nunca fui una persona muy sociable, te sorprendería lo extrovertida que puedes ser cuando estás en un país extranjero sin ningún tipo de compañía.

Antes que pudiese pensar mi siguiente movimiento, mis pies ya estaban caminando hacia él.

—Hola.

Se giró y luego de fruncir el ceño un segundo, sus cejas se alzaron en un gesto de reconocimiento.

—Hey, hola —saludó con la curva de una sonrisa en sus labios—. La chica del tren, ¿no?

—Esa soy yo —respondí, nerviosa. Acomodé un mechón de mi cabello negro tras la oreja, pero lo llevaba tan liso y corto que no tardó en volver a su posición en unos segundos—. Te vi... desde el otro lado. No pensé que te encontraría en una ciudad tan grande como esta.

—Te sorprendería lo predecibles que somos los turistas —comentó con una amplia sonrisa—. ¿Solucionaste tu problema con los trenes?

—¡Ah! Sí. Compré la tarjeta, como me aconsejaste. Es sorprendente la cantidad de lugares a los que pude entrar gratis hoy.

—Me alegro.

—Yo... debería devolverte lo que pagaste por mí ayer.

—No, no hay problema. Solo quería ayudar.

—Me sentiría mucho mejor si me dejaras compensar lo que gastaste —dije, revolviendo mi bolso para dar con algunos billetes que cambié durante la mañana.

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