Antes de Navidad

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Navidad. Era todo lo que escuchaba durante el día. Pero aún faltaba para Noche Buena. Sin embargo, los preparativos eran primordiales en estos días. Supongo que todo comenzó con una mala noche.


Vivía solo, en un barrio donde casi se escuchaba el pasar de los autos. Y luego estaban mis vecinos. Parecen una familia unida y estúpidamente feliz, con sus gestos falsos y los halagos que engañan a todo el barrio. Y los detesto, principalmente al malcriado de su hijo Bernardo; un mocoso de once años que... No sé, pero lo odio.

Cuando llegué a casa después del trabajo, vi al mocoso de Bernardo enredarsecon unos cables. El pequeño estúpido necesitaba ayuda, y la loca de su madre, Hilda, salió con un trapo mojado en las manos para ver lo que sucedía.

—¡Berni, hijo!

—No, mamá. Yo puedo solo —le dijo él, eludiendo a su madre. Hilda, la loca del barrio, se le acercó y tiró el trapo húmedo en el césped para desatar los cables. Pero en un mal intento, la estúpida tanteó una parte cargada de electricidad, lo que hizo que retrocediera con un grito.

—¡Mamá! —exclamó asustado. Hilda se desplomó en el suelo.

Yo seguí caminando, introduje las llaves y antes de cerrar la puerta, expresé:

—Uno más estúpido que el otro.

Antes de ducharme oí la típica discusión de la familia. Pero en cuestión desegundos, todo estaba en silencio. Dejé el televisor encendido del cuarto, y antes de quitarme los zapatos, un brillo se acentuó en mis ojos. Me asomé a la ventana y descubrí la figura luminosa de la casa de enfrente. Mis vecinos habían puesto un animal con luces; su decoración de Navidad. El marido de Hilda, Rodolfo, me vio espiando su nueva estructura navideña. Me escondí entre la oscuridad de la ventana y me duché con sus ojos clavados en mi retina.

Después de esa semana, las casas del barrio estaban entupidas por luces y motivos navideños. Eso no importaba, porque dentro de pocos días me iría de viaje solo, en mi coche, pero lejos. Volvía de trabajar, con un dolor latente en mi cabeza debido al calor. La casa de mis vecinos estaba vacía, y bajo los últimos rayos de sol, la figura navideña de su patio delantero parecía desfigurada. Tomé aliento y entré a mi hogar para tomar un analgésico. Durante la noche, el reno luminoso comenzó a titilar, y estuvo así hasta que cerré lascortinas de mi cuarto. Entonces, fue cuando escuché una risa fuera de mi habitación. Di un vistazo detrás de la puerta. Al encontrar oscuridad, me volví hacia mi cama, suspiré y la risa volvió a sonar en misoídos, en tono desafiante. Rápidamente eché un vistazo por la ventana y dejé las cortinas abiertas con la luz de aquel animal luminoso supurando en la oscuridad de mi habitación.

—Cobarde —sonó en mi mente, con la misma risa traviesa que había escuchado. Cerré los ojos y conseguí dormirme profundamente.

¡Sí! El viaje sería esta noche. Debido a mi notable falta de salud —constante cefalea, dolor corporal y resfrío—, pude retirarme del trabajo varios días antes de las vacaciones de verano. Ya tenía más de la mitad de mis pertenencias prontas en mi coche; un Citroen CV modelo 90 que conservo desde que mi padre falleció, y que hasta ahora forma parte de mi orgullo. Me preparé un té con miel cuando escuché un ruido en la puerta. Si era alguien, entonces era un fantasma, porque nadie en el barrio venía a visitarme.

—Hola, disculpá que te interrumpa. Escuché que te ibas de viaje y me gustaría que te quedaras a cenar en casa para desearte feliz viaje.

—Voy a volver –contesté, algo sorprendido. Era la loca de Hilda.

—Sí, pero...

—Realmente deseo irme lo antes posible. Ya sabe... mi madre y sus medicamentos —mentí. Y eso fue toda la conversación.

Dicho esto, empaqué lo último que quedaba en lacasa y lo dejé en el coche. En realidad, faltaban unas horas para irme, pero no pensaba cenar con esa familia endemoniada. Cayó la noche y mi salud comenzaba a evaporarse. Apoyé un edredón en mi espalda y vi un poco de televisión para calmar la ansiedad. Me llevé otro analgésico a la boca cuando el brillo de mi ventana empañó de un tono amarrillo mi habitación. Era el reno luminoso de mis vecinos, encendido otra vez. De repente, la risa de la otra noche sonó más chillona y escalofriante. La sangre se me heló. Tomé coraje e intenté patear el televisor para quitarme de encima el brillo de la pantalla. Erré una y otra vez, y la risa se multiplicaba con cada intento fallido. ¿Qué fue lo peor? Que el aparato se desenchufara y mi cuarto quedara casi a oscuras.

—Me largo ahora mismo. Con o sin salud —murmuré.

Tomé las llaves de mi auto y crucé la puerta con la frente ardiéndome de fiebre. Di tropezones por toda la casa, porque la risa me seguía a todas partes. Alcancé la puerta principal y la tranqué lo más rápido que pude. Al darme vuelta, el reno luminoso de mis vecinos brillaba como el sol. Me subí al coche e introduje las llaves. El motor no arrancaba. Suspiré, y volví a intentarlo. Cuando tuve éxito, di marcha atrás, pero el auto no avanzaba. Escuché el ruido de la puerta de mis vecinos.

—¿Qué carajo...? —miré por el retrovisor y descubrí un nudo de cables cerca de la suspensión del coche. Eran los mismos cables que se usaban para el adorno del reno. Apreté el acelerador a fondo y las ruedas chillaron en el pavimento, intentando retroceder. Las risas estallaron dentro de casa.

—Dale, por favor... —y el auto salió disparado hacia atrás.

Ya estando en la calle, pedí que los cables desaparecieran. Zarandeé el auto, pero sin llegar a resultados. Sentía que mi cabeza iba a explotar. Entonces giré el volante y me volví a dar una vuelta por el barrio; estaba a punto de vomitar, y necesitaba destruir la chispa de mi locura: el reno luminoso de los vecinos. Mientras mi cuerpo ardía en fiebre, reflexionaba sobre el horror que me producía volver a casa. Pero la ira de acabar con esto lo pudo todo. Fue en ese entoncesque giré en una esquina hasta llegar a la casa de mis vecinos. Allí reuní valor, y con un solo movimiento, salí disparado en dirección al reno de luces. Pero flaqueé, y desvié el volante, lo que hizo que el coche derrapara frente a la casa de mis vecinos y dejara intacto alreno. Frené. Mis vecinos ya no estaban, y sólo un cuarto de la casa estaba iluminado.

Ahora estaba supurando de fiebre, y poco podía discrepar entre la oscuridad del barrio. Mi coche salió ileso, sin embargo, se encontraba varado casi en medio de la calle .Abrí la puerta de mi vehículo y di unos pasos tambaleantes hacia mi hogar. La visión se me hacía borrosa. Extendí el brazo para insertar las llaves de la casa, pero se resbalaron y cayeron al piso. Se me formó una mancha oscura en mi campo devisión, y en pocos segundos, perdí la conciencia.

Desperté.

Estaba en la cama, con sudor en la frente. Las llaves estaban en lamesita de noche. El televisor en su lugar. Y afuera, seguía de noche. El corazón me rompía el pecho con los constantes latidos. Tenía miedo. La habitación se llenó de la luz filtrada por las cortinas; el reno seguía iluminando las calles. Entonces la puerta fue impulsada por un leve movimiento, dejando una ranura a la vista de mis ojos. Desde la abertura de la puerta, y entre elligero manto amarrillo de luz, descubrí un ojo negro y sonriente.

—Las cortinas... —musité.

Pero no quería correrlas. No podía.

Encarcelado en mi cuarto, me cubrí con las sábanas y esperé a que saliera la luzdel sol, sin poder dejar de mirar hacia la puerta.

Me prometí nunca más volver a burlarme de mis vecinos.

Antes de NavidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora