Pelos...los pelos de la ignorancia!!

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Vine al mundo en marzo del 52. Según me contaron, el viejo fue en su motocicleta a buscar a la partera. Nací en mi casa materna (y no digo paterna porque eso es otra historia) en 9 de julio al 4060. Ahí, pegadito a las cuatro vías por Facundo Zuviría en la ciudad de Santa Fe.

En la casa de al lado, vivían los abuelos maternos: Nerina Marcolini y Julio Mazzarantani. Él era originario en Macerata, Italia, en 1987 y a los 18 años había sido soldado en la Guerra con Austria (Primera Guerra Mundial 1914/18). Uno los tantos que buscaron el "fin del mundo" cambiando el horror por el auto destierro.

Dicen que la nona, era quién colocaba las inyecciones en el barrio. No por ser enfermera, sino porque tenía práctica. Ella fue insulina dependiente y de inyección diaria.

Me supo contar la "Gringa Negra", Susana Cámpoli concejala de la ciudad de Santa Fe entre 1995 y 2003, que mi nona era también la que por ahí le daba algún concejo a las jovencitas del barrio: "El hombre promete, promete, hasta que te la mete. Una vez que la metió, se olvida lo que prometió". Se me dibuja una sonrisa cuando recuerdo aquel día que Susana me contó sobre los concejos de la nona Nerina.

Pero la conversación intrafamiliar era tan escasa por no decir nula, que de mamá recuerdo al menos dos frases. La primera fue cuando se hizo señorita. – "Te habrás lastimado, ponete este trapito", palabras de Nerina. Y el otro "sabio concejo" que le dio a la mami cuando la vieja se puso de novio con papi fue: "-Si quedas, embarazada, no vuelvas. Directamente, tírate del puente colgante".

No entiendo el por qué tanto incordio para hablar sobre algo que se ha visto desde siempre en la naturaliza y que ocurre desde que el mundo es mundo.

Tan vez, la incomprensión de tanto ignorante silencio y escuchando fábulas de aberraciones intrafamiliares me llevaron a editar en 1985 el libro "Fundamentos para la educación Sexual" que vendió más de 50 mil ejemplares y que contó con la colaboración de tres "señores" profesionales de Coronda (Traffano, López y Rosso y Lida - la mejor docente que conocí en mi vida). Pero esa también es otra historia que prometo contar.

Entre paréntesis, cuando lo pusimos en la calle todavía no había aparecido el S.I.D.A. o sea que fue casi un atrevimiento editorial el hablar sobre un tema tan "tabú". Repito 1985.

Pero esto está muy serio así que vamos a darle un poco de color.

¿Qué tienen las mujeres entre sus piernas?

Ana (ya fallecida) era un año y medio mayor que yo, y "el Negro", un año y medio menor y es necesario contar esto porque sinó, no se entiende el final del cuento.

Los tres compartíamos una misma habitación. Ana, esa tarde de verano, dormía profundamente en la cama que daba cerca de la puerta. Estaba desparramada en la cama, sin estar tapada con la sabana.

El Negro y yo ya hacía un tiempo que nos veníamos preguntado: 

¿Qué tienen las mujeres entre sus piernas? 

Por ahora, sin respuesta concreta. No había libros o a quién preguntarle. Hasta habíamos inventado un periscopio con unas maderitas de los laterales u esquineros de los cajones de frutilla de tres kilos que con dos espejitos en sus puntas, nos permitían introducirlo por el ventiluz del baño, para espiar a nuestra hermana, en busca de descubrir el misterio del sexo femenino. Todo, sin suerte. Desde arriba, no se veía nada.

Vuelvo. Ana tendría 12/13 años, así que nosotros rondaríamos entre los 9 y 11. E insisto con la edad, porque el cuento parece sacado de un libro de la prehistoria. Era incomprensible que a esa edad desconociéramos que había debajo de esa bombacha celeste.

Jugábamos con un pequeño arco y unas flechitas que en su punta tenían unas sopapitas que mojabas con saliva y con un poco de suerte se pegaban al vidrio de la ventana que daba a calle 25 de mayo.

En un momento, el juego se detuvo y nos paramos al pie de la cama donde dormía profundamente Ana. Nos miramos y nos volvimos a preguntar: ¿"Que tiene"?

La inocencia y la imprudencia se hicieron cargo de la situación. Creo que fui yo quien con la punta de una flechita de no más de 40 centímetros enganché un costado derecho de la bombacha y suavemente, la levanté un centímetro.

-"Pelosssssss" dijimos bajito y casi sin hablar a dúo mientras nos mirábamos con cara de asombro y con ojos saltones. Ana tenía pelos entre las piernas. Las mujeres tenían pelos en "ese lugar".

Sé que es una anécdota que podría considerarse de lo que se conserva en "la intimidad", pero también creo que es la forma de graficar sobre la ignorancia, la falta de educación, el tabú y encontrarle un poco de contenido a la conducta que derivó de "tanto silencio".

Nunca supimos que además de pelos existían sus genitales. Ya el hecho de descubrir "pelos" la hacía un ser diferente. La ignorancia era tal, que desconocíamos que poquito tiempo después, nosotros también tendríamos pelos.

Y Sigo. Años más tarde, papá le preguntó a "el negro ya adolescente" - en un mano a mano – y tratando que se cuidara si cuando andaba por algunos lugares tenía el cuidado de usar preservativo o profiláctico y la respuesta de mi hermano fue: -"No papá, uso forros".

Finalmente, en alguna sobremesa, ya mayores y con unos vinos de por medio, Ana se enteró de la "aventura selvática".

60 años han pasado y la criatura humana sigue siendo orgullosa, vanidosa, prejuiciosa, emotiva y a veces.... solo a veces, lógica.

Tal vez, la diferencia que existe hoy es que es tanta la información de todos los temas que nos rodean, que parecería que hay tantas verdades como personas y hay poca lectura e investigación y muchas veces, nos quedamos con ese "te habrás lastimados" que le dijo la nona Nerina a mami cuando se hizo señorita y lo defendemos como terminante verdad.

Yo pagué caro tanta desinformación. Pero eso, también es cuento para otro día.      

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⏰ Last updated: Mar 12 ⏰

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