Lourdes

Lourdes, al escuchar a la vecina hablando sobre los síntomas que tenía su hijo la noche anterior; recordó el día en que su hermano murió por parásitos y lo revivieron con ceniza caliente, pues eran los mismos que tuvo él e hizo que su mente, en ese instante, viajara sin freno a aquella época. 

Cuando Magdalena, su madre, viajaba a la ciudad, la dejaba a cargo de todo y antes de salir del hogar, le ponía una nota en la mesa que decía: "si ves a tu hermano pálido, con los ojos amarillos y haciendo un ruido extraño con los dientes; dale este medicamento". Lourdes, estaba acostumbrada a toda la cantaleta, despedía a su madre y esperaba un buen rato sentada frente a la casa, porque sabía que también se devolvería varias veces a dar las mismas indicaciones y solo cuando estaba segura de que no regresaría, podía salir corriendo al río. Aquel río de tantos y tan hermosos recuerdos.

Cuando salía de clases, solo deseaba en ir directo a su casa, deshacerse de sus libros, ropas y salir al patio a darse un chapuzón, pero en ese entonces, la malvada de Sara, la espera todos los mediodías en el cruce de la poza. "Aleluya cabeza de grulla" le gritaban Sara y sus amigas al verla pasar. Estaba harta. Y un día se llenó de rabia y valor y la agarró de las greñas, le dio una buena lección y nunca más volvió a escuchar ese «aleleye cabeze grelle» que odiaba tanto.

Cuantos años han pasado, cuantas cosas han sucedido. Al morir su mamá, tuvo que hacerse cargo de la casa y sus siete hermanos, siendo dura la vida de adolescente, pero con un deseo de superación creciente, que la llevó a ser y alcanzar ese sueño de estudiar y ser mejor, aunque eso significara dejar a su amado río atrás «quiero irme a Caracas», pensaba.

Años después, con dos carreras universitarias y cuatro hijos, aquella tarde, Lourdes, escuchaba a su vecina hablar, sin prestarle mucha atención, aun sumida en su viaje de recuerdos.

—¿Mija, tú me estás escuchando? Preguntó la vecina.

—Esos son los parásitos. Respondió.

Por: Guillermina Márquez.