- ¡Mamá, no me pongas más chocolate ni galletas Dios mío! ¡Voy a casa de papá no de acampada! - dije mientras apartaba mi maleta y mochila de las garras de mi madre.
Aquel verano iba a pasarlo con mi padre. Siempre iba un mes y medio, pero estos tres últimos años, después de lo que pasó en Mile Lake, solo había ido con mi hermano durante el curso en fechas señaladas. Aproveché para pasar esos veranos con mi madre en su librería. Me encantaba, era una especie de paraíso. El resto del año, con el instituto y las extraescolares casi no podía ir, y cuando iba, era poco rato.
Mi padre acababa de tener una bebé con su nueva pareja. Llevaban tres años juntos y aunque me llevaba bien con él y Betty, no me sentía a gusto en esa casa desde que vivían los dos. Era una casa preciosa, desde la gran ventana de la cocina veías el jardín trasero con la pequeña piscina, dentro, tenía todo el suelo de madera oscura, un salón con la típica chimenea de las pelis de Navidad, pero sin duda, lo que más me gustaba de ella, eran las habitaciones tipo buhardilla. No sé por qué razón me parecían mucho mas acogedoras, y justo la mía, tenía una ventana en el techo. Imaginaos el espectáculo cuando llovía.
Ellos intentaban estar pendientes de mí, nunca me faltaba de nada y mi habitación siempre estaba como la dejaba, pero no era eso lo que me hacía sentir fuera de lugar, sino mis idas y venidas sin instalarme allí del todo. Cuando iba, me daba cuenta de que ellos tenían su propia vida y yo, parecía una invitada de honor que les hacía parar por unos días su rutina.
- Aún estás a tiempo de ir solo quince días Alexia. Podrías ayudarme en la librería como cada verano, pero este año te pagaría un sueldo, que ya eres mayor - me cogió de la nariz como cuando era pequeña.
- Estaré bien, además, quiero desconectar un poco de la ciudad para poder empezar la universidad centrada.
Cuando la miré, supe el porqué de ese interés en que me quedara.
Mis padres se separaron cuando mi hermano tenía ocho años y yo seis. Al principio mi madre lo pasó muy mal, a pesar de lo pequeña que era, recuerdo pasar días enteros en casa de mi abuela porque no se veía capaz de cuidarnos. Años más tarde, fue asumiendo la situación y volvió a ser la mujer alegre y optimista de siempre. Pero con la llegada de la nueva bebé de mi padre, a mi madre se le removió todo el pasado. Él había sido el amor de su vida y ella siempre me decía que le había dado el mejor regalo del universo, sus hijos, Kai y yo. Por eso no le quería decir que realmente me apetecía ir allí para estar con mi nueva hermana, Tara. No quería hacerla sufrir más de lo necesario, aunque creo que en el fondo ella lo sabía, ninguna dijo nada.
- Te llamaré en cuanto ponga un pie en Mile Lake - la estreché entre mis brazos con todas mis fuerzas.
Era el primer verano entero que íbamos a pasar separadas.
- Ten cuidado por el camino, si te entra sueño, para, no hables con extraños y si ves alguna cosa que no te gusta me llamas. Te quiero pequeña india.
Me encantaba cuando me llamaba así, era como volver a mi niñez, cuando me doraba tanto por el sol y mi madre me hacía trencitas en los mechones de delante de mi largo pelo castaño.
Aparqué delante de la casa y mi mente empezó a recordar esos meses de verano en ese pequeño pueblo. Éramos unos cuantos niños en esa zona y recorríamos esa calle con nuestras bicicletas cada día. Cada tarde, escogíamos una de las casas para ir a merendar y bañarnos en la piscina o jugar a indios y vaqueros (seguro ya sabéis de qué me tocaba hacer a mi). Algunas noches, los padres se juntaban para hacer barbacoas en los jardines llenos de lucecitas colgando de los árboles y muchos fines de semana, íbamos al lago a bañarnos.
Cuando miré a mi alrededor, mis ojos se clavaron en dos casas más adelante. Estaba como siempre, lo único que había cambiado es que fuera, ya no estaban los balones tirados por el suelo, ni las bicicletas, sobre todo la rosa y blanca con la cestita en el manillar.
En el jardín de esa casa me había dado mi primer beso, y no pude evitar recordar a esos dos pequeños diablillos de ojos verdes a los que había odiado miles de veces, pero los había querido dos mil. Bryce y Sasha Smith. Habían sido mis mejores amigos durante esos veranos hasta que cumplí los trece. Ese verano, sentí algo diferente por Bryce.
Dos años más tarde, todo eso se rompió. Con una punzada en el corazón, mi mente recordó aquel cabello largo castaño claro y esos ojos verdes.
Mis pensamientos se detuvieron cuando empezó a sonar mi móvil. Mi madre. Me había olvidado de llamarla y ella tenía calculado al milímetro el tiempo que solía tardar en llegar hasta allí. A veces era un poco pesada pero entendía esa preocupación. Sabía que aunque llevaba solo tres horas fuera, su mente ya estaba a mil por hora en diferentes escenarios catastróficos de lo que me podía haber pasado por ir yo sola en el coche, en vez de coger un autobús.
(Vamos Alexia, tú puedes)
Descolgué el teléfono y me quedé un rato en el coche hablando con ella.
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Cree en mí
RomanceAlexia, pasaba parte del verano en Mile Lake, el pueblo donde vive su padre. Hacía tres años que solo lo visitaba en fechas señaladas, le traía demasiados malos recuerdos. Pero este verano es especial, su padre ha tenido una hija y quiere conocerla...