5- DESILUSIÓN

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Celeste

Sentir que la vida te quita lo que te ha proporcionado tan valiosamente es aterrador. Solo pensar que hay la posibilidad de encontrarme de frente con mi pasado y que mi vida vuelva hacer el mismo tormento, me eriza la piel, produciéndome un escalofrió como la muerte misma.

Decir que no extraño a papá, seria mentir. Aun sabiendo que le importaba poco o nada mi existencia, siendo principal y único testigo de los maltratos físicos y psicológicos de mi tía.

Mi espalda guarda las cicatrices de actos doloroso con los que crecí, más nunca me acostumbré.

Recuerdo esa tarde, que salí de casa luego que mi tía, me torturara de la manera tan despiadada que lo hizo, por la razón de ver a su novio a la cara al abrir la puerta.

Para mí era prohibido ver a la cara a cualquier persona que entrara a la casa y mucho más si eran hombres, hablar cuando no se me pedía opinión, ni que decir. Por esa razón no hablaba con nadie y con el tiempo me sentía tan antisocial. Ya tenía la suerte que me dejara seguir estudiando.

Esa tarde que llego a mi vida un ángel para brindarme de lo que tanto carecía.

Mi espalda ardía por las quemaduras ocasionadas con la barrilla que mi tía calentaba paciente en una de las tantas velas frente del Cristo en la habitación donde solía orar por horas. Ordenándome a dejar mi espalda al descubierto.

La convicción de sus palabras, que no era más que degradación a mi persona, disfrutando de cada acto proporcionado en mí.

Absorta de mi realidad, esa era la manera que había descubierto que dolía menos. Ya no suplicaba por ayuda, la única persona que me la podía brindar no movía un músculo por mis lamentos, o súplicas. Tal vez lo disfrutaba igual que su hermana.

El vestido se pegó a mi piel lastimada, mi cuerpo se sentía débil, pero estaba por llegar al parque donde me sentaba las veces que podía escapar de casa para ver cómo las familias jugaban con sus hijos, imaginando ese mismo escenario para mí.

—Solo una calle y te sentaras —. Me alenté.

Viendo como las familias reían, me apoyé en un árbol para recobrar un poco de fuerzas. La mano de alguien en mi espalda me hizo quejar del dolor proporcionado al tacto, la voz preguntando si estaba bien, no me permití verle, no quería otro castigo por un pecado más.

Más la insistencia del extraño, sintiendo mi cuerpo temblar no me permitió argumentar de un buen estado físico del cual carecía.

Quería volver a casa, juro por todos los ángeles y Dios de testigo que así lo quería. Mi mundo se oscureció sintiendo como mi cuerpo flotaba, por fin había llegado la hora y, mi sufrir cesaría.

Desperté en la habitación de un hospital, y mi ángel sonrío al verme, sus palabras las recordaré por el resto de mi vida igual que cada momento compartido con él.

"Nadie más en tu vida, te volverá hacer daño, de mi cuenta corre que así sea, cortaré la mano del que te lastimé"

Por primera vez en mi vida sentí llorar por algo más que torturas, lloré al ver que alguien que no conocía hacia una promesa, asegurando mi bienestar.

No entendí por qué salí del hospital con ese hombre que era un desconocido, pero no todo el mundo se desvela cuidando a una aparecida, y su presencia me inspira confianza y seguridad.

Eso era en la vida de William O'kelly.



***

LA PUREZA DE SU MIRADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora