Capítulo VIII

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No estoy segura de si hago lo correcto, ni tampoco si mi plan saldrá bien, pero carecemos de tiempo. No solo por nuestra seguridad sino también por la vida de Will y Torsten. Si aun existe una mínima esperanza de que sigan vivos, tenemos que actuar pronto. A mi tío no le gustó mucho mi plan, pero pese a que me costó convencerlo, fui determinante. Aun no poseo la paciencia necesaria para mediar con él. Como les dije antes de hablar, seguir adelante mi dolor.

Reunimos a los soldados y les expliqué mi plan. Siendo honesta me fue mejor de lo que imaginé, ellos estuvieron de acuerdo. También me di cuenta de que no me reprocharían nada y en cierto modo eso me hizo sentir pésimo. Parecía que no me conocían ni yo a ellos.

Mi objetivo es tenderle una trampa a la guardia real. Si mi teoría es cierta, ellos estarán al acecho en todo momento y el único lugar que pueden estar vigilando es la antigua aldea. Por esa razón, propuse que los soldados, los jóvenes entrenados y yo volvamos a nuestro antiguo hogar. Puede funcionar como fracasar. La verdad no tengo certeza de nada, pero si funciona podemos encontrar información acerca de Torsten y Will.

—Adira.

Me doy la vuelta y veo que mi amiga viene hacia mí.

—¿Qué sucede? —pregunto reconociendo esa expresión de incomodidad que trae.

—No quiero ser pájaro de mal agüero, pero, ¿Estás segura de que funcionará? —consulta preocupada y suspiro hondo.

—No lo sé, Su. —contesto con franqueza. —A mi también me preocupa, pero no podemos seguir huyendo, tenemos que proteger a las familias y alejar a Silas de aquí lo mas rápido posible. —explico con calma. —Además, necesito hacer algo por los muchachos, no puedo quedarme de brazos cruzados.

—Créeme que quiero apoyarte y te seguiré a donde sea, pero juro que no puedo ni pensar en la idea de perder a mi mejor amiga. —confiesa con la voz temblorosa y sonrío conmocionada.

—Lamento decirte que ahora tu mejor amiga es la persona más buscada del reino así que hazte la idea de que viviré corriendo riesgos. —intento darle un tinte de diversión al ambiente.

—¿Qué no lo hacías antes? —rebate arqueando una ceja y carcajeo.

—Ni que tu fueras santa.

Ríe con picardía.

—Ya, hablando en serio, una ultima cosa. —se anima un poco. —¿Puedo llamarte Elizabeth?

Puedo sentir como mi expresión se desfigura de la molestia. Me dan ganas de abofetearla, pero la quiero mucho como para hacerlo.

—Lo siento, es que me muero de ganas por llamarte así. —replica ansiosa y alzo ambas cejas. —Por favor.

Entrecierro los ojos analizando la situación y lo estresante que será para mí que use ese nombre. En realidad, es muy bonito, pero amo el nombre que me han puesto mis tíos y es lo único que me queda de mi antigua vida. Sin embargo, tengo darle una oportunidad, de un modo u otro debo acostumbrarme.

—Está bien. —digo contra mi voluntad y empieza a saltar emocionada. —¡Pero con una condición! —alzo el dedo índice y escucha atenta. —A la primera que mezcles los nombres tendrás que llamarme Adira de nuevo. O elijes uno, o nada.

Una risita brota de su interior y de pronto, el corto lapso de tiempo en el que me siento tranquila se ve interrumpido por un grito nos alerta a ambas.

Enseguida compartimos una mirada de preocupación y corremos en busca de aquel grito. Al abrir la puerta, el olor a humo nos apabulla y el terror me encadena cuando veo a los Guardias del Rey a caballo, con antorchas en mano, quemando todo a su paso. Nuestra gente corriendo por su vida, aclamando piedad.

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