Tarea

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En un punto de su relación, Jessica solía sentir algo de vergüenza, o por lo menos un sentimiento parecido, en especial dada el golfo de diferencia de edades: ella apenas podía presumir de haberse convertido en una joven mujer adulta hace algunos meses atrás, mientras que él, bueno, con decir que podía presumir de un matrimonio fracasado que terminó en divorcio.

Era algo trillado, difícilmente lo que algunos considerarían "políticamente correcto" (lo que sea que signifique dicho término en realidad), pero en todo caso, eso no detenía a ninguna de las partes de perseguirse.

Incluso, se podría decir que en buena parte, justo eso volvía su relación algo más dulcemente prohibido; como una Eva tentada por una manzana, solo que este fruto yacía del propio Adán.

Ambos yacían en la cama del dormitorio del apartamento de él; el espacio era grande, en definitiva, aquel hombre hizo un buen trato en cuanto a los bienes raíces, pero la falta de un toque femenino en aquel hogar era más que evidente: no es solo que estuviera ausente, sino que lo había estado por un largo tiempo, como una sequía recurrente que niega las condiciones para que algún tipo de flor finalmente se haga presente.

A veces, ella se preguntaba que hacía ahí.

Pero no tardaba en recordarlo, al recordar lo vivido la noche anterior.

A pesar de su edad, aquel hombre sabía mantenerse en forma; en sus brazos, Jessica sentía una contradicción: un toque firme y autoritario, cual si con un agarre se veía incapaz de escapar, y sin embargo, al mismo tiempo, una gentileza como la de un caballero a la antigua digno de un libro de Jane Austen.

Simultáneamente, él sabía hacerla sentir como una dama y como una zorra.

—No hay nada de que preocuparse más, mi niña —Jessica recordó con sonrojo como la consoló con gentiles susurros, mientras lloraba, sentada a un costado de la cama.

—Es que no sé qué hacer —esa joven mujer de rubia cabellera y cabeza atribulada declaró—, todo parece... no tener sentido, e infranqueable.

—No quiero sonar condescendiente —declaró con una sonrisa en su ligeramente barbuda boca—, pero a tu edad, todos los problemas siempre parecen más grandes de lo que en verdad son.

—Quiero creer eso —Jessica respondió, apenas pudiendo calmarse lo suficiente para contener su llanto—, de verdad que sí... pero no conoces a mi familia, no conoces a mi madre, y eso hace toda la diferencia...

—Los traumas maternales son siempre difíciles —él declaró en lo que se quitó su camisa y corbata, y reveló su fornido abdomen.

—No creo que sea indicado... ya sabes —comentó Jessica, en rostro colorado, y mordiendo su labio.

—Si pensarás que no es indicado... no te encontrarías en mi apartamento, con ese vestido tuyo.

—¿El que tú me pediste que me pusiera?

—Sí Jess —él comentó, inclinando su rostro a nada del de ella—, el que acataste usar para mí...

Y ella hubiera dicho más, ¿pero con qué objeto? Cualquier resistencia era meramente simbólica, una especie de reducto de instinto de mantenimiento de reputación, para medio poder decir que todavía quedaba un lado de ella que se apegaba a la imagen estereotipada y clásica de una "señorita decente".

Pero la decencia no la llevó a meterse con un hombre que bien podría ser su padre.

La decencia no la llevó a corresponder el toque de sus labios, o a gemir ligeramente al sentir sus manos grandes y firmes recorrer todo rincón de su figura y de sus curvas.

Una Buena Noche Y Un Mal ChisteWhere stories live. Discover now