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En la década de los 20's, en una pequeña comunidad rural, tú, una joven monja de 20 años, dedicabas tu vida a la religión con un fervor sincero. Tu vida en el convento estaba marcada por la devoción y el deseo de servir a Dios, y tus días transcurrían en oración y trabajo.

A pesar de tu naturaleza reservada y conservadora, tenías una curiosidad tranquila por el mundo exterior, aunque mantenías tus pensamientos y deseos muy alineados con tu fe.

En el convento, la vida era sencilla pero plena. Sin embargo, las hermanas buscaban maneras de ofrecer algo nuevo para el entretenimiento ocasional. Fue entonces cuando se hizo una petición especial a la iglesia para obtener una radio. Después de mucho debate y bajo estrictas condiciones, el pedido fue finalmente concedido. La radio solo podría sintonizar estaciones previamente aprobadas y no debía contener contenido considerado inapropiado.

Un día, mientras estabas en la sala común del convento, la radio comenzó a emitir una nueva estación. Era el programa de Alastor, una sección de esa estacion que comenzaba a ganar popularidad de una manera rápida y acelerada. Al principio, te sorprendió la calidad de la música de jazz que salía del aparato. Las suaves melodías y ritmos alegres se sentían como una invasión de la modernidad en tu mundo austero, pero de alguna manera, te encontraste intrigada.

A medida que el programa avanzaba, Alastor comenzó a hablar con una voz profunda y encantadora. Su tono era inconfundible, lleno de carisma y una pizca de misterio. En ese entonces, ofrecía consejos sobre la limpieza de la cocina con un enfoque casi teatral, mezclado con anécdotas cómicas y observaciones agudas. Aunque su estilo era una mezcla de sofisticación y extravagancia, algo en su manera de hablar te atrapó.

Cada tarde, después de tus tareas y oraciones, te encontrabas esperando el momento en que la radio se encendía para escuchar el programa de Alastor. Sus comentarios y consejos, aunque a menudo inusuales, te ofrecían una forma de escapismo que te hacía sonreír y disfrutar de un pequeño respiro de la rutina diaria. Mientras escuchabas, te preguntabas quién era el hombre detrás de la radio, pero sin perder de vista tu devoción y los límites establecidos por la iglesia.

Tu fascinación por el programa continuó, y aunque sabías que no debías involucrarte demasiado en el mundo exterior, no podías evitar sentir una creciente curiosidad por el enigmático conductor. Su estilo audaz y sus peculiaridades te mantenían intrigada, creando un pequeño rincón de fascinación en tu vida dedicada a la fe.

Los días pasaban en el convento con una rutina constante, marcada por tus labores y oraciones. A pesar de tu devoción y compromiso, el programa de Alastor se había convertido en un pequeño y secreto deleite.

Tu admiración por su estilo y elocuencia no pasó desapercibida para las hermanas, quienes a menudo comentaban entre risas sobre el atractivo del conductor de radio. La forma en que hablaba, con una mezcla de sofisticación y encanto, creaba una imagen idealizada de él en sus mentes.

Una tarde, mientras estabas en la sala común del convento, compartiendo un momento de esparcimiento con algunas de las hermanas más jóvenes, la conversación inevitablemente giró en torno a Alastor.

-¿No les parece que tiene una voz tan... cautivadora? -comentó Sor Isabel, una de tus amigas más cercanas. -Es como si pudiera hechizar a cualquiera solo con su forma de hablar.

-Sí, -concordaste, -su programa es tan fascinante, especialmente cuando da esos consejos tan peculiares con tanta elegancia.

-¿Y han notado cómo parece estar siempre de buen humor? Es como si estuviera en una constante fiesta. -añadió Sor Clara, otra hermana del convento.

Las risas llenaron la sala, pero de repente, las puertas se abrieron y la Madre Superiora, con su mirada severa, entró en la sala. Las risas cesaron de inmediato, y las hermanas se volvieron hacia ella con expresión de temor.

-¿Qué es todo este alboroto? -preguntó la Madre Superiora con un tono que indicaba que no estaba dispuesta a aceptar excusas.

Las hermanas se dispersaron, y tú trataste de mantener una actitud serena, aunque sentías un nudo en el estómago. El temor de que se descubriera tu admiración por el programa de Alastor se hizo palpable. Tu corazón latía con fuerza cuando la Madre Superiora inspeccionó la sala.

No pasó mucho tiempo antes de que las madres se enteraran de la atención que se había prestado a la radio. Como resultado, se les castigó, y la radio fue retirada durante dos semanas. Las mañanas se volvieron más silenciosas y monótonas sin el respiro que ofrecía la radio.

Cuando finalmente fue devuelta, se advirtió severamente que cualquier discusión inapropiada sobre el contenido de cualquier programa resultaría en la confiscación permanente del aparato. A pesar del reprimido deseo de seguir escuchando, entendiste la importancia de mantenerte dentro de las reglas y limitaste el tiempo que solías dedicarle a ese ocio.

Con el paso del tiempo, se te asignaron nuevas responsabilidades que incluían salir del convento para distribuir alimentos y ropa a los necesitados. Al principio, te sentías nerviosa por dejar la seguridad del convento y enfrentarte al mundo exterior, pero también sentías una gran curiosidad por lo que había más allá de las paredes que conocías tan bien.

Un día, después de completar una de tus tareas, caminaste por la ciudad con otras cuatro hermanas. La vida en la ciudad era vibrante y ajetreada, con tiendas y cafés que mostraban una realidad muy distinta a la vida humilde del convento. Aunque el tiempo libre era limitado y no se permitía comprar nada, te tomaste el tiempo para observar y explorar.

Una tarde, mientras paseabas por las calles bulliciosas, te encontraste con una tienda de antigüedades. A través de la ventana, viste una vieja radio en exhibición. Tu corazón se aceleró al ver el objeto que te había proporcionado tantas horas de entretenimiento. Te detuviste, admirando el aparato con una mezcla de nostalgia y deseo.

-¿Te gustaría entrar? -preguntó Sor Clara, notando tu interés. -Podemos quedarnos solo unos minutos.

-Sí, por favor, -respondiste con entusiasmo. -Solo quiero ver de cerca.

Dentro de la tienda, tocaste la radio con una reverencia casi sagrada. Cada detalle parecía recordar los momentos en que escuchabas el programa de Alastor, y una sensación de anhelo te envolvió.

Durante esos tiempos libres, también encontraste momentos para reflexionar sobre tus sentimientos. Sabías que tu fascinación por aquel locutor debía mantenerse en secreto, pero no podías evitar sentir una conexión especial con su programa. La elegancia y la sofisticación con las que hablaba te ofrecían un contraste con la vida austera que llevabas, y en esos momentos de exploración, sentías que el mundo era más grande y emocionante de lo que habías imaginado.

En las siguientes semanas, tu devoción y tu trabajo en el convento te llevaron a enfrentarte a una lucha interna entre la fascinación por Alastor y tu compromiso con tu vida religiosa. Mientras el mundo exterior seguía mostrando su complejidad, te encontraste buscando maneras de equilibrar tus deberes y el secreto placer que encontrabas en la radio. La conexión que sentías era un recordatorio constante de la vida más allá del convento, y cada vez que tenías la oportunidad de explorar la ciudad, te sentías más intrigada por lo que ese enigmático conductor podría significar para ti.

Nun id change (Alastor)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora