Ha vuelto

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—¡Yo maté a Sirius Black! —repetía una voz cantarina, orgullosa de lo que acababa de hacer y divertida por la reacción que había provocado en Harry. Era completamente consciente de que él la perseguía. Podía escuchar sus pasos resonando tras ella, amplificados por el silencio absoluto del lugar, como si cada rincón del lugar estuviera esperando a que la confrontación alcanzara su punto álgido. O quizás era la furia de Harry, esa rabia contenida que sentía en cada pisada, que hacía que su presencia pareciera aún más poderosa y aterradora. Bellatrix disfrutaba de la tortura psicológica, disfrutaba el control, sabiendo que estaba provocando a su presa.

La rabia en el chico iba incrementando mientras veía cómo la bruja saltaba y corría como si fuera una niña inocente en el parque, disfrutando de las flores, el cielo y lo maravilloso de la vida; paradójicamente, parecía admirar más lo trágico y encontrar algo fascinante en la muerte. En ese momento, al pelinegro ya no le importaba nada. Una de las personas que tanto anhelaba se había esfumado tras ese extraño arco de piedra, y la responsable de arrebatárselo se regodeaba en su presencia.

Bellatrix cruzó la fuente, riendo a carcajadas y repitiendo aquella cruel cantinela. Detrás de ella, se erguía un póster gigante de Cornelius Fudge. En la imagen, Fudge mantenía una expresión rígida e impasible, como si todo lo que sucedía en su mandato no lo perturbara en lo más mínimo. Su rostro regordete estaba iluminado por una luz artificial que resaltaba su piel sonrosada, y sobre su cabeza descansaba su característico bombín negro, algo inclinado hacia un lado, como si tratara de dar una impresión de dignidad. Sus ojos, fijos y vacíos, no reflejaban ni un atisbo de preocupación, y su postura erguida y rígida, con la varita en la mano, hacía que pareciera más una figura de autoridad que alguien con verdadero poder.

Harry alcanzó a la bruja justo cuando se dirigía hacia una de las chimeneas para escapar; no lo pensó dos veces. Necesitaba hacerle daño, verla retorcerse de dolor, escucharla rogar por su vida. Sus ojos se habían transformado; una mirada más siniestra había tomado el control. Levantó la varita con firmeza y dejó salir todo su odio en forma de una luz rojiza que impactó el cuerpo de la mortífaga.

—¡Crucio! —gritó, haciendo que Bellatrix cayera al suelo. La bruja se giró, más pálida que nunca, con una mueca de miedo al ver al chico, quien, hasta ese momento, no creía capaz de atacarla de esa manera. Sin embargo, la maldición Cruciatus de Harry no fue tan dolorosa como podía llegar a ser; le había faltado intención, y él se dio cuenta de ello sin entender por qué. Sostuvo la varita firme, recuperando su mirada habitual y observando con el azul índigo de sus ojos a la mujer que tenía frente a él.

Una voz resonó en su cabeza, fría, escabrosa y, por desgracia, familiar.
—Hazlo —decía, mientras él, ahora dubitativo, sostenía su varita frente a una Bellatrix que poco a poco recuperaba el escaso color que aún le quedaba.
—La conoces, Potter, sabes cómo hacerlo. Se lo merece, ella lo mató, hazlo —seguía repitiendo la voz. Con cada segundo, Harry estaba más nervioso.

Notó, después de unos instantes de duda y culpabilidad, cómo un humo negro brotaba detrás de él, parecido a un nubarrón oscuro que se movía a voluntad. De aquel tenebroso fenómeno emergió una cara que resultaba omnipresente para la despiadada mujer tumbada, que ahora sonreía de oreja a oreja.
—¡Hazlo! —chilló Lord Voldemort, haciendo reaccionar a Harry, quien trató de voltear hacia él y apuntarle con su varita, solo para que esta fuera rechazada de un golpe.
—¡Ahhhhhhrg! —gruñó el de facciones de serpiente, mirándolo con una expresión de superioridad que denotaba absoluta decepción.

El chico cayó al suelo, a los pies de Voldemort, emitiendo un sollozo por todo lo que había pasado esa noche, lamentándose de no haber escuchado a Hermione. Por su culpa, Sirius había muerto, había puesto en peligro la vida de sus amigos y ahora se había entregado a Voldemort en bandeja de plata. Ni siquiera había podido vengarse de Bellatrix por lo de su padrino. Todos esos pensamientos se arremolinaban en su mente mientras permanecía de rodillas en el suelo, y Voldemort se encargó de expresarlos en palabras.
—Eres débil, Potter —escupió con tono frío.

Harry Potter y la Orden del Fénix. 2.0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora