Capítulo 5

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18 de agosto de 1939.

La pala atravesó la tierra gracias a la fuerza que infringí sobre ella. Las gotas de sudor se deslizaban por mi cuerpo gracias al sol que comenzaba a quemar. Mi familia veía con tristeza el agujero que estaba por finalizar. Las lágrimas volvieron a hacer presencia, pero esta vez fueron detenidas por simples pañuelos bordados de color negro.

Lancé mi instrumento de trabajo lejos y caminé hacia el saco largo que contenía en su interior a mi padre. Lo tomé con delicadez y lo arrastré hasta la fosa. Mamá gimió al oír el estruendo que provocó el cadáver al chocar contra la tierra húmeda. Comencé a sellar el agujero

Unas rosas cayeron sobre la tumba, formando un mar de pétalos rojos. Mamá dio unas palabras, las cuales no pudo culminar, ocasionando un silencio asfixiante. Las mujeres se retiraron hacia la casa y yo me quedé en medio de la montaña, admirando la cruz rústica que había hecho Erika.

-Lo lamento, padre -murmuré sentándome en el césped-. A pesar de las peleas, producto de ideales diferentes, yo te quiero. Me arrepiento de no haber estado ahí cuando me necesitabas... Realmente lo siento.

Me levanté y, haciendo una reverencia a modo de agradecimiento por los años que me cuidó, me retiré sin derramar una lágrima, justo como me había educado él.

(...)

25 de agosto de 1939.

Pasé el resto de los días trabajando en el campo mientras la cruz inclinada me veía desde lo lejos. Ahora mi familia vestía de negro y guardaba pañuelos para llorar, pero yo me mantenía firme ante la pérdida. Por las noches no dormía, temiendo encontrar tras mis pupilas la viva imagen de mi padre, quien me suplicaba que no me marchara, que me quedara a su lado.

Mi madre no me dirigía la palabra, en cambio, Erika parecía más amable y tranquila. Ya no salía por las noches, ni hablaba de temas de política, sólo pasaba su tiempo estudiando y bordando. Liesel todos los días me traía cartas, las cual leía, pero respondía con escasas líneas.

Mis pensamientos eran sumergidos por el recuerdo de papá, quien, a pesar de las peleas, me educó a ser fuerte ante las adversidades. Las imágenes vividas juntos se desplazaban como un libro por mi memoria. Sus juegos graciosos, sus clases sobre cosecha y cultivo, además de las sonrisas que me brindaba aun estando cansado. No fue el típico padre cariñoso y bondadoso, pero siempre hizo lo mejor por la familia, aunque eso significara alejarse de ella. Sus ideales eran sobre la supremacía del hombre y compartía una mentalidad parecida a la de los nazis, aunque jamás estuvo de acuerdo con la matanza.

Mientras más yo crecía, más distante era conmigo, lo que hizo que mis dulces recuerdos de él fueran escasos. Hoy la tristeza me acurruca en su manto, pero las lágrimas son imposibles de crear. Sólo queda continuar una vida sin él. Aprender a ser el nuevo cabeza de familia y sacrificarme por seguir hacia delante, pero hay un hecho que no puedo dejar ir... Gretchen.

(...)

27 de agosto de 1939.

Saludé a Liesel, quien me devolvió el saludo con un simple asentimiento de cabeza. Me entregó la carta como de costumbre.

-La señorita está muy triste debido a lo poco que escribes. Muchas veces ignoras sus palabras y, las pocas veces que respondes, son con simples oraciones -dijo.

-Gracias por el sobre -hablé simplemente y guardé dicho objeto en el bolsillo trasero de mi pantalón.

Se retiró triste; yo, por mi parte, continué arando la tierra.

Peones de Guerra #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora