Microrrelato 18: Paquillo

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Tematica: Relato familiar. Campo. Niños.

Por aquel entonces, Paco o Paquillo tendría treinta y cinco años, y su reputación de bromista ya era notoria.

Era uno de los encargados del campo donde vivia la familia Rodriguez. Desde muy temprano, cogía su tractor y echaba horas labrando la tierra. También cortaba leña, cuidaba de los animales y arreglaba cualquier desavío que hubiera.

Había ido de pequeño al colegio, pero como todos los de su generación, abandonó la escuela cuando en su casa se lo pidieron, y se marchó a trabajar en el campo.

No sabía escribir ni leer, pero tenía muy buena memoria, un gran oido y una mente perspicaz. Además, era una de esas personas a las que les gustaba charlar con los niños, en vez de ignorarlos.

- Antonio, ven - Un día llamó a uno de los cinco hijos del matrimonio Rodríguez, que andaban jugando a dibujar figuras en el suelo, con ramas, hojas y piedras - ¿Tu que edad tienes?

Antonio levantó el palo que sujetaba en una de sus manos y lo blandió como si fuera una espada.

- ¡Seis años, Paquillo!

Paquillo se rió, mientras cargaba con esfuerzo una caja llena herramientas, entre sus brazos.

- Entonces ya lo sabrás ¿Verdad? - Continuó, sonriendo.

Antonio arrugó el entrecejo y lo miró con curiosidad. No sabía por donde vendría la broma, pero conocía de sobra el sentido del humor de su interlocutor como para bajar la guardia.

- ¿El qué? - Preguntó, ocultando el palo en su espalda y poniendose durante un instante de puntillas, nervioso.

Paquillo recostó sobre su cadera derecha la caja y con el brazo izquierdo señaló hacia donde se encontraban unos perros recostados.

- ¿Tú ya sabes a qué vuelta se echa un perro? - Paquillo lanzó la pregunta antes de volver a sujetar con las dos manos la caja, que debía de ser pesada.

Antonio quedó momentáneamente confundido.

Se había fijado que los perros solían dar vueltas sobre el suelo antes de tumbarse o echar sus zurullos, pero nunca había contado cuántas veces lo hacían ¿Acaso había un protocolo para eso?

- No lo sé - Respondió Antonio - ¿A qué vuelta se echa un perro?

Paquillo lo miró, levantó una ceja y esbozó una media sonrisa.

- A la ultima Antonio, a la última.

Luego se marchó, dejando a Antonio aún más confundido, con su palo en la mano y su ropa llena de arena. Pero sobre todo, con la sensación de ser tonto. Tan tonto que fue a contarle lo de las vueltas de los perros a todos sus hermanos por separado, a ver si resultaba que eran igual de tontos que él.

Aquella misma semana, Antonio acompañó a su madre a recoger manzanillas para hacer té. En el recorrido, su progenitora descubrió a dos de sus hijas sentadas en el suelo y mirando, con los ojos muy abiertos, hacia un arbol.

- Lucia, Conchita - Las llamó - ¿Qué estais haciendo ahi?

Antonio se acercó hasta sus hermanas y les tocó en el hombro con su dedo rollizo, para llamar su atención.

- Estamos mirando las hojas verdes del árbol - Explicó Lucía, la mayor de los cinco hermanos, apartando de un manotazo el molesto dedo de Antonio.

Tanto ella como Conchita seguían mirando, como hipnotizadas, el arbol. Un arbol que no era ni hermoso ni exotico, que simplemente no tenia nada de particular.

Su madre se detuvo en la distancia.

- ¿Y se puede saber cuanto tiempo llevais asi? - Quiso averiguar.

Hubo un breve silencio.

- Desde después del almuerzo - Declaró Conchita, finalmente.

Antonio no pudo evitar abrir la boca del asombro ¿Tanto tiempo llevaban mirando el arbol?

- ¿Y se puede saber por qué llevais dos horas mirando un arbol? - Preguntó la madre, antes de continuar con su camino y marcharse a recoger las manzanillas.

- ¡Es un secreto! - Reveló Lucia.

Antonio le pidió a Conchita que le contase el secreto, antes de seguir a su madre, que ya había retomado el camino en dirección a donde se escondían las manzanillas para hacer el té.

- Acercate y te lo cuento al oido para que nadie se entere - Susurró - Es que Paquillo nos ha contado que si pasamos mucho tiempo mirando las hojas verdes de este arbol, los ojos se nos pondrán del mismo color - Contestó, sin despegar ni un milisegundo sus ojos de la copa del árbol.

- ¡De color verde! - Suspiró Lucía, emocionada, a su lado.

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