Capítulo 4

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Disclaimer: Los personajes de esta historia son de Rumiko Takahashi.

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KAGOME

Traté de sentarme cuando sentí un horrible dolor instalarse sin piedad en mi cabeza.

–No, por favor no te muevas.

–¿Inuyasha? –dije confunda al no entender dónde estaba.

–Tranquila, aquí estoy.

–¿Qué me pasó?

–Solo te descompensaste, tal vez comer mucho azúcar por la mañana no fue la mejor de las ideas.

–¿Hablas enserio? Tú eres el doctor, se supone que tendrías que saber las consecuencias de eso –bromeé.

–Pues ya ves que no lo sé todo –confesó ayudándome a sentarme– Pero sí sé que lo que dije en la tienda de Koga y frente a Koga no estuvo bien.

Estábamos en casa de Sango, así que miré hacia la puerta comprobando que estuviera completamente cerrada y que nadie pudiera escucharnos.

–No dijiste nada que no fuera cierto.

–Ese es el problema, insinué que podrías estar con él como si ya no estuviéramos juntos.

–Ya no importa –musité mientras me ponía de pie.

–No, sí importa. Y es que se supone que acordamos en actuar normal ante los demás y eso implica tener que tratarte como mi esposa y no insinuar que podrías estar con alguien más.

Me detuve antes de abrir la puerta.

–Tal vez no fue una buena idea Inuyasha –terminé confesando mientras me giraba para verlo.

–¿Qué dices?

–Sí, tal vez lo más simple era decir la verdad y ahorrarnos todo esto.

–Kag...

–Ya no puedo –solté sintiendo un nudo de garganta– Ya no puedo fingir una sonrisa cuando en realidad solo quiero estar sola, tener que escucharte llamarme con cariño cuando hace mucho no lo hacías, todo esto me sobrepasa...

–Kag... –Dio un paso hacia mí y yo retrocedí dos hasta chocar contra la puerta.

–Por favor no digas nada.

–No, has estado huyendo de esta conversación desde que llegamos.

–No hay nada de qué hablar. Tu preferiste tu trabajo y eso es bueno, no pienso reprocharte nada.

–No, Kagome, no elegí mi trabajo en lugar de nosotros; lo del puesto de director se discutió mucho antes de que decidimos separarnos.

–¿Entonces por qué? Si hace dos meses todo parecía ir tan bien.

–Tú más que nadie sabe el por qué. Nuestros trabajos se encargaron de apagar todo entre nosotros y aunque suene cruel ambos tuvimos la culpa y te recuerdo que estuviste de acuerdo con divorciarnos.

Lo recordaba, claro que lo recordaba, pero ahora no estaba segura de querer hacerlo. Una parte de mí, tal vez una pequeña parte masoquista de mi ser quería seguir aferrada a lo que alguna vez fuimos, ignorando por completo en lo que nos habíamos convertido gracias a la monotonía.

ENTRE PROMESAS ROTASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora