Iker me esperaba fuera de la estación, con la espalda apoyada en la pared y su enorme mochila de viaje a los pies. En ese momento me pareció un chico normal, nada interesante. Pero cuando grité su nombre para llamar su atención, levantó la cabeza y me sonrió de una manera que me hizo detenerme por un momento en medio de mi avance.
Un ciclista tocó su campanilla llamando mi atención. Me moví rápido para no ser arrollada por una de las tantas bicicletas que circulaban por la ciudad, y caminé un poco más lento hacia la estación.
—Tus pies te permitieron venir —bromeó, mirando las zapatillas más cómodas que pude encontrar entre mis dos maletas—. ¿Te sientes bien?
—Sí. Una noche de descanso hace milagros.
Levantó su mochila del suelo y la acomodó en su espalda sin dejar de sonreír.
Luego de comprar nuestros tickets, nos subimos al tren correspondiente, que durante el recorrido de 90 minutos, cruzaría el océano y nos llevaría hasta Malmö.
—¿Quieres comer algo? —ofreció, mientras dejaba su mochila en la parte superior del tren, donde otros pasajeros hacían lo mismo—. Tenemos un largo recorrido por delante.
—¿Por qué traes tu bolso? Dijiste que sería un viaje corto.
—Mañana partiré hacia Hamburgo, no tenía sentido quedarme en el hostal si me iba temprano. Cuando volvamos dormiré en un B&B, es más barato.
—Ya veo —dije, aunque para mí no tenía ningún sentido. Prefería gastar un poco más y no estar acarreando mis maletas hacia todos lados.
—¿Quieres comer algo? —insistió, al no responder su pregunta anterior. Negué con la cabeza.
El tren no llevaba demasiados pasajeros, lo que nos permitía ocupar un espacio de 4 asientos separados por una mesa pequeña, donde Iker se sentó frente a mí.
—Así que... ¿Me contarás algún día que te trajo aquí? —preguntó, alzando una ceja.
—El diario de mi madre, ya te lo dije.
—Sí, eso ya me lo contaste. —Ladeó la cabeza, como si me mirara desde otro ángulo—. Lo que quiero saber es porque decidiste hacerlo ahora.
—Yo... iba a mudarme. Se supone que a esta hora ya debería estar casada, pero de un momento a otro... no lo sé. Supongo que enloquecí.
Miré mi mano, ahora sin ningún anillo de compromiso que me delatara. Sin embargo, una tenue línea blanca mostraba que algo estuvo allí.
—¿Y por qué Copenhague?
Me cubrí el rostro con las manos, intentando ocultar como el calor había teñido mis mejillas.
—Te vas a reír.
—Seguramente, pero igual quiero saber.
Tomé aire para tranquilizar la risa nerviosa que amenazaba con escapar y centré todo mi esfuerzo en decir las siguientes palabras:
—Yo... llegué a Copenhague porque fue el primer vuelo que vi disponible —confesé, avergonzada—. Estaba en el aeropuerto ese día para tomar un avión hacia México y mudarme con mi futuro esposo.
—Vaya. No me esperaba eso.
—Mientras ordenaba mis cosas decidiendo que me llevaría y que dejaría atrás, encontré el diario de mi madre. Vi sus fotografías, sus historias. Las notas que fue escribiendo y todos los sueños que faltaron por cumplir y yo... sentí que no había hecho nada relevante con mi vida. Solo me dediqué a esforzarme por ser la perfecta estudiante, la perfecta novia, conseguir el trabajo perfecto y tener la casa perfecta. No he cometido un solo error en mi vida y por un momento..., solo por una vez quería saber que se sentía hacer algo equivocado. Cerrar los ojos sin cuestionar y luego mirar hacia atrás y decidir si fue un error o no.
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Donde el sol se esconde
RomanceA veces no sabemos cuáles son nuestros sueños, hasta que se aparecen frente a nosotros. Esto es lo que le ocurre a Samantha, cuando horas antes de su boda, encuentra un antiguo diario de viajes de su madre, con una lista de destinos que no pudo term...