CAPÍTULO 27

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León Marchetti. Sí, ahora lo recordaba. La primera vez que supe de él yo era aún más culicagada que el día de su graduación. Tenía trece años y, como siempre que me sacaban de quicio en esos tiempos, me hallaba de lo más distraída destrozando el pulcro rostro de uno de los chicos. La víctima de ese día: Beau Kutcher.

—¡Déjalo ya, loca! —gritó uno de sus amigos con los nervios a tope.

Me volví para verlo, deteniendo por un segundo mi ataque insistente. El pobre Kutcher tenía el pómulo roto y estaba segura de que eso que le corría por la barbilla no era cien por ciento sangre. ¡Hasta el vómito le saqué al wey!

Fulminé al alzado con la mirada.

—¿Quieres compartir los golpes? Yo con todo gusto.

Con eso se calló dando un paso atrás con impotencia.

Al cabo de un rato, ya había tenido suficiente de mi cobre de cuentas. Lo solté del cuello de la camiseta y Kutcher se desplomó pesado y sollozante en la tierra. No había estado más humillado en su vida. ¿Que cómo lo supe? Por la forma clara en la que se acurrucaba en posición fetal abrazando con ahínco sus piernas. No me pasé, lo que pasa es que Kutcher es bien exagerado.

—¡Jensseeen!

Esa retumbante y rasposa voz...

Volteé de golpe la cabeza, por poco desnucándome a mí misma, y lo vi aproximándose con grandes zancadas. Se trataba de Rogers, mi profesor de entrenamiento en esa época. Con su figura robusta, su tamaño titán y esa cicatriz en el ojo que daba la impresión de que se te quedaría viendo mientras un strigoi te hacía trizas. Sin embargo, el sujeto era buena onda; su voz, ese era el inconveniente.

Y que estuviera allí para regañarme cada vez que hacía algo. Supongo que eso fue idea de Birce para mantenerme a ralla, hasta que Rogers se retiró para seguir con la caza y lo reemplazó la patuleca de Zhukova.

Bueno... Hora de prender los motores...

Sin pensarlo dos veces, salí disparada por el sendero que bordeaba el campo de entrenamiento. El instructor venía tras de mí sin variar en ningún momento su expresión de roca, salvo para echarme gritos en los que se burlaba del castigo que me asignaría. En efecto, el condenado era un desgraciado que amaba su trabajo.

Crucé al otro lado del camino y bajé la pequeña cuesta cubierta de césped húmedo. Llegué a la entrada arqueada al campus y recorrí un gran tramo antes de desviarme por el pasaje cercano. Si iba por allí capaz y Rogers me perdía de vista, además, me quedaba de camino al campo de entrenamiento central, donde me camuflaría con los demás chicos.

Mi plan casi nunca fallaba.

—Maldición. Es increíble —oí a un chico comentar.

Había un grupo de novicios de segundo año, todos sentados en las gradas contemplando algo emocionante. Me dejé caer en uno de los asientos, entre el montón de adolescentes, y me obligué a ver el espectáculo.

Había un combate a poca distancia de allí. Dos chicos Superiores (de tercero a quinto año de preparación) peleaban con tanta audacia y ligereza que parecía que bailaran un tipo de vals maravilloso. Los golpes eran secos y en zonas que no eran mortales. Saltaban y se separaban, para luego volver a la carga usando los antebrazos en esa práctica.

Había un castaño con flequillo que llamó particularmente mi atención. Era alto y delgado, llevaba una camiseta y pantalones de chándal negros. Era bastante guapo, y por lo visto las chicas Superiores no muy lejos de allí pensaban por igual. Lo vitoreaban una y otra vez.

—¡León... León... León!

El tal León realizó su ataque final.  Arremetió con antebrazos y palmas, cegando a su contrincante, dio un golpe en el hombro y se agachó al vuelo con la pierna estirada. ¡Patada de reloj! Incliné un poco mi cuerpo para ver mejor el audaz movimiento. Fue tan rápido que el contrincante no se lo esperaba y terminó de culo al suelo.

Solté una carcajada, celebrando con los demás. Qué buena técnica, pana; en la actualidad sabía hacerla, eso porque me obsesioné con cierta persona y cada uno de sus movimientos.

León fue felicitado por el instructor que impartía la clase, dándole palmaditas en la espalda como buen niño. El chico sonrió a la multitud, que de por sí ya se encontraba cautivada por él y, a continuación, extendió la mano hacia su compañero en el suelo. El otro la aceptó y ambos se dijeron algo que no alcancé a oír desde mi ubicación. No obstante, todo parecía indicar que el combate había sido justo para ambas partes y no había lío.

A mí me tumbaban así, mínimo le resquebrajaba los dientes al culpable cuando menos se lo esperara. Por ende, esa era otra de las virtudes que me encantaban de León, y es que aparte de guapo como para chuparse los dedos, era amable y a casi todos le caía bien.

—¿Cómo se llama él? —pregunté a la chica que tenía al lado.

Ella sonrió embobada.

—Es León Marchetti. El mejor de su clase. Dicen que es un prodigio y que su puesto como Cazador está asegurado.

Conque un prodigio, ¿eh?, pensé viendo con atención al aludido. Un Cazador... Suena increíble. Había encontrado a una persona que admiraba de verdad, la primera y única que me ha hecho seguir sus pasos.

Inclusive ahora, con diecisiete años y muchas actas de mal comportamiento en mi espalda, seguía pensando lo mismo. Puede que León no haya sido precisamente el que me llevó a convertirme en aspirante a Cazadora (eso yo lo decidí porque me emocionaba todo al respecto), pero sin duda había influenciado mi vida aún si no lo sabía. Es que si se enteraba que por más de tres años guardé todo tipo de afiches y fotografías de él... ¡pensaría que era una acosadora! Hasta yo misma me daba miedo.

Ahora estás aquí, viendo la fotografía que tomaron en su graduación. ¡Terrorífico!, comentó mi subconsciente fingiendo pavor. No me costó nada ignorarla, embelesada por la determinación que veía en el rostro joven de León Marchetti. Su presencia en la Academia fue tan especial que le dieron un lugar en la pared de los Estudiantes Imperiales, donde se colgaban fotografías de alumnos que resaltaban en sus estudios a lo largo y ancho de su estadía en Stronghold. La sala estaba en una parte alejada en el gimnasio 3.

Recordé lo que me habían dicho horas antes de llegar allí. Me había topado con mis amigos y me echaron tal chisme al que no pude evitar prestar más atención.

—¿Más Cazadores? —repetí arrugando el entrecejo. Soplé mis manos y las froté buscando calor.

Nos habíamos llegado hasta el sendero rodeado de árboles. Gracias al invierno todo estaba de un blanco inmaculado, la madera oscura de los árboles y, no puede faltar, el frío como si estuviéramos en un congelador.

Joy asintió con las manos hundidas en los bolsillos de su abrigo.

—A según trajeron a varios muy buenos para investigar sobre lo que pasó hace menos de un mes. Creen que los strigoi no pudieron pasar al Stronghold como si nada. Alguien tiene que estar detrás de todo.
Bufé.

—Un momento. ¿Por qué alguien querría dejarlos pasar en primer lugar? No he oído nada de atentados hasta ahora.

—Esas son las sospechas más acertadas que tienen —repuso Joy—. Comprobaron que la seguridad del Stronghold se había afianzado los días antes del ataque, así que no hay manera de que pudieran pasar a los Guardianes que vigilan las calles, menos los de la entrada. Además, está otra cuestión.

Layla frenó su caminata y los dos la imitamos.

—¿Cuál es?

—El chalet del Concejal Dalton está subiendo la colina. Es una de las dos propiedades que invadieron los strigoi, junto a la mansión de los Wester. Ninguna de las dos está tan cercana a las entradas y, conociendo la naturaleza de los strigoi...

—Habrían invadido la primera casa que se les cruzó por el camino —completé. Fruncí el ceño—. Ya entiendo, pero sigo sin creer que alguien haya planeado esto. Lo sé, los strigoi son demasiado idiotas para crear una estrategia como esa pero, ¿por qué motivo querrían atacar las casas que mencionaste?

Joy sonrió apenado.

—Lastimosamente, esa información no la conseguí. Creo que siguen deliberando.

De pronto, recordé lo que pasó en la fiesta. Esa voz que no podía dirigirse a nadie más y que provenía de un sólo ser... Me estremecí. No me gustaba para nada evocar aquella noche.

—Uno de ellos me habló —dije, sin aliento.

—¿Cómo? —Layla y Joy me miraron perplejos.

Sentía cómo el sudor frío bajaba por mi frente. No quería, de verdad que no me apetecía recordar. Pero debes, me instó mi subconsciente. Asentí tragando duro. Ay, por Dios, firulais y Coyle... Otra vez el ardor maluco en el pecho.

—Estaba frente a frente con un strigoi, estábamos peleando, cuando de pronto me dijo algo.

—¿Qué? ¿Un strigoi se paró a hablar contigo? —comprendía el recelo de mi amigo. Yo tampoco lo esperaba.

Asentí de nuevo. Leches... ¿Por qué será que me cuesta hablar de esto? Que sí, que es algo inusual y aterrador, pero tenía que hacerlo. ¿Por qué no lo hice antes?

—Sin más mencionó lo de... lo de la marca —añadí en un tono más bajo.

—Ya va, espera. ¿Hablas en serio? ¿Un strigoi habló...?

—¡Que sí, Joy, con un demonio! Sólo mencionó  la... mencionó tú sabes qué y ya, pero eso no cambia que le dirigiera la palabra a una dhampir.

Se produjo un silencio. Ellos asimilaban mis palabras mientras yo los veía esperando que no me tomaran por loca. Sabía que había bebido un poco esa noche, pero no suficiente para hacerme ver alucinaciones. De que el paliducho me habló, me habló.

—¿Por qué no lo dijiste antes? —inquirió Layla preocupada.

Esa es precisamente la pregunta correcta.

—No lo sé.

—¿Se lo contaste al Original?

Miré a Joy.

—¿Qué demonios...? No. ¿Por qué se lo contaría a él?

Se encogió de hombros.

—No lo sé, sólo digo.

Esa sería la oportunidad perfecta de que Coyle tuviera excusa para llevarme a una de sus mazmorras más ocultas. Persistía el misterio del por qué esa cosa me había dirigido la palabra, que yo supiera no había pasado jamás. Por ende, Coyle no se quedaría de brazos cruzados esperando una respuesta que con seguridad no sería buena. Conociendo lo intenso que es, desde hacía mucho que fuera tomado medidas.

—Menos mal que llegaron los Cazadores —comentó Layla con una mueca.

Joy asintió. Se veía guapo con algo de nieve en el mechón de cabello que tenía sobre las orejas.

—No han parado de registrar todo el Stronghold de arriba para abajo, incluyendo sin duda los lugares donde ocurrió todo.

Entonces me acordé de pronto. Cierto italiano famoso me había hablado no hacía mucho. Saber que él estaba por allí trabajando en el tema me dió escalofríos, muy buenos por cierto.

—León Marchetti.

—¿Ah? —Layla paró la oreja.

Ella también era fan de Marchetti; no tanto como yo, pero lo consideraba el Cazador más atractivo que podía haber. Si existiera una revista llamada «Cazador», él estaría en la portada y en la sección del empleado más buenorro que puede haber. ¿Qué les digo...? El crush perfecto de cualquier adolescente dhampir, aunque... Yo lo había tenido bastante cerca poco antes.

—Me topé con él hace un rato —expliqué.

La reacción fue instantánea. Layla abrió los ojos como platos y se contuvo para no pegar un chillido... Híjole, no sabía que se pondría así. Me quedé sin palabras al verlo, pero creo que esa respuesta a tal revelación se le había contagiado de alguien más. Sí, yo sabía de quién.

Allison Doubront, hija de perra. No se me ha olvidado que intentaste robarte a MI amiga. Lo más chistoso era que esas dos seguían siendo amigas, muy a mi pesar. Es que a esa loca no la pasaba ni con agua. Tal vez debería probar en mojarla a ver si así me caía mejor. Jaja, no, mi subconsciente achicó los ojos, Dijiste que te portarías bien, ¿recuerdas?

Al diablo, ¿qué más me quedaba? Ahora mismo tenía que ocuparme de otra cosa, pues mi amiga estaba tan emocionada que fue directa a zarandearme como batiendo a una botella.

—¿En serio? ¿Hablaron? ¿Cómo se ve? Ya que llevamos tiempo sin saber de él, desde que tenía dieciocho...

—¡Pero bueno...! —Joy se abrió paso entre ambas, salvándome de aquel martirio. Literalmente el estómago se me volteó—. ¿Se olvidan que yo estoy aquí? También quiero enterarme.

Menuda razón para intervenir, y yo con el cerebro hecho papilla.

—Sí, hablamos por cinco minutos —presumí, aunque sólo fueron dos—. Fue un encuentro de película, ya sabes, cuando dos personas se chocan y el chico ayuda a la chica a ponerse en pie —otra vez me estaba pasando. Aquella caída fue de las más pedorras—. Sigue tan guapo como el día en que se graduó, pero noté que lleva tatuajes en el cuello. No sabría decirte qué dibujo es.

Layla suspiró.

—Ah, qué suerte. A lo mejor esté trabajando en el tema reciente, así que es probable que no lo volvamos a ver.

Recordé lo que me había dicho, sobre ser mi némesis en cuanto me graduara. De ser así cumpliría muchas de mis fantasías… Claro, si se daba la oportunidad. Menuda mentecilla que te gastas, eh, chica, bufó mi subconsciente negando lentamente con la cabeza. Es que, ¿cómo le hacía para dejar de pensar en ese manjar italiano? La atrevida sin duda estaba de acuerdo conmigo, mientras que la arpía rodaba los ojos al cielo diciendo algo sobre las hormonas adolescentes…

—Conque aquí estabas…

Me paralicé al instante en que oí aquella voz tan familiar para mí. Directa, escueta y con una personalidad quisquillosa que caía de mierda. Me tomé mi tiempo al girarme sabiendo el mal rato que me esperaba con esa maldita bruja.

Elodie me miraba con su cara de culo de siempre, los brazos cruzados sobre su pecho y su altura mediocre. Sí, mi madre era unos centímetros más baja que yo.

—Cuánto tiempo, madre.

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⏰ Última actualización: Mar 17 ⏰

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