Capítulo 5

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Disclaimer: Los personajes de esta historia son de Rumiko Takahashi.

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INUYASHA

No tenía la completa certeza sobre el origen de mi irritación. Ni del por qué mi enojo.

Cerré la puerta del auto como si esta fuera de piedra, los impulsos de golpear el volante no los pude controlar hasta al menos haber soltado un par en él.

¿Por qué me enojaba tanto que Kagome hubiera preferido su privacidad a cambio de mi compañía? Si al final ya no manteníamos una relación de pareja, o al menos no según mi percepción de lo que implicaba ser una.

Estaba perdiendo la razón; tenerla cerca de alguna manera revivía algo del Inuyasha adolescente e impulsivo en mí. Y Kag no merecía sufrir por eso. El divorcio era inevitable y revertir esa decisión podría implicar más inconvenientes que soluciones, y al parecer Kagome parecía estar muy segura de esta decisión, entonces, no hay forma de dar marcha atrás.

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KAGOME

Desperté con la esperanza de sentir su cuerpo junto al mío y cuando no fue así, un sentimiento de culpa me recorrió por todo el cuerpo.

Detestaba levantarme tan temprano, pero no pude conciliar el sueño durante toda la noche preocupada por si algo le hubiera sucedido a Inuyasha.

Me puse un abrigo y bajé las escaleras. Por lo visto mamá aún dormía y todo estaba silencioso. Fui a la sala y al no ver a Inuyasha en el sofá la culpa se hizo más grande. Recorrí toda la casa, lo busqué en todas partes, incluso en el cuarto desocupado de mi hermano Sota, pero nada.

Hasta que un recuerdo descabellado vino a mi mente cuando recordé una de nuestras peleas más tontas, y es que esa noche Inuyasha había jurado no volver a poner un pie en nuestra casa si yo no aceptaba cambiar el tapiz de nuestro dormitorio, y como yo no quería dar mi brazo a torcer, por una semana se mantuvo durmiendo en el auto.

Salí de la casa y me dirigí al auto, y sí, ahí estaba. Toqué un par de veces la ventana en donde tenía apoyada la cabeza y cuando lo hice esperé a que abriera la puerta, pero no lo hizo. Solo se me quedó mirando como si esperara algo.

–Inuyasha, ¿no crees que ya estamos muy grandes para estas cosas? –No respondió. Imploré paciencia– Baja por favor.

–¿Ahora me quieres cerca? ¿Qué pasó con tu ansiada privacidad?

–Bien, no debí de tratarte así anoche.

–Qué bueno que lo sepas.

–Baja por favor.

–No lo haré hasta que lo digas.

Suspiré y muy a mi pesar me tuve que tragarme el orgullo.

–Sé que actué mal y lo siento. Enserio perdóname.

Escuché el seguro del auto al instante. Abrí la puerta y lo miré como una mamá mira a su hijo después de haber hecho una rabieta.

–¿Acaso te has vuelto loco? ¿Sabes lo peligroso que es dormir en el auto?

–No tenía a dónde más ir –dijo bajándose de el y caminando hacia la casa– Olvidé mi billetera.

Lo seguí de cerca y cuando entró al cuarto que compartíamos fue directo a la cama y se tapó con todas las mantas.

ENTRE PROMESAS ROTASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora