Capítulo 5

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Finalmente puedo respirar tranquila. Acomodada en mi asiento espero paciente a que embarque el resto de pasajeros y que por fin el avión despegue y me lleve a mi nueva vida. Bueno no exactamente pero… se podría decir que es el comienzo.

Mientras espero la salida del avión me entretengo en escuchar algo de música en mi móvil, no sin antes cerciorarme de haber desactivado la línea, lo último que quiero es que mi madre comience a llamarme, mi padre rastree mi número de teléfono y tenga que desembarcar del avión antes de haber volado siquiera.

Estoy un tanto aburrida y comienzo a desesperarme por miedo a que me descubran y todo se valla al carajo, así que reacomodo mis auriculares (de casco) y subo el volumen casi al máximo para ver si consigo aislar mis pensamientos. Finalmente, y después de cambiar la pista varias veces decido escuchar las viejas canciones de One Direction.

Sumida en la música dejo volar mi imaginación y acabo por pintarme toda una historia mental donde mis padres no me descubren y paso los próximos diez años trabajando en una academia de arte para niños.

Pasar mi vida pintando suena como el paraíso para mí, después de todo es lo único que siempre me ha apasionado verdaderamente. Mientras pienso en ello se me escapan unas sonrisas. Ojalá y no fuera tan sólo una ilusión.

Después de unas dos canciones la sensación de sentirme observada y expuesta regresa. «¿Me habrán descubierto?» No, Leah dijo que retrasaría a mis padres todo lo posible. A estas alturas ya debe haberles inventado cualquier cosa.

En esta ocasión y por suerte para mi salud mental y mi corazón al borde del infarto, no son mis padres ni nadie que pueda llevarme de vuelta a casa, aunque de hecho, sí estoy siendo observada.

Al levantar la mirada me encuentro con un chico de pie junto a mi asiento mirándome con curiosidad. Es lo suficientemente alto y fornido como para abarcar mi campo de visión. Lo veo señalar el asiento con la cabeza y a pesar de que no lo escucho puedo leer en sus labios la palabra «muévete». De mala gana me quito los cascos para escuchar lo que tiene que decir.

—¿Te puedes quitar? Es mi asiento.

Es un chiste, ¿cierto? El tono con que lo dice y la actitud petulante con que lo hace me molestan sobremanera.

—Pues va a ser que no. —Niego cruzándome de brazos—. Este es mi asiento. Acabo de pagar por él y a menos que lo hayan vendido dos veces, cosa que dudo mucho, no creo que te corresponda hacer ese tipo de demandas.

El chico despliega una sonrisita de esas que pretenden ser encantadoras y ladea un poco la cabeza. Espero que no esté intentando convencerme con eso porque lo único que va a conseguir es que lo ignore por completo.

—A ver, guapa, arreglemos esto sin tantos problemas, ¿quieres?

Tienes que estar bromeando. ¿Guapa? ¿Qué quiere decir con arreglar? Increíble, justo lo que me faltaba. Cruzarme con el playboy de turno.

—Mira bonita, —continúa— seré sincero, no me gusta sentarme del lado de la ventana, así que esperaba que quisieras… ya sabes…

—¿Cambiar de asientos? —Completo por él—. ¿Y creíste que exigiéndolo con esa altanería y fingida inocencia ibas a conseguir algo?

—Bueno… —Enarco una ceja ante la frase incompleta—. En realidad te vi con tu capucha y tus auriculares y pensé que quizás serías…

—¿Que sería qué? —interrumpo molesta ante su comportamiento—. ¿Qué creíste? ¿Que por sonreírme bonito y pretender ser encantador iba a ceder a tus exigencias? Supongo que te confundiste, «guapo».

Princesa a la fugaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora