Para Sebastián Peñaloza y
Óscar Vega.Hoy veré nuevamente a la Doctora Strauss. O debo decir: Amanda, como le llamo en formato íntimo. Sé que no debería verla, pero dicen que cada cual tiene sus vicios.
¡Amanda!
(Suspiro)
Parece el nombre de un buen perfume. ¿Muy erótico, verdad?
Pero hoy no hablaremos de sexo, o al menos no seré yo quien inicie el tema. Hoy simplemente es lunes de lectura, desde las 6 p.m hasta el final de la noche, pase lo que pase. (Y ojalá, como viene sucediendo hace un mes, también pase hoy).Para esta jornada entre lectores le llevo preparada una sorpresa. Le voy a regalar el último ejemplar que me queda del libro de Iván Padrón. Se lo merece.
Si bien, la Doctora Amanda Strauss no es un ángel, es una mujer sensible; ella entiende el verdadero significado del libro. Amanda sabe que esas crónicas de los espectáculos musicales en San Germán, hablan más de Iván, que de los boleros que aborreció hasta sus 22 años, es decir 33 abriles más atrás.
¿El motivo del trauma? Me lo reservo por respeto.
Pocos conocen (y la mayoría están muertos) las verdaderas razones por las que Iván no podía escuchar un bolero sin que le hirviera la sangre, y cómo se curó de esa maligna condición. No obstante, en medio de ese silencio que entre todos guardamos, el libro es suficiente recurso para que alguien se haga una idea clara de ese personaje tan particular, un hombre que sin ceder tantos detalles precisos, habló más de sí mismo que lo que gran parte de sus lectores intuyen, y todo San Germán ha creído por años.
¡Ah, por cierto!
Es curioso que la mayoría de las personas que el Profe Iván entrevistó, se negaron a ceder demasiados datos biográficos. ¿Un problemilla común en San Germán? No lo sé, podría ser ...
Lo cierto es que el mismísimo Iván, cuando me permitió hacer uso de su casa como blanco de mi proyecto de grado, me pidió un tanto nervioso que no insistiera en su biografía minuciosa, pues al final, la casa era lo que importaba. Y le doy la razón... En ocasiones, unas viejas paredes que se resisten al olvido, suelen hablar más de un hombre cojo, adicto al pan de azúcar, que lo que cualquier entrevistador personal pueda descubrir en una conversación, a la sombra de un bolero. Digo la sombra, nada más.
Ayer envié una encomienda a Maderosa, un pueblo cerca de San Germán.
Creo que quedará en buenas manos.
Consta de un montón de fotografías de la casa (incluídas las que no me sirven para la tesis), una maleta de cuero de los años 30 que usaba Iván Padrón; y aquí, lo mejor: un cuadernillo con la letra de 420 boleros, éxitos que un hombre común y corriente no tendría que odiar tanto, melodías con los que el cronista antes mencionado se vió obligado a hacer las paces, una noche de julio a sus 22 años.
No. No insistan. Él me hizo jurar que no daría detalles.
En fin, no me equivoqué. Este tesoro ha tomado el mejor destino. Fue la mejor decisión entregarle esto a Juan Marco. Iván Padrón, así lo habría querido.
Por mi parte, creo que ya he aprovechado demasiado esta historia, un cuento que comenzó a escribirse el 13 de enero del año pasado. Gracias a este encuentro con tan magnífico personaje, completé una tesis universitaria por primera vez en mi vida, conocí San Germán, volví a tocar piano para bolero y aprendí a besar (en los labios de Amanda Strauss).
Yo me quedo con eso. Me basta.
Bendita la memoria de Iván Padrón.
¡Que Juan Marco Lasierra se encargue del resto! Él sabrá lo que hace con el recurso que tiene en sus manos y como lo aprovechará para otra de sus historias. Yo no soy escritor, yo sólo soy arquitecto. Y amo el bolero, por cierto.
Fin.
Juan Marco Lasierra.
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Cuentos que La Naranja no leyó
AcakQuerida La Naranja, añoro aquellos tiempos de la vida real, cuando no teníamos instagram y te encantaba leerme cuentos. Quisiera volver a tu casa a hacer nada, volver a ser el nadie más feliz junto a tu silla favorita mientras hablábamos de cuentos...